La tiranía se levanta dentro de una nación cuando el gobierno ha sido tomado por personas que usan su poder para oprimir al pueblo. Esta forma de gobierno existe cuando los gobernantes se apartan de la ley, ordenando ejecutar acciones prohibidas. Los dictadores han saqueado durante años a sus países y siguen haciéndolo. Los recursos mal habidos son invertidos en propiedades o depositados en cuentas bancarias en el exterior. Todo ello junto a una riqueza que nunca caduca y que los sátrapas atesoran en sus últimos momentos de poder: oro.
El depuesto presidente de Túnez, Ben Alí y su esposa se exiliaron en Arabia Saudí cargando tonelada y media de oro. Muamar Gadafi, vendió 29 toneladas del metal precioso, antes de desaparecer del mapa. Otros dictadores juegan con el metal y lo trasladan a bóvedas de su banco más cercano o de confianza, cuando ven que su poder se tambalea. La gran mayoría de ellos manifiesta una marcada preferencia por cuentas bancarias suizas, las cuales les permiten continuar con sus dispendiosas vidas, durante décadas, después de ser depuestos.
Cuando un autócrata pierde su poder, desaparece con su dinero, luego sus millones reaparecen en cuentas bancarias, mansiones en la Riviera Francesa, yates anclados en los puertos de Mónaco o paraísos fiscales como Gibraltar, San Marino, Andorra, Malta y algunas islas caribeñas, entre otros, donde pueden ocultar sus riquezas impunemente. Una vieja leyenda recorre la mente de los autócratas desde que apareció la moneda, sobre la posibilidad de tener un banco en el infierno para depositar el dinero robado y la incógnita para los malos espíritus que viven en el alma de cada uno de ellos es que, todavía no encuentran la manera de hacer las trasferencias porque allí parece que no aceptan Zelle, ni tampoco pago móvil.
A los dictadores se les hace cada vez más difícil encontrar un buen exilio y ven esta opción como menos segura y atractiva debido al crecimiento del alcance de la justicia y la responsabilidad globales. Por eso, un estudio, que publica la revista "The Journal of Polítics" de la Universidad de Chicago, resalta que los dictadores tienen cada vez, menos incentivos para abandonar el poder. “Al largo brazo de la justicia, se le suma, la timorata actuación de la comunidad internacional, quien siempre busca resolver los conflictos por la interminable vía diplomática, lo cual garantiza a los autócratas su permanencia, casi que indefinidamente, en el poder”; agrego yo.
En su estudio, los autores recogen datos sobre el destino de un centenar de dictadores que se han exiliado desde 1946, tras el final de la II Guerra Mundial. Allí se demuestra que 52 diferentes países han albergado, al menos, a un depuesto dictador, y que los principales receptores han sido EEUU, Reino Unido, Rusia, Argentina y Francia. Los Castro, en Cuba, mientras estuvieron en el poder, no aceptaron asilar a ningún dictador porque ellos se consideraban “demócratas”, además, porque estos personajes podrían haberles afectado sus negocios.
La investigación en comento, indica que, con el paso del tiempo, los autócratas son menos propensos a exiliarse, ya que, el final de la Guerra Fría eliminó los incentivos de las grandes potencias para acoger gobernantes depuestos, en todo el mundo. Además, ha crecido la influencia de la justicia internacional, ejemplificada en la puesta en marcha, en 2002, de la Corte Penal Internacional, de la que forman parte más de 120 Estados. Este hecho, según los investigadores, propicia que los dictadores no puedan estar seguros de que, si dejan el poder, su integridad estará garantizada en algún destino.
Además de la tendencia a la baja del número de autócratas exiliados, los autores han detectado que, esta orientación se ha agudizado desde finales de los años 90. Del centenar de casos cubiertos por la investigación, destacan que EEUU ayudó al presidente filipino Ferdinand Marcos a obtener un lujoso exilio en Hawái, en 1986, el mismo año en que diplomáticos franceses y americanos convencieron al líder de Haití Jean-Claude Duvalier a ceder el poder, a cambio de un exilio en la Riviera Francesa.
El líder ugandés Idi Amín se exilió primero a Libia y luego pasó a Arabia Saudí; el zaireño Mobutu Sese Seko, a Marruecos; Charles Taylor, de Liberia, se desplazó a Nigeria; y más recientemente, el pasado 21 de enero del 2017, el presidente derrocado de Gambia, Yaha Jammeh, se exilió a Guinea Ecuatorial, que le había ofrecido refugio.
En todos los casos reseñados en el estudio, estos
personajes se asilaron como dictadores y quienes los acogieron, también
presentaban características autocráticas. La historia de los sátrapas continúa
su curso y ya que estamos a las puertas de una inédita nochebuena, pidámosle al
niño Jesús un grandioso regalo: Qué por esta única oportunidad, en vez de
traernos algún presente, se lleve todos los virus que, de distintas formas,
azotan a la población venezolana.
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