¿Qué pasará después de las elecciones del 21N? Meses atrás era proclive a pensar que vendría una larga marcha por el desierto hasta las presidenciales de 2024, pero el diálogo de México podría abrir opciones diferentes.
Quienes participaron en procesos electorales cada vez que apareció el tragiridículo fantasma abstencionista, jugaron inteligente y valientemente para contrarrestar la dinámica implícita hacia la “cubanización”, vulnerada ahora también desde dentro del chavismo. Se demostró que lejos de no “haber condiciones” en 2005, no las tenían para el oficio eran los políticos que argumentaron eso.
Animalada semejante se cometió en 2018, y al decir de Aixa, la madre de Boabdil, el Moro de Granada, hoy lloran como niñitas lo que no supieron defender. Henri Falcón y quienes lo apoyaron tuvieron el coraje de desdeñar y enfrentar un cónclave cuajado de la ingenuidad política más recia, y una lluvia de denuestos cuyos ecos y fuerza destructiva se harán sentir en los próximos resultados. El 21 se cosechará el ataque al voto y a los “alacranes”. Ahora todos lo son.
Una élite social, cultural y política de las menos aptas del continente, como ha demostrado en treinta años, es algo que se paga. La “oposición” hubiera ganado masivamente las elecciones de 2017 y las de 2018 pero el abstencionismo acabó con esos sueños estadísticos y la colocó donde gatea hoy. Pero “siempre tendremos París” o fe, porque “la esperanza es lo último que se pierde”, “la mayor oscuridad es antes del amanecer” o cualquier otra babiecada. En 2021 se cometen dos monumentales errores que también se pagarán: no reformar el sistema electoral y proponer mega-elecciones suicidas, y la prospectiva no es para tirar sombreros al aire. Ojalá en México se hablara de eso para el futuro, separar las elecciones por ley, y así tener instituciones electorales estables y de largo plazo, hundir los portaviones (gobernadores exitosos que arrastran alcaldes ineptos) y descentralizar las gestiones regional y municipal para que la gente, ya libre de la polarización, vote por quienes lo hayan hecho bien, premie lo que los gringos llaman “responsividad” del mandatario hacia sus dirigidos.
Pese a “las condiciones” (invocación de mermados mentales), el pragmatismo del voto lo vemos hoy, en primerísimo lugar en Laidy Gómez, asfixiada por el gobierno nacional con el cerco de un “protector” y ahora bajo fuego de candidaturas “opositoras” concebidas con el único objetivo de derrotarla, aunque todo indica que se impondrá heroicamente. Rafael Lacava es otro premiado por la buena gerencia y según una encuesta muy seria es el gobernador mejor valorado del país con la extravagante cifra de 78% de aceptación en Carabobo. Eso revela que su candidatura prácticamente absorbió a la oposición. Hablamos de gestiones actuales pero el pragmatismo del voto tiene otras versiones aún más interesantes. Henry Falcón tiene las de ganar en Lara contra “la oposición”, a nombre de su trabajo como gobernador y alcalde en el pasado, fenómeno que puede repetirse con Manuel Rosales (aunque parece tener problemas en Maracaibo) y aún más significativamente en Morel Rodríguez, quien ganaría en Nueva Esparta como premio a su ya cronológicamente muy distante administración.
El PSUV necesita llevar sustancia a las negociaciones luego del 21 de noviembre, cuando se sepa quién es quién y se pongan gobernaciones y alcaldías sobre la mesa, y comience la brega por levantar las “sanciones” económicas. Paradójicamente Chávez cerró y puso bombas de tiempo al país cuando el mundo estaba abierto, y hoy que el país está abierto, el mundo está cerrado. Hasta lo perros de la calle cuando ladran dicen que “las sanciones no tumban gobiernos” pero apuesto que Maduro no quiere pasar la vida como Kim Yong Il, quien pidió a la población “comer menos”, ni con un wanted en todas las oficinas donde recalan las diligencias del oeste, porque es demasiada incomodidad y si bien el Swisse Bank anuncia un crecimiento de 5.5 este año, se necesita el concurso del FMI y capitales masivos de Europa, Asia y EEUU para recuperar el nivel de vida. Nuestra increíble y triste historia es así. Caldera derrocó a Carlos Andrés Pérez y su programa de gobierno encabezado por Miguel Rodríguez, e instaló el primer gobierno chavista antes de Chávez.
El caos le hizo entender medianamente el daño y fabricó una contrahecha y burda versión del Gran Viraje, llamada muy soberana y patrióticamente “Agenda Venezuela” un verdadero monigote económico. Luego Chávez destruyó la estructura productiva a nombre de la lucha de clases y Maduro tienes las papas calientes. Pero para desanudar las “sanciones” tiene que negociar –negociar en serio- con los norteamericanos y no puede dar espejitos. Le podrían exigir una nueva Asamblea Nacional en 2022, y eso tendría un bajo costo porque la actual está capitis diminutio. Y luego irían por la Presidencia de la República. Descartada la figura tercermundista del Referéndum Revocatorio, -recordemos que es una mesa de negociación, no el Tratado de Versalles-, podrían convocarse unas presidenciales para 2023. Eso significaría problemas políticos muy serios para una oposición disminuida y fragmentada.
Carlos Raul Hernández
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