Las formas vaciadas de contenido, propias de la
racionalidad instrumentalizada, ocultan tras su aparente neutralidad y sus
presupuestos “universales” la misma violencia inmanente a la barbarie. De
hecho, ella misma es barbarie reflexivamente sublimada y elevada a modo de
vida, bajo cuyo dominio aún subsiste, clandestinamente, el ser de la civilidad.
Del antiguo Bar-Bar de los griegos va quedando poco. Para ellos, un barbaroi
designaba a todo aquel que no hablaba griego. Pero el hecho de no saber hablar
griego no lo convertía en un extranjero (xénos). El bárbaro propiamente dicho
designa a un cierto tipo de población extranjera carente de organizaciones
representativas, regido por poderes autocráticos o por un mandato de linaje
impuesto sobre los fámulos (de donde proviene el término “familia”). Se trata
de pueblos en los que no existen leyes igualitarias ni libertad de expresión,
es decir, de pueblos carentes de ciudadanía. Y así lo asumieron los romanos de
la República, antes de la construcción del Imperio. De hecho, barbarus es un
modo de nombrar a todo aquel que desconoce por completo el significado (el contenido)
de las palabras justicia y libertad. Pero el movimiento espiral de la historia
es indetenible y las relaciones sociales van dejando marcadas sus huellas con
el paso del tiempo.
Al penetrar otros territorios para “llevar la palabra”
y ampliar las fronteras, el Imperio fue asimilando progresivamente las formas,
los usos y costumbres, de los conquistados. Después de todo, el “llueve” o “no
llueve” no funciona en la historia viva, a menos que sea impuesto como “ley” y
que sustituya la realidad, que es, de hecho, una expresión “clara y distinta”
de barbarie. Y fue entonces que se comenzó a dar por sentado el “nosotros” y el
“ellos”, hegémone visible mediante el lenguaje, que ya desde entonces reflejaba
la inversión especular del sí mismo en el otro. “Nosotros”, los racionales, los
justos, los educados. “Ellos”, los irracionales, los crueles, los ignorantes.
El veneno había surtido efecto, y ahora, la “palabra” comportaba un nuevo
significado, hasta hacerse barbarie ritornata. El entendimiento abstracto iniciaba
su dominio sobre el mundo, guiado por las manos manchadas de tinta de la
escolástica, la madre putativa de la Ilustración.
La fiereza y crueldad de la barbarie ya no es
exclusividad de “los otros”. Quienes creen poder formar profesionales
universitarios eliminando la investigación científica, la formación clásica y
la autonomía, sustituyéndola por el “caletre de memoria”, la “didáctica” y la
“metodología”, es decir, por un conocimiento sin conocimiento, un mero
requisito formal para obtener un “título” de “tapa amarilla”, con el fin de
incorporar a los futuros “profesionales” y “técnicos” a un mercado laboral
ficticio o para engrosar aún más la miserable burocracia, ni sabe qué es
educar, ni tiene idea de lo que es una universidad, ni le interesa. Después de
todo, la barbarie ha terminado por convertirse en el sentido común del
presente, el más común de todos los sentidos, la auténtica lepra de la llamada
civilización contemporánea, la “barbarie leprosa”.
La demediación -el partir o dividir en mitades, propio
del entendimiento abstracto- es la objetivación de la conciencia desgraciada
del mundo contemporáneo, la más palmaria expresión de la pobreza de Espíritu
que gobierna sobre el ser social de la época. La hegeliana Gebrohene mitte. El
“otro”, el enemigo de la civilización, el ente irracional y feróz, se ha
internalizado: es el calvario que la actual civilización lleva por dentro. ¿Qué
puede quedar entonces del viejo término de bar-bar en medio de este progreso
regresivo, en el que las fuerzas productivas de la sociedad se han transmutado
en fuerzas cada vez más destructivas? Pareciera que no solo la barbarie se ha
civilizado sino que la civilización se ha barbarizado. Es el respetado -temido-
gánster vestido de regia seda en su mansión o en su camioneta blindada, y que
de lunes a viernes atiende sus “negocios” desde el palacio presidencial, el
tribunal supremo o el parlamento. Es el reconocimiento y la
institucionalización del terrorismo de Estado.
La barbarie ha devenido hija de la civilización, en tanto
que esta última ha devenido razón instrumental. La neutral enseñanza de cómo se
enseña, sin que se sepa qué se está enseñando, la utilización de presuntos
“mapas” o metodologías de la realidad social y política, que luego la
convierten en un dato sin importancia, a los efectos del procesamiento de datos
y la simbolización binaria, ni son neutras ni, mucho menos, inocentes. El mejor
modo de destruir una sociedad consiste en aniquilar el ente generador del saber
autónomo. Las universidades tienen que ser desplazadas por instituciones en las
cuales ni se ponga en duda lo existente ni se encuentren soluciones para los
grandes problemas que aquejan a la sociedades. Ya no hay verdades por
descubrir. Eso es un invento humanista. Cosa del pasado. La barbarie vive. La
lepra de la civilización sigue.
jrherreraucv2000@gmail.com
@jrherreraucv
Venezuela
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