La Contraloría General, tan eficaz a la hora de inhabilitar a líderes opositores porque supuestamente han malversado los fondos públicos, debería exigirles cuentas a quienes condujeron ese parapeto. Esos señores tendrían que explicar de qué sirvió el presupuesto que se le asignó a ese organismo elefantiásico para pagar las dietas, pasajes y viáticos del aquelarre que se reunía en el Palacio Federal. Después de varios años de funcionamiento, no redactaron ni siquiera un borrador de constitución. El tiempo y el dinero fueron utilizados para actuar en comandilla con el Tribunal Supremo de Mikel Moreno, hostigar a la oposición, perseguir a sus líderes e intentar darle algún viso de legalidad a un régimen despreciado por la inmensa mayoría de los venezolanos y el mundo democrático.
La constituyente cubana, como se le conoce en el argot popular, fue la respuesta fraudulenta que el régimen articuló ante la arrolladora victoria parlamentaria de 2015. Además, sirvió como armisticio entre Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, de modo que este personaje conservase algún bastión en el Estado, después de su derrota vergonzosa en las elecciones legislativas de 2015, cuando no logró obtener la curul por Monagas.
Ahora el pacto entre los barones del PSUV cambió de escenario. Decidieron que había que finalizar la comedia representada por la constituyente armando otro decorado. Las elecciones legislativas previstas para 2020 fueron el teatro perfecto: estaban previstas en la Constitución y no representaban ningún peligro para el régimen porque no comprometían la presidencia de Maduro, ni la continuidad de los rojos en el poder. Se pusieron intransigentes a la hora de ceder en las condiciones exigidas por la Unión Europea y por la Ley del Sufragio, le arrimaron la brasa a unos señores que estaban esperando la oportunidad para escalar por la ruta más corta, les confiscaron los partidos a sus genuinos dirigentes y, con todos estos componentes, montaron el sainete del domingo 6 de diciembre.
Lo que Maduro y su gente no lograron anticipar fue el nivel tan alto de abstención que, según todas las predicciones, va a producirse. No es lo mismo montar la tramoya de la constituyente con 85% de abstención, que hacer lo mismo con la Asamblea Nacional. Para darle a este foro una cierta dignidad es necesario que acuda una sólida masa de votantes a sufragar. Aunque en Venezuela no existe quórum aprobatorio, y los diputados se eligen con cualquier volumen de asistentes, el gobierno necesita un piso mínimo para decirles a sus aliados internacionales y al mundo democrático que él es expresión de la voluntad popular, si no mayoritaria, al menos de una porción significativa. La abstención perjudica a Nicolás Maduro. Le niega la posibilidad de maquillarse. De allí su preocupación. Los más cínicos del régimen dicen que a las urnas acudirán millones de venezolanos. Sin embargo, in péctore en el PSUV saben que la realidad es totalmente distinta.
Así serán las cifras reales manejadas por el Gobierno, que Cabello y Maduro se han lanzado con dos declaraciones explosivas. El primero dijo, con el estilo insolente que lo caracteriza: “el que no vota, no come” (cuando la cosa debería ser al revés: ‘el que no come, no votar’). Quiso decir que quien no vaya como un corderito a los centros de votación, no recibirá las cajas CLAP. Él, antiliberal convicto y confeso, privatizó esa transferencia financiada con recursos públicos, y la utiliza como instrumento para chantajear e intimidar a los más pobres. En verdad
La otra confesión es de Maduro. Señaló que si pierde en las parlamentarias dejará el cargo. Por supuesto que se trata de una declaración farisaica. De una apuesta con los dados cargados. Sabe que en las condiciones actuales, la única organización capaz de acarrear gente, movilizarla y extorsionarla es el PSUV. Todas las demás agrupaciones carecen de fuelle. Las elecciones, además, no poseen ningún atractivo. El futuro del régimen no está en cuestión. Maduro también está consciente de que debe colocarle un grano de pimienta a esa ensalada tan desabrida. En medio de la crisis tan grave que vive el país, la propaganda electoral, las entrevistas y los debates transcurren como si viviésemos en Suiza. Maduro sabe que si él se convierte en carnada, algunos peces desesperados por el hambre y los deseos de acabar con el tiburón, podrían terminar de morder el anzuelo. Terminarán votando. Ilusiones de un ser desesperado por darle alguna trascendencia a esa quimera electoral.
Al final, el país irá a unos comicios en las que se abstendrá la inmensa mayoría de los venezolanos -al igual que en 2017´- y de las urnas saldrá un parlamento que será tan dócil e inútil como la constituyente cubana.
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Venezuela
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