Por supuesto que ha fallado la dirigencia -que nos ha representado- en las diferentes alternativas de cambio que hemos tenido para librarnos de este régimen de oprobio, en el curso de estos 23 años de azote y destrucción de una nación. No queda sino seguir insistiendo -los que estamos resteados desde el principio de esta tragedia con el rescate de las libertades- en la pedagogía política que apunte a la construcción de una ciudadanía orgánica, que sea consecuente con los valores inherentes a su estado y razón de ser, que responda a sus convicciones de naturaleza y se aleje del relativismo moral de un mundo líquido acomodaticio a cualquier cosa, como la posverdad, que contraviene la verdad y se ajusta a la mentira.
El país reclama una dirigencia orgánica, alineada con una genuina vocación política que responda a altos ideales, a valores y a la fidelidad de los principios, muy diferente a la decadente profesión en que la prostituyeron, enfocada en sus intereses personales y crematísticos y dispuesta a llegar hasta los terrenos indignos de la cohabitación, dejando de lado el objetivo compartido de poner cese a la usurpación. Rechazamos a una dirigencia sin calado en principios y valores, dispuesta a ser cómplice del régimen, transigiendo en meter las manos sucias en la justicia en el reparto de 20 magistrados del espurio TSJ. Este proceso cuestionado y espurio no impacta las investigaciones que adelanta la CPI. El régimen siempre ha desconocido el debido proceso y no ha adelantado antejuicio de mérito a ningún general por lo de la gasolina. La justicia dependiente y sumisa no ha iniciado investigación de la cadena de mando. En Venezuela no hay justicia. El Estado de Derecho no es constitucional, es un Estado de Derecho criminal.
¿Y el TSJ que eligió la AN legítima no cumplía con esos requisitos?
¿Qué pasó con ellos?
Quién se hubiera imaginado al chavismo del 98 que exaltaba a los pensionados, hoy día persiguiéndolos y apresándolos por reclamar sus injustas pensiones de dos dólares.
Creemos irrevocablemente que la mejor política de Estado es el imperio de la ley. Rechazamos chapotear en los tremedales del mundo líquido en que nos quiere meter a juro la cultura de la cancelación de la verdad.
Concordamos con Juan Ramón Jiménez, el de Platero y yo, en su sentencia: «Ni el elogio me conmueve ni la censura me inquieta. Soy como soy. Nada me añade el aplauso, nada me quita el insulto». Existimos para ser, no únicamente para tener. Para desplegar una existencia digna de ser vivida.
Julio César Arreaza
juliocareaza@gmail.com
@JulioCArreaza
Venezuela
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