Las cadenas son una violación
masiva de Derechos Humanos, si se considera que la libertad de expresión y
comunicación son derechos humanos fundamentales. Importa poco que éstos sean
despreciados por un acuerdo tácito de élites porque siguen siendo
irrenunciables, no taxativos y su catálogo es tan elástico como la osadía de
los tiranos.
Por un lado, cuando uno solo
acapara el espectro radioeléctrico excluye a los demás del acceso a un medio al
que todos tienen idéntico derecho; por otro lado, les está privando de la
posibilidad de elegir lo que quieren ver u oír y, en la mayoría de los casos,
obligándolos a ver y oír lo que no quieren.
De manera que la violación es
doble: una, impidiendo hacer lo que se quiere; la otra, obligando a hacer lo
que no se quiere. Ambas son atropellos intolerables, pero lo primero que llama
la atención es la escasa resistencia que despiertan, sea en los afectados
directos, esto es, la población usuaria; luego en la élite dirigente, el
liderazgo político y los hacedores de opinión que también son afectados
directos; por último, de los medios mismos que, en principio, son negocios
privados.
Para poder explicar una situación
tan incomprensible habría que apelar a un poco de historia, que en nuestro caso
resulta muy sencillo porque desde su fundación Venezuela siempre ha estado
regida por caudillos militares que nunca han tenido el menor respeto por las
opiniones de los demás.
Pero luego ha estado dirigida por
caudillos civiles de ideología socialista, sea marxista o cristiana, que
tampoco han mostrado ninguna atención por las opiniones ajenas, al contrario,
el afán de homogeneidad y nivelación de la opinión han sido siempre objetivos
íntimamente acariciados y explícitamente declarados.
Las cadenas, hay que reconocerlo,
son un legado del período democrático, lo mismo que las confiscaciones,
expropiaciones y el llamado “fin social de la propiedad”; pero claro, como en
todos estos casos, antes se ejercían con moderación y dentro de parámetros de
cierta legalidad y racionalidad, única diferencia tangible entre socialismo y
comunismo.
Esta es otra demostración, si
hiciera falta alguna, de que el chavismo no es otra cosa que la etapa superior
del adequismo, es decir, una suerte de exacerbación de los vicios pasados,
dentro de los que hay que incluir la corrupción, el nepotismo, el sectarismo y
el más olímpico desprecio por las demás personas, incluso, por supuesto, sus
derechos a tener una opinión libre y responsable, basada en una información
independiente.
Así puede explicarse, de paso, el
porqué la oposición oficial no protesta por las cadenas sino muy por el
contrario, muestra una suerte de satisfacción al participar en ellas, como si
prefiguraran lo que sería su propio gobierno, teniendo en sus manos las
posibilidades de arbitrariedad y abuso consolidadas en estos años de tiranía
militar comunista.
Todos demonizan al unísono la
palabra “privatización” como un anatema mortal; ninguno dice que haya que
eliminar el control de cambios, ni de precios, el monopolio estatal sobre la
industria petrolera o cualquier otra, dar libertad económica o cualquier libertad, porque eso sería “liberalismo” que,
como se sabe, está proscrito del leguaje oficial, tanto del gobierno como de su
alternativa democrática.
Debe observarse que la oposición
se define democrática pero aclara que no es liberal, lo que es significativo
considerando, por ejemplo, que la República Democrática Alemana, de Vietnam o
del Congo, entre otras, ponen de relieve que comunistas y demócratas han
encontrado un denominador común: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo como coartada para la tiranía perfecta.
De manera que no debe abrigarse
la menor esperanza de que el “¡abajo cadenas!” tenga algo más que el
significado simbólico de himno para ser canturreado cuando convenga.
Habrá cadenas para todos y para
rato.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
Caracas - Venezuela
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