Se entiende por Síndrome en su acepción más simple como el cuadro
clínico que resulta de combinar diversos síntomas que conforman el sufrimiento
del “paciente” en cuestión. Venezuela está gravemente aquejada por el síndrome
de la anarquía que, de seguir acrecentándose, amenaza con fragmentarla aún más.
Basta salir a cualquier calle del país para observar un medio ambiente
deformado, perturbador y sumido en el más profundo desorden.
Lo más grave del asunto, además del evidente caos urbano, es que,
consciente o no, cedemos a veces ante esta “filosofía existencial” y la
asumimos conscientemente o no como “nueva forma de vida”. Entretanto nos
desentendemos de aspectos vitales del espíritu que conforman la civilidad tales
como la ciencia, la cultura, la economía, las artes y hasta el ocio necesario.
Ahora nuestra prioridad es “pescar comercios” que puedan proporcionarnos
alimentos o medicinas.
No hay que ser analista social para observar la expresión más diáfana de
este síndrome. Vías cerradas por antojo de cualquier funcionario o “grupo
comunitario”; vigilantes de tránsito aplicando su “propia justicia” a
“conductores débiles” y no al infractor franco; militares en funciones
policiales; motorizados exhibiendo armas sin recato, etc. Asimismo el vecino
tiene una sui generis manera de ejercer la ciudadanía: cruza la luz roja a
capricho, estaciona en aceras; arroja basuras a las calles, escandaliza a
cualquier hora, etc. Siente que puede hacerlo porque su “censor” también está
sumido en anarquía.
Particular interés tiene el asunto del Poder Judicial por ser la columna
vertebral del sistema republicano y pivote en cuyo entorno gira la ley que rige
al particular y a toda la sociedad integrada. Es ésta la instancia que debe ser
la recurrida por el ciudadano cuando por ejemplo busca restituir sus derechos
ante los desafueros provenidos de la “alta coyuntura”. ¿Está el actual sistema
judicial en capacidad de cumplir esa función?
Sociedades en las que cada quien se rige por códigos propios, como
algunas tribus disociadas del concepto de Estado Integral en algunas regiones
de áfrica, no aplica la probidad legal. Ese estatus individualista se asemeja a
lo que hace muchos años algunos teóricos de la jurisprudencia del derecho
denominaron “El extraño Procesal”. En este concepto privatista los actos
procesales quedaban a merced de las partes y no por probidad de la ley
dilucidada ante algún juez.
Bajo este desmedido esquema evidente en Venezuela, nace la incertidumbre
jurídica, el uso y abuso del de los procesos para fines personales por aquellos
con poder para forjar la justicia a capricho. Aplica así la ley del más fuerte,
del que tuviere el poder, para acelerar o retardar los enredos incidentales
propios de cualquier querella, impedir que sea desmarañada y se eternice
“cuando convenga”.
¿Cómo puede concretarse un entuerto así? El actual régimen con
frecuencia modifica o cambia Ordenanzas, normas, leyes especiales y orgánicas,
sin importar el revoltijo social y jurídico que ello ocasiona. Los amaños
pseudo legales, como los recurridos desde hace 17 años para adaptarlos al
“socialismo”, han tenido efectos demoledores para la estabilidad social y
representativa del país.
El cambio de disposiciones tradicionales por otras “revolucionarias” ha
incrementado la escasez, criminalidad, inflación y violencia, entre otros. Ante
la ineficacia de estos procedimientos forzados, el gobierno recurre a la
coerción que trae más anarquía. El presidente no ha entendido, luego de 17
años, que cualquier expectativa de resolver conflictos fustigando “a todo el
mundo”, especialmente al comercio, lejos de solventarlos los agrava.
Con cada intervención restrictiva se genera más incertidumbre.
Ciertamente, la sociedad venezolana, afectada por el síndrome de la anarquía,
se comporta a veces como un ente vasallo al suponer que sus expectativas de
mejorar quedan reducidas de por vida a meras pretensiones. Entretanto los
careos colectivos, sobre todo en las colas, asumen cada día formas más
violentas.
¿Estamos condenados a la relegación de por vida? De ninguna manera. El
estatus social de cada individuo y del medio habitual en que se mueve, sobre
todo en esta época cibernética, no viene prescrito de forma automática por
imposiciones ideológicas. Nadie puede ser sometido a un estatus fijo de manera
fatal. Pudiera ocurrir excepcionalmente en ciertas minorías segregadas.
Afortunadamente para el país, la mayoría no se siente segregada y va a votar el
6-D buscando un cambio que lo incorpore al desarrollo y así marcar el inicio
del fin de esta anarquía destructiva.
Miguel Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
Miranda - Venezuela
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