"Podemos hacer conjeturas respecto de nuestras
acciones en el futuro pero, dada las circunstancias cambiantes, sólo conoceré
la información de mí mismo una vez que he actuado…En este sentido es que Hayek
sostiene que el intervencionismo estatal es básicamente un problema de
presunción del conocimiento"[1]
Esto implica lo que el mismo F. A. v. Hayek ha llamado
La fatal arrogancia dando título a su último gran libro. El intervencionista -y
por extensión el socialista, que no es sino un intervencionista de más amplio
alcance- presupone "conocer" todos los detalles de la vida de todos y
cada uno de nosotros. Y en esa jactancia del conocimiento de qué es lo mejor
para otros, se cree totalmente autorizado para intervenir, dirigir, corregir,
prohibir, permitir lo que al intervencionista le parece lo más adecuado para
los demás.
Lo más paradójico del asunto resulta cuando muchas
personas que no admitirían de ninguna manera injerencia de terceros en sus
vidas privadas, aceptan -en cambio- de buen grado la indiscreción de los
gobernantes de turno y, más extraño aún, les otorgan alegre y confiadamente su
voto para que -una vez en el poder- se entrometan en sus vidas privadas de mil
maneras diferentes. Esta curiosa psicología de masas demuestra que el
intervencionismo no es un proceso que se da de arriba hacia abajo, sino que, en
cambio, se opera en sentido inverso.
Daría la impresión que -por alguna razón que permanece
oculta, o que no resulta sencilla de explicar- la mayoría de la gente cree que
el acceso a los estratos de poder le otorga a quien llega a dichas alturas
alguna especie de omnisciencia que le permite conocer con soberbia amplitud las
necesidades y carencias de absolutamente todo el mundo. Esta actitud de
servilismo social pudo haber sido lo que varios han advertido como una de las
causas más probables por las cuales la esclavitud legal se mantuvo vigente
durante toda la historia humana y sólo tardíamente -hacia el siglo XVIII y en
algunos casos bien entrado el siglo XIX- se la comenzó a cuestionar en casi
todas partes para, finalmente, derogarla (al menos de las legislaciones).
Pero, parece que la mentalidad esclavista pervive en
los espíritus de numerosos, que no se consideran aptos para ser libres por sí
mismos, y necesitan depender de terceros en posiciones de poder político.
Otra de las posibles causas no económicas del
intervencionismo puede residir en la ausencia del sentido de responsabilidad de
cuantiosas personas. El hecho cierto que el fenómeno intervencionista este tan
extendido en el mundo estaría revelando una indiscutible combinación de estos
factores. Y el del abandono del sentido de responsabilidad individual, de la
negación a hacerse cargo de las consecuencias de las propias decisiones podría
ser otro de los elementos coadyuvantes que estarían determinando la permanente
tendencia a la delegación de las propias responsabilidades en terceras
personas, de la cual el intervencionismo gubernamental es su última y más
culminante expresión social.
No puede minimizarse el rol que la educación juega en
este proceso, que solamente esbozamos y no tratamos en profundidad. Cabe tener
en consideración que, en la mayoría de los países, hay consenso en que la
formación de las personas -desde las primeras etapas de su vida- ha de estar a
cargo del aparato gubernamental, de tal suerte que es el estado-nación el que a
través de sus organismos burocráticos dirige y controla el proceso educativo en
todos sus niveles, incluyendo el de la mal llamada "educación
privada" que de "privada" tiene bastante poco, desde el momento
en que los planes de estudio de los institutos supuestamente
"privados" han de contar con el aval y la aprobación de los entes
burocráticos del área.
No es extraño, entonces que, desde la infancia, las
personas se "eduquen" en un ambiente estatista, que da por sentado
que hay una entelequia superior que debe imponerse sobre las voluntades
particulares y dictar a los individuos que es lo mejor para ellos y cuál es la
más óptima manera de conducirse, por encontrase imaginariamente las personas
que ocupan circunstanciales posiciones de poder "más preparadas" que
las "inferiores" para elegir por estas últimas.
Se está, pues, dando por sentado que, el campo estatal
es un ámbito donde existen jerarquías que, por el sólo hecho de adscribirse a
dicho campo, han de suponer conocimientos superiores a los existentes en la
órbita privada, sin caer en la cuenta que esa manera de pensar no es otra cosa
que fruto de un lavado de cerebro que nos han acostumbrado a llamar (sin serlo)
"educación". El cumplimiento de funciones públicas electivas de
ningún modo implica en los electos condiciones especiales ni la adquisición de
dotes sobrenaturales tal como existe consenso en la actualidad de que efectivamente
así sucede para quienes llegan al poder.
Hitler dijo una vez: "Yo he quitado al pueblo
alemán la pesada carga de pensar. Yo lo he liberado de la facultad de
decidir", lo que consiste un resumen preciso de lo que implica la doctrina
estatista, que termina centrándose en un sólo y único individuo que pretende
tener dotes sobrenaturales para poder resolver por otros. Poco cuenta si el
proceso comienza siendo colectivo para irse transformando en otro de tipo
individual como muestran los casos históricos del nazismo, fascismo y
comunismo. La dictadura de uno no es demasiado diferente a la de un sinnúmero.
Y una vez que se comienza este camino si no se revierte a tiempo el desenlace
es siempre el mismo.
Pero, retomando la cita con la que iniciamos estas
reflexiones, no tenemos constancia de que exista ningún ser humano que pueda
poseer, contener y procesar en su cerebro toda la información necesaria que le
permita planificar por el resto de las personas a ningún nivel, ni individual,
grupal, regional, nacional, ni -menos aun- internacional. Los burócratas que de
ello presuman no son más que soberbios ignorantes pretenciosos, como bien los
describió en la obra antes citada el fenomenal Friedrich A. von Hayek.
[1] Alberto Benegas Lynch (h), "A propósito del
conocimiento y la competencia: punto de partida de algunas consideraciones
hayekianas". Disertación del autor en la Academia Nacional de Ciencias
Económicas el 18 de junio de 2002, pág. 7
Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
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