Ha transcurrido una década de cuando fuera a Santiago por primera vez a
convencer al candidato Sebastián Piñera de incorporar el nefasto ejemplo de
Venezuela como pedagogía electoral. Los electores chilenos debían saber del
destino que les esperaba si se inclinaban por la candidata de la izquierda
chavista.
Entonces los hornos no estaban para esos bollos. Venezuela aún no tocaba
fondo, ni Chávez terminaba por desempacar el paquete castrocomunista, ni el
mercado mundial había derrumbado los precios del petróleo. Teníamos perfecta y absoluta conciencia de
que Chávez era el mensajero de la devastación, que se hundirían los precios del
petróleo y que la deriva despótica y dictatorial del chavismo terminaría por
mostrar su tripero en cuanto se asomaran algunas dificultades en el horizonte.
Así gran parte de la oposición rechazara dicho pronóstico. Lo que tampoco era
muy necesario: Venezuela ya contaba con suficientes presos políticos y Chávez
era el clásico caudillo militarista del que no se podían esperar más que
desastres.
Pero la opinión pública estaba adormecida, chantajeada, comprada o
complacida: para ella Chávez era un justiciero que venía a corregir las
violaciones y corruptelas de la pasada democracia. Una matriz impuesta con el
favor de gran parte de la propia oposición venezolana, que corta de
entendimiento y carente de imaginación política seguía cebándose en denunciar a
la Cuarta, pretendiendo pasar agachada ante la Quinta. No fueran a despertar el
monstruo.
La muerte de Chávez y el derrumbe de los precios del petróleo, sumado al
ex abrupto de nombrar a un pobre diablo como su sucesor, han terminado por
desgarrar la venda del engaño. Hoy Venezuela ha alcanzado tales cotas de
descrédito y desprecio universales, que se ha convertido en la metáfora del
horror político: dictatorial, nepótica, represora, corrupta y narcotraficante,
sirve del contra ejemplo y brújula para no cometer el monstruoso error de
seguir su senda. Así, el gran analista cubano Carlos Alberto Montaner envía un
twit asombrado por la última consigna movilizadora de la oposición argentina en
vísperas de las cruciales elecciones presidenciales de este domingo: O MACRI O
VENEZUELA.
Debiera avergonzarnos. Sobre todo a quienes, ya mayores, sentimos en el
pasado el orgullo de pertenecer al país modelo de la democracia política,
entonces humillada y escarnecida en todos aquellos países dominados por feroces
dictaduras militares. Precisamente: siendo Argentina uno de ellos. De ser el
faro de libertad y prosperidad en la región nos hemos convertido en su mal
ejemplo. En gran medida por la inconsciencia, la inmadurez, la falta de
sindéresis y grandeza espiritual de nuestros propios ciudadanos. Y en no poca
medida, debido a la extinción de nuestra mejor generación histórica: la del 28.
Aquella que nos convirtiera en ejemplo del hemisferio.
Duele en lo más profundo haber perdido todas nuestras virtudes para
convertirnos en modelo de maldad, ineficiencia, corrupción y despilfarro. Dios
quiera que los argentinos se nieguen a seguir nuestro ejemplo. Y con Macri al
frente de su gobierno, se empeñen en liberar a la región de las garras del
castrochavismo, que acecha desde el Foro de Sao Paulo y La Habana a todos los países
del hemisferio. Así Washington y el Vaticano insistan en mirar de soslayo. En
cuanto a nosotros, no puedo menos que recordar la admonición de Simón Alberto
Consalvi:
“Hoy, como nunca, Venezuela está requerida de políticos capaces de comprender e imaginar la sociedad por venir, que tengan la sensibilidad y la formación que les permita alzarse sobre las mezquindades y los intereses de secta, que sean aptos para emocionarse con las posibilidades de hacer o de emprender una obra trascendente.”
¿Los obtendremos? De la respuesta depende nuestro futuro como Nación.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
Miranda - Venezuela
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