José Vicente convirtió sus cómodos espacios de clase privilegiada
en trincheras para proteger a mujeres y hombres, a estudiantes, a militares
rebeldes de la estiercolera adecacopeyana que desdibujó al pueblo y masacró sus
liderazgos por el sólo hecho de intentar proponer la faena poética de rescatar
la identidad nacional, basada en una semiótica patria, a partir de la nueva
lógica del proletariado libre, del campesinado dueño de la tierra, del miliciano
que va a la guerra con un canto infinito de paz.
Defendió a esas personas que entendían y que luchaban a favor de
la subversión contra la era burguesa-industrial-capitalista, pseudodemocrática
y celadora de los intereses gringos originada de las hambrunas, de la
explotación del hombre por el hombre, de la castración de la esperanza, de la
enajenación de los seres humanos y del saqueo de nuestras riquezas.
José Vicente sacó del cadalso a mujeres y hombres que proponían
enseñar con las luces y virtudes sociales de la educación popular con la que
Simón Rodríguez forma las sociedades americanas perdidas en la oquedad
identitaria y social para que nunca un peón anhele ser patrón, para que nunca
un guerrillero combata por envidia sino por convicción, para que nunca los
pobres voten por sus enemigos de clase.
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