I
Lo que
muchos están viviendo en la actualidad por el fastidioso covid-19 es lo que los
venezolanos han estado viviendo desde hace por lo menos 10 años, cuando
nuestros hijos comenzaron a abandonar su tierra.
Por
eso las comunicaciones a través de Zoom, las videollamadas, la ausencia y el
hueco en el corazón son cosas que los venezolanos han tenido que asimilar con
el mayor coraje del mundo. Entenderán esto los pueblos que tradicionalmente se
llaman inmigrantes.
Lo que
sucede es que nuestra inmigración es más un desplazamiento forzado, porque
aunque haya habido quien planeara irse a estudiar, a recorrer otras tierras y a
probar suerte, la mayoría lo ha hecho casi con una pistola en la sien. Vida o
muerte.
II
La
familia se ha vuelto pedacitos. Pequeñas islas que se anclan aquí y allá. Y
aunque no tuve a mis primos cerca porque vivían en otras ciudades, para mí era
natural reunirme con ellos y celebrar logros y bendiciones. Por eso nunca me
imaginé que los niñitos iban a crecer y hacer sus vidas sin que los viera de
cerca.
El
primero fue mi ahijado con sus ojos dulces. No pudimos estar cuando se casó
porque lo hizo en otro país. Cualquiera puede decir que es un paso más en la
vida, pero cuando uno los ve crecer y hacerse seres humanos de bien, lo que
quiere es atestiguar sus logros y celebrar su felicidad.
Luego
fue mi muñequita grande. Si Venezuela hubiera sido otra, los preparativos para
su boda habrían sido fastuosos, llenos de alegría, ensayos, reuniones y
brindis. A ella le tocó el covid y una Venezuela llena de parches y retazos.
Gracias a mi muñeca grande celebramos en diciembre, pocos pero felices. Y pude
abrazarla y decirle que le deseo la felicidad inmensa. Pero se fue. Comenzó su
nueva vida muy lejos y aunque sabemos que estará bien, no es lo que me hubiera
imaginado cuando ella nació, porque pensamos que compartiríamos con ella todos
los momentos de su vida.
El
corazón es grande y volveremos a reunirnos.
III
Ahora
le toca al colega. A ese bebé que vestí en el quirófano apenas nació y que tuvo
que salir del país para evitar que la tiranía le pusiera la mano de nuevo.
Su
valentía y su inteligencia lo han hecho perseverar en su plan de construirse
una mejor vida, como todos los niños de la familia. Y aunque no pueda darle un
abrazo con mi bendición, le mando a mi chiquita para que sepa que el amor viaja
millones de kilómetros y que como familia la distancia nos une.
No es
lo que hubiéramos querido ni lo que los venezolanos y sus familias merecen.
Pero pronto estaremos todos juntos.
amatute@el-nacional.com
@anammatute
@ElNacionalWeb
Venezuela
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