El 2020 ha sido para analizar y reflexionar, un año sorprendente en el que aprendimos la importancia real que tienen en nuestras vidas la unión familiar y la solidaridad; en el cual conocimos la versión más rota de nuestra alma, pero también la más fuerte.
Este
año nos cerraron los templos, pero construimos uno en cada uno de nuestros
hogares. Aprendimos a orar por el prójimo y dejamos a un lado pedir solo por
los nuestros. Un año en el que muchos perdieron a familiares, amigos, a seres
queridos e inolvidables producto de la pandemia e incluso otras causas no menos
dolorosas.
Un
año con muchas caras, por las distintas visiones, incluso por las que no ven
nada positivo. Fue la muerte de una etapa y el nacimiento de otra llena de
esperanzas, con muchas facetas. Ciertamente, fue un año atípico, lleno de
retos, que nos deja de enseñanza que nuestra felicidad no depende de las
circunstancias, y donde una vez más demostramos que somos del tamaño del
compromiso que se nos presenta; definitivamente un año que nos deja una gran
fortaleza espiritual, y que no importa tu clase social, si eres una potencia
mundial o no, que todos somos vulnerables, y por lo tanto debemos apreciar la
vida, ya que no sabemos cuánto nos durará, pero si nuestra fe en Dios es firme
y creemos en su palabra, somos bendecidos.
Un
año que puso a prueba nuestra capacidad de resistencia y adaptarnos a los
cambios. Si me tocara definirlo en una palabra sin duda alguna sería:
Resiliencia, pero además agradecimiento por ser de los afortunados que seguimos
sanos y con vida.
Estos
-hasta ahora- nueve meses en pandemia, ha significado que reinventarse ante la
adversidad, por muchos planes que uno tenga, la última palabra la tiene Dios, y
seguramente nos servirá para ser mejores seres humanos.
Muchos
pensamos que 2020 sería el año en el que tendríamos todo lo que queríamos.
Ahora sabemos que 2020 es el año en el que apreciamos todo lo que tenemos; lo
importante de la convivencia, del compartir, de los afectos. Marcó un hito
importante en cada uno de nosotros, de mucha reflexión sobre la humanidad, en
el que nosotros los venezolanos en particular sacamos lo mejor de cada uno de
nosotros; esa constancia, ese valor, ese coraje y espíritu de lucha para romper
paradigmas, reinventarnos y obtener a través de esta experiencia mundial ese
crecimiento interior.
Se
ha reunificado la familia, mucha gente exploró y desarrolló nuevos talentos,
otros su espiritualidad, hay más conciencia sobre el cuidado del medio
ambiente, aprendimos a valorar más el aquí y el ahora. Nos mostró el valor de
la vida, nos enseñó que no debemos dar nada por sentado, que somos seres tan
frágiles y vulnerables que debemos unir esfuerzos y luchar juntos. En 2020
perdimos, pero también aprendimos. ¡Allá vamos 2021!
Si algo debemos rescatar del 2020, es que nos enseñó quienes son las personas que estuvieron ahí en las buenas y se quedaron en las malas. Este año le quitó la careta a muchos, pero también nos mostró el mejor rostro de otros. Definitivamente: ¡Qué gran lección!
Omar A. Ávila H.
dip.omaravila@gmail.com
@OmarAvilaVzla
Venezuela
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