Aleksandr Lukashenko, Sasha, nombre con el que hasta ahora se asociaba a Bielorrusia en los noticieros del mundo, enfrenta su reto más grande en 26 años de gobierno ininterrumpido. Este viejo autócrata está experimentando en carne propia lo que es el poder de la gente común cuando decide actuar unida por una causa. Lo más interesante es que la revuelta la protagonizan tres valientes mujeres ligadas solo indirectamente a la politica por sus lazos con tres candidatos que no fueron, tres excluidos de la carrera presidencial del 9 de agosto por ser críticos del regimen que data de 1994.
Sviatlana Tsikhanouskaya, Veronika Tsepkalo y Maria Kolesnikova unieron fuerzas para asumir una unica candidatura cambiándole el rostro a unas elecciones en las que ya nadie creía y abriendo la posibilidad a una transición hacia una verdadera democracia. Con una campaña sobria pero imaginativa que duró menos de un mes, lograron movilizar el descontento popular por una economía anquilosada y un muy mal manejo de la pandemia, y encauzar la voluntad de lucha de un pueblo aparentemente dormido, al punto de borrar cualquier vestigio de legitimidad a unos comicios en los que el candidato presidente se jugaba su sexta reelección y que se atribuyó sin rubor, pero que en realidad perdió de calle. Porque la calle ya no está con él como lo evidencian las protestas que se repiten a lo largo y ancho del país a pesar de la fuerte represión y los vanos intentos de descalificación.
“Sasha, te odio gratis” es uno de los lemas que más se repite en las pancartas en respuesta a una alusión del mandatario acerca de que la gente de las marchas recibe algún tipo de pago. Pues no, no hay pago de por medio. Lo que hay es una inmensa sed de justicia y libertad y un indomable deseo de progreso, que en el corto plazo se proyectan en la promesa de un gobierno de transición y unas elecciones transparentes.
El tablero internacional y la no violencia
Sin embargo, no hay que olvidar el tablero internacional y la necesidad de mantaner la estrategia no violenta.
El escenario geopolítico es complejo. Bielorrusia es un Estado bisagra, un amortiguador entre Rusia y Occidente, posición estratégica que Lukashenko ha tratado de usar a su favor jugando a conveniencia con los intereses de uno y otro, lo que hoy, en su momento de mayor debilidad, lo hace dudar de todo el mundo. El autócrata ha convertido en parte central de su discurso las acusaciones a “fuerzas externas” de preparar un complot para desalojarle del poder. Ha apuntado sobre todo a Occidente, aunque antes de pedir abiertamente auxilio a Putin, llegó a señalar también a Rusia con el arresto de 33 mercenarios de la oscura compañía Wagner que tiene vínculos con el Kremlin. Y es que después de 2014 cuando Rusia se anexionó Crimea, las tensiones han crecido entre los antiguos aliados por desacuerdos comerciales asociados a un espíritu demasiado nacionlista para las ambiciones no tan secretas de Putin.
La sociedad civil bielorrusa tiene mucho que perder si Sasha se acerca de nuevo a Rusia. Un Estados Unidos en campaña electoral dificilmente pueda hacerle frente. Es menester manejar el odio y mantenerse dentro de la estrategia no violenta. La resistencia estratégica no violenta es distinta al principio de la no violencia fundamentado en creencias religiosas y éticas contra la violencia, lo cual no quiere decir que, a veces, no vayan unidas. Pero al insistir en su aspecto estratégico resaltamos, sobre todo, su potencial para producir el cambio utilizando medios pacíficos. El compromiso de una campaña de resistencia civil con métodos no violentos refuerza su legitimidad nacional e internacional y promueve una participación más amplia, lo que se traduce en una mayor presión sobre los gobiernos o las estructuras consideradas injustas.
En Bielorrusia, a la par de las marchas, están funcionando muy bien las huelgas que afectan a las principales fábricas del país, mostrando que la oposición al régimen se extiende más allá de los círculos educados y alcanzó a su base tradicional de obreros.
Es cuestión de tiempo. La historia ha demostrado que cuando las personas dejan de temer a un autócrata, ya no lo obedecerán. Si la desobediencia de masas se convierte en una resistencia no violenta bien organizada, el tirano, tarde o temprano, terminará por caer.
A esta creencia nos aferramos los venezolanos amantes de la PAZ que vemos en el caso bielorruso, además de algunas semejanzas, una fuente de inspiración. Sin embargo, somos conscientes de que el cansancio y la desesperanza están jugando durísimo en nuestra contra y que Maduro desvirtua por completo el sentido de estas tres letras al convertirlas en un sinónimo de hegemonía y terrorismo de Estado.
María Gabriela Mata
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