Sí algo podemos afirmar sin miedo a equivocarnos, es que el rechazo a Nicolás Maduro y eso que ellos llaman gobierno, es inmenso. Tan inmenso como las cifras más altas que queramos ponerle y aún así podríamos quedarnos cortos. El problema es que ser un gentío que se opone a esa forma brutal de empujar a un país a un barranco no nos convierte en oposición. Nos convierte en eso: en un conjunto heterogéneo de personas hartas tratando de sobrevivir al país en ruinas.
Porque una oposición es otra cosa. Es una fuerza políticamente organizada capaz de transformar ese descontento en acciones que la doten de fortaleza para disputarle el mando a quien con tan malas artes lo ejerce.
Una fuerza con identidad propia e identificada con principios que la diferencien totalmente de quienes la desgobiernan. Una fuerza movilizada y a la vez movilizadora, inclusiva, identificada con los problemas de todos y dispuesta a constituirse en alternativa real de poder.
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Y es cierto que quien está en Miraflores está dispuesto a todo para quedarse. Tan cierto como que puede hacerlo mientras tenga al frente a una multitud dispersa que aunque no lo quiere y quiere que se vaya, se sigue refugiando en el deseo sin encontrar la forma de convertirse en lo que podría amenazarlo: en una oposición de verdad.
Diversa, sí. Con varios líderes, también. Pero con la convicción de que hay que conservar los espacios ganados por más adversa y desigual que sea la competencia, porque esas cuotas de poder arrebatados al gran otro van alimentando su fuerza y ayudándola a crecer hasta hacerla indetenible.
Entre los entregados a la inercia en espera de eventos mágicos, los que apuestan a la asfixia por sanciones, los que sueñan con marines y coaliciones extranjeras y los decepcionados de todo y de todos, hay mucha gente dispuesta a pelear, a no rendirse porque la tarea sea difícil, a buscar esa relación con la gente y entre la gente que es la que termina por darle sentido a todo cuando se quiere cambiar una realidad insoportable.
A esa gente dispuesta a luchar con las armas de la democracia, a hacer que su voto cuente, a los que se le sumen, a los que dejen de creer que otros le harán la tarea y que entiendan que el esfuerzo colectivo puesto al servicio del trabajo político inteligente puede parir líderes para acompañar y mejorar el futuro de todos, a toda esa gente, se le puede llamar oposición.
Adriana Moran
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