Era ya el final de la mañana, y entre las
mesas todas ocupadas en la famosa heladería 4D, en la concurrida avenida 4 de
mayo, en la isla de Margarita, nos quedamos un buen rato conversando mientras
decidíamos dónde poder almorzar. Nos decidimos por un comedor vegetariano, en lo
alto de un edificio al doblar la esquina, a sugerencia de mi amigo, Ángel,
quien profesaba unas creencias sobre la transmigración del alma a través de las
ingestas frugales y vegetales.
En la alegre charla descubrí que ese nuevo
personaje había concurrido con nosotros en un mismo lugar, la insufrible e
histórica Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Teníamos
poco más de 18 años de no vernos. Mientras Ángel ordenaba las coordenadas del
tiempo para lograr conectar con la isla del presente, el personaje que estaba
sentado a mi lado, de pronto alzo el maletín, lo colocó en la pequeña mesa,
apartó sellos húmedos, papeles y copias al carbón, libretas de pago, una
grapadora, y demás rudimentos oficiales, y del fondo sacó un libro. Después de
escribir algo en él, me lo entregó.
-Esto es para ti, mi olvidadizo amigo.
Nosotros nos conocimos en la Escuela a mediados de los años setenta, ¡para que
no te olvides de mí, chico! Después todo fue una peladera de dientes, entre
risas, recuerdos, menciones de otros amores, preguntar por viejos amigos,
profesores, hasta ese presente que ya tiene más de 24 años de aquel día. Día
que se alargó en más de dos en celebraciones, entre el mediodía de su salida
del trabajo y escaparse o acompañarlo en su recorrido de centros comerciales y
locales, oficializando cancelaciones o multas.
Ahora tengo otra vez su libro entre mis
manos, El ángel innumerable, de Carlos Cedeño Gil, (1952-2021), libro que fue
premiado en el Concurso de Poesía “Madre Perla”, en 1992 y editado por Fondene,
1993.
Termina su dedicatoria, así: “…antiguo
compañero en cualquier lugar donde la poesía y el amor convivan su aventura de
riesgo y dioses. Afectuosamente, El Ángel Innumerable de Carlos.”
Lo leí inicialmente cuando, regresando una
noche a tierra firme, después de ese largo encuentro, tuve que pernoctar toda
una madrugada, frente al embarcadero de Porlamar, para salir rumbo a Cumaná en
un viejo ferry que solo transportaba camiones y gandolas. Mientras veía a los
recios choferes encontrarse e intercambiar sus botellas de ron y guarapitas, mi
mirada se alargó hasta el frente de la larga fila de vehículos y se detuvo,
mientras afinaba el oído para escuchar a un Javier Solís que dejaba salir su
voz melodiosa y melancólica, entre un grupo de hombres sudorosos, semidescalzos
y sin camisas, que, botellas en mano, permanecíanhipnotizados por esa ternura
de voz. –¡Échese una, hombre!No ve que es mejor escuchar el mal querido tomando
ron. Lo agradecí, también por escuchar al trovador, ChelíasVillarroel y a
Francisco Mata, y allí permanecí gran parte de la noche larga. Después, regresé
a mi camioneta y con el ron entre los labios, me dediqué a leer el libro de mi
viejo amigo.
Ahora, releo otra vez ese incandescente libro
y me asaltan las olas (alas de un ángel) de una obra en verdad luminosa,
esplendorosamente viva en sus imágenes que traen el viento fresco de la mar
eterna, que es memoria, encantamiento y lucidez.
Porque este libro es un cuerpo vivo, sensual, construido desde la riqueza idiomática poblada de sabores, colores, de memoria y resquicios. –Este es el otro ángel, más rebelde y caribeño, que Rilke dejó atrapado en el castillo de Miramar, en Trieste. Sonreímos mientras terminamos nuestro vegetariano almuerzo, tan soso y desabrido.
Así habla la voz poética de Carlos Cedeño
Gil: “A qué Dios imaginas reinando/ En parajes donde impera la vastedad del
agua y la nostalgia/ Al sumergido anclaje de la melancolía/ O al nombre grabado
entre ventiscas/ Cuál voz ocultas/ Entre oquedades de pajuelas errantes/ El
misterio encerrado en tu mirar profundo/ Cuál lenguaje y qué gesto tiene el
viento y su imagen/ Codiciados espejismos de mar/ Irradiando aquel verdor
paisaje y su música/ Donde doras tus senos al alba/ Sobre aquel cuerpo desnudo
la memoria detiene su viaje.” (Dios memorable).
Muy temprano partió mi amigo, Carlos Cedeño
Gil. Sin embargo, además de este libro del cual comentamos, El ángel
innumerable, también publicó: Poema sencillo, Bajo la sombra del vuelo, Poemas
de la mujer de otro sueño, Socaire. Fue merecedor de varios premios literarios,
entre los cuales mencionamos: Premio de Poesía, Luis Castro, Finalista del
concurso de cuentos Empresas Polar, Premio de Poesía, José del Valle Lavaux,
Premio de Poesía, José del Carmen Rosa Acosta.
Hoy debo borrarlo de mi lista de poetas con
quienes deseo conversar, dialogar, entrevistar, y que, por tantas otras
razones, han sido olvidados por la ventisca del momento. Sin embargo, su poesía
es luz de talismán que descubre una obra de revelaciones, elegante, sensual y
de claros amaneceres, donde la imagen de un ángel dibuja la sonrisa del eterno
enamorado de la vida y sus instantes.
camilodeasis@hotmail.com
@camilodeasis
Venezuela
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