Bolívar, al enterarse del asesinato de Sucre, se
sintió profundamente afectado y exclamó: ¡¡Santo Dios Se ha derramado la sangre
de Abel¡¡
Sobre la vida de Antonio José de Sucre, (1795-1830) el
glorioso cumanés, se han escrito numerosas obras en las que lo consideran y
califican como uno de los más completos militares de nuestra historia y de la
de los países bolivarianos, en cuyos campos de batalla dejó profunda huella de
sus victorias sobre ejércitos realistas que los subyugaban, y obtuvieron de
seguidas su independencia.
Su entrega a la causa independentista desde temprana
edad y luego su formación, hizo de Sucre un destacado político, diplomático,
estadista y militar, tal como se revela cuando la División Protectora de Quito
formada tras la independencia de Guayaquil que tenía como misión fundamental la
independencia de los pueblos de la Real Audiencia de Quito, en la que inició su
victoriosa campaña con un gran triunfo en la Batalla de Yaguachi o Cone (19
agosto 1821) y tras sufrir el único revés en su carrera militar en Huachi (12
de septiembre 1921), la campaña del Sur culminó con la Batalla de Pichincha (24
de mayo 1822), en la que fue derrotado el ejército realista. Pocas horas
después, el Mariscal Melchor de Aymerich, presidente de la Real Audiencia de
Quito, firmó la capitulación. Con su victoria consolidó la independencia de la
antigua Real Audiencia y se incorporó a la Gran Colombia, como Departamento del
Sur.
En la campaña del Perú, Sucre acompañó a Bolívar en la
victoriosa batalla de Junín (06-agosto-1824) y, al frente del ejército
patriota, venció al virrey José de La Serna en Ayacucho (09-diciembre-1824),
batalla en la que brillaron singularmente las extraordinarias sus dotes de
estratega militar. Ayacucho significó la definitiva liberación del Perú y el
fin del dominio español en el continente. El Parlamento peruano le otorgó el
título de Gran Mariscal de Ayacucho.
El Libertador dijo de Sucre esta frase: “Es uno de los
mejores oficiales del ejército, reúne los conocimientos profesionales de
Soublette, el bondadoso carácter de Briceño, el talento de Santander y la
actividad de Salom; por extraño que parezca no se le conoce ni se sospechan sus
actitudes. Estoy dispuesto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me
rivalizará”.
De sus extraordinarias dotes como diplomático el más
importante legado de Antonio José de Sucre fue la Doctrina que lleva su nombre,
la cual fue aplicada después de su victoria en la Batalla de Ayacucho, pues
otorgó a los vencidos unas condiciones que muestran su generosidad, que puso de
manifiesto también en la Batalla de Tarqui, cuando empleando su proverbial
magnanimidad suspendió la persecución de las tropas derrotadas y se abstuvo de
imponerle condiciones lesivas a su dignidad y honor en el llamado Convenio de
Girón.
La vida del Gran Mariscal de Ayacucho, el Prócer más
puro de la Independencia Americana, como lo define el General de Brigada (Ej.)
e historiador Eumenes Fuguet Borregales, constituye sin duda alguna un
paradigma extraordinario para las generaciones que le sucedieron. Su tránsito
terrenal culmina con el vil asesinato de que fue víctima el 4 de junio de 1830
en la montaña de Berruecos, Colombia, cuando se dirigía desde Bogotá a
encontrarse con su esposa y su hija, en Quito, Ecuador.
Su viuda, la quiteña doña Mariana Carcelén y Larrea,
Marquesa de Solanda y Villaroche, le escribió una carta al asesino intelectual,
el General José María Obando, con unas sentidas palabras, que por su
extraordinario contenido humano transcribimos seguidamente:
“Estos fúnebres vestidos, este pecho rasgado, el
pálido rostro y desgreñado cabello, están indicando tristemente los
sentimientos dolorosos que abruman mi alma. Ayer esposa envidiable de un héroe,
hoy objeto lastimero de conmiseración, nunca existió un mortal más desdichado
que yo, no lo dude, hombre execrable, la que le habla es la viuda desafortunada
del Gran Mariscal de Ayacucho, heredero de infamias y delitos, y aunque te
complazca el crimen, aunque él sea tu hechizo, dime desacordado: ¿para saciar
tu sed de sangre era menester inmolar a una víctima tan ilustre, una víctima
tan inocente?.¿ninguna otra podía saciar tu saña infernal?. Yo te lo juro, e
invoco por testigo el alto cielo ”un corazón más puro y recio que el de Sucre,
no palpitó en pecho humano”. Unida a él con lazos que solo tú bárbaro, fuiste
capaz de desatar, unida a su memoria por vínculos que tu poder maléfico no
alcanza a romper. No conocí en mi esposo, sino un carácter elevado y bondadoso,
un alma llena de benevolencia y generosidad”..
“Más yo no pretendo hacer aquí una apología del
general Sucre, ella está escrita en los fastos gloriosos de la Patria. No
reclamo su vida, pudiste arrebatarla, pero no restituirla, tampoco busco la
represalia. Mal pudiera dirigir el acero vengador, la trémula mano de una
mujer. Además el Ser Supremo, cuya sabiduría quiso por sus fines inescrutables
consentir en un delito, sabrá exigirte un día cuenta más severa”
“Mucho menos imploro tu compasión, pues ella me
serviría de un cruel suplicio. Solo pido que me des las cenizas de tu víctima.
Si dejas que ellas se alejen de esas tórridas montañas, lúgubre guarida del
crimen y de la muerte y del pestífero influjo de tu presencia, más terrífica
todavía que la muerte y el crimen”.
“Tus atrocidades hombre inhumano, no necesitan nuevos
testimonios. En tu frente feroz está impresa con caracteres indelebles la
reprobación del Eterno. Tu mirada siniestra es el tósigo de la virtud, tu
nombre en el epígrafe de la iniquidad y la sangre que enrojece tus manos
parricidas, el trofeo de tus delitos. ¿aspiras a más?”
“Cédeme pues los despojos mortales, las tristes
reliquias del héroe, del padre y del esposo y toma en retorno las trémulas
imprecaciones de su Patria, de su huérfana y de su viuda”.
El 12 de diciembre de 1823, el Gran Mariscal Antonio
José de Sucre, en carta dirigida al General Trinidad Morán, le manifiesta:
“Pienso que mis huesos se entierren en el Ecuador, o que se tiren dentro del
volcán Pichincha”. Sus deseos se cumplieron y desde que 60 años después se
recuperaron sus restos, el Ecuador le rinde tributo a uno de sus libertadores,
además de Simón Bolívar, los cuales descansan en la Iglesia Catedral de la
ciudad de Quito, al lado del palacio de Corondet, sede del gobierno nacional.
Carlos E. Aguilera A
@ToquedeDiana
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
Venezuela
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