En Venezuela, diferir sobre la política nacional se transforma, pocos segundos luego del inicio de la conversación, en la peor desgracia posible, pues lleva casi irremediablemente a enemistarnos con quienes han sido nuestros compañeros y amigos de trabajo por años, con nuestros vecinos y conocidos y, muchas veces, con nuestros propios familiares incluidos los más cercanos. Ni que hablar del intercambio con quienes no conocemos ni somos próximos. Allí, el clima rápidamente se torna pesado, la conversación cae en palabras subidas de tono y aparecen las provocaciones, insultos y descalificaciones personales, y puede llegar hasta distintos tipos de violencia física. Se parece a lo que ocurre entre las naciones, cuando la política y la diplomacia pierden la batalla; la guerra es, guardando las distancias, una prolongación de lo que personalmente hacemos al interior de nuestros grupos sociales en situaciones conflictivas parecidas.
Pero el problema no es sólo que no se compartan opiniones y apreciaciones, pues eso es lógico y muy común en los seres humanos, incluso en asuntos ordinarios y de poca significación para nuestras vidas. Cada cabeza es un mundo, dicen. Son comunes, aun en países culturalmente longevos, los enfrentamientos humanos entre los fanáticos, así se les llama y eso son, de clubes deportivos diferentes, muchas veces con resultados dramáticos muy lamentables. Se entiende, entonces, que las desavenencias en temas complejos e importantes para nuestro bienestar personal y familiar y nuestras vidas en general tengan connotaciones mucho mayores. Y en Venezuela muchísimo más, pues existe el aderezo de dos décadas de intensa confrontación política, muy polarizada y alimentada todo ese siglo desde los gobiernos habidos y desde las fuerzas opositoras existentes.
Hoy, cada vez con mayor frecuencia, se habla del enemigo, del que hay que destruir hasta por propia seguridad, y ya ni siquiera personal sino civilizatoria. “Enemigo de los valores occidentales”, he oído argumentar y en la mayoría de los casos por diferencias en apreciaciones sobre hechos casuísticos, a las que además todos tienen derecho y eran totalmente soportables en el pasado reciente. La investigación y el conocimiento de las causas de los fenómenos ha pasado a un segundo plano, lo importante es la descalificación a priori de las posiciones que no me parecen. Se ha hecho un delito pensar distinto que lo que ordena la matriz impuesta por los medios de comunicación. Se debe permanecer callado, so pena de ser acribillado hasta desaparecer. Se confunden deseos y odios con la realidad y se niegan totalmente hechos que son más que evidentes a todos nuestros sentidos.
El conflicto armado actual entre Rusia y Ucrania ha sensibilizado todavía más la piel ya hipersensible de algunos venezolanos, quienes se han olvidado de sus problemas internos, para dedicarse en cuerpo y alma a la defensa de cualquiera de los contendientes, aunque mayoritariamente del lado ucraniano.
Pocos se han preocupado en buscar las causas de esta guerra y presentar escenarios que lleven al restablecimiento de la paz. Se ha cultivado un sentimiento contra Vladimir Putin, como si estas situaciones dependieran de la voluntad de un hombre, por más “genio del mal” que fuere. Rusia y los rusos han sido anatemizados. Sin embargo, en honor a la verdad, la locura no sólo ha sido nuestra. Una universidad italiana suspendió un curso académico sobre Dostoyevski, como una sanción al gobierno ruso por la invasión. ¡Imagínense! Aunque luego rectificó, la medida nos da una idea de hasta dónde ha llegado la situación (y de la ignorancia de las autoridades de esa universidad).
Lo más curioso es que, mientras en Twitter y otros medios no hay tregua, los enfrentados militarmente en la realidad han logrado reunirse para reducir los daños contra la población civil, creando corredores humanitarios y cesando las hostilidades en esas zonas. Esperemos que la sensatez vaya paulatinamente reduciéndole espacios a la guerra.
Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro
Venezuela
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