Han filmado una
suntuosa película con la aprehensión del sobrino y el ahijado de la pareja
presidencial. Esta historia cuenta con extravagantes narcos portando pasaportes
diplomáticos, aviones de lujo, yates y hasta agentes encubiertos. Quizá
extrajeron sin mesura un polvoriento capítulo de la serie “Miami Vice” o la
realidad nacional sobrepasa la capacidad creativa del más suspicaz guionista.
Los sendos aprendices
de narcotraficantes, con la cara lavada del abuso, se aprestaron a pasar su
mercancía en la desprovista isla de Haití, haciendo semejante transacción nada
más y nada menos que con los estupendos negociadores de la DEA, quienes les
efectuaron un pormenorizado seguimiento a sus fechorías, dando al traste con el
acto delictivo y el posible suculento botín.
Pero los dos jóvenes,
Efraín Antonio Campos Flores (ahijado de Maduro) y Francisco Flores de Freites
(sobrino de Cilia), deberán vivir los próximos años tras los barrotes de la
justicia norteamericana, más allá de las acusaciones por narcotráfico y
sucumbir por su ingenuidad al venderle 800 kilos de cocaína a agentes
encubiertos de la Agencia Antidroga de Estados Unidos, por lograr efectuar un
acto de burla al pueblo venezolano e irrumpir con descaro en el fango de su irreprimible
deseos de codicia.
Cualquier variedad de
versiones saltaron en las primeras noticias. Se decía que pensaban camuflar la
droga en latas de atún para su envío a EEUU. Que si eran hijos, sobrinos,
ahijados y qué cantidad de apelativos para estos sujetos irreverentes de las
leyes, a quienes podría apuntársele una acusación adicional a su libreta de
trastadas y acciones punibles, como es la de ser unos atolondrados ingenuos.
Ahora los personeros
del gobierno tienen los alegatos patas arriba. No saben si callar, calificar
como falsa la premisa o esconderse de las desaforadas dudas del descaro
familiar. Suena burlesco señalar que estos sujetos se tomaran el atrevimiento
de vender latas de atún al estremecedor sobreprecio de los estupefacientes.
Mientras estos
personajes acaparaban sus laticas de atún blanco y se presentaban como
bachaqueros de la alta alcurnia del narcotráfico, el secretario general de la
OEA, Luis Almagro, despotricaba de la posición de Venezuela por no contar con
calificados observadores internacionales para los comicios parlamentarios de
diciembre, comunicando su desconcierto en una carta que le dio la vuelta al
mundo en pocas horas.
La abultada misiva
contentiva de 18 páginas dirigidas a la presidenta del CNE, Tibisay Lucena,
magullaba con certeza la posición de la representante electoral, por su
negativa a contar con estos observadores para el monitoreo y velatorio de un
proceso correcto, además de dejar en duda la libertad de expresión en nuestra
nación.
Por fin se revitaliza
este organismo internacional, ante el acostumbrado mutis que dejaba al garete
cualquier acto trascendental o hecho acaecido en el país. Almagro no tuvo
reparos para apuntalar una opinión contundente, instando a brindar las
garantías para que las dificultades y los problemas puedan superarse y soltó
una frase clara sobre el venidero proceso electoral: “frente a la más mínima
duda sobre el funcionamiento de la democracia, nuestro deber, el suyo Señora
Lucena y el mío, es dar garantías para todos y no desviar la vista ni hacer
oídos sordos a la realidad que tenemos frente a nosotros".
Ahora tenemos el
despliegue de la DEA y la OEA se sumó al SOS. Estos dos hechos de la semana
pasada sirven de peculiar preludio a lo que será una diminuta campaña
electoral, colocando en entredicho la diafanidad de un gobierno envuelto por
fantasmas impasibles del desconcierto y si las instituciones se calan la
cachucha de la democracia a su conveniencia. La ruleta gira y la apuesta debe
dirigirse hacia un cambio sin precedentes este 6 de diciembre.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Zulia - Venezuela
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