Nos hemos
explayado antes entre dos nociones diferentes del término "bien
común", ambas antagónicas.
El dilema se
plantea, pues, entre la versión colectivista de bien común y la individualista.
La colectivista implica, en realidad, que por esa expresión se entiende un
supuesto "derecho" de las mayorías por sobre las minorías, es decir,
donde los más se benefician en perjuicio de los menos, lo que se opone al
concepto liberal o individualista de la locución, en la que el favor o ventaja
de unos no puede -de ningún modo- implicar el perjuicio de otros. Propiciaremos
este segundo sentido como el correcto a nuestro criterio.
En este
último, el bien común (y en nuestra personal opinión) alude al bien de todos
sin excepción, caso contrario habría que utilizar otras fórmulas (por ejemplo,
bien general, mayoritario, etc.). No obstante, está implícito en el uso
habitual la frase "bien común" como el de un grupo mayoritario,
difuso e indefinible o, más bien, definible a gusto del definidor. Esto ha dado
pie a que políticos inescrupulosos -y aun hasta tiránicos- hayan pretendido
enarbolar para sus acciones antisociales la bandera del bien común, con los
consiguientes abusos y angustias que acarrearon contra sus contrarios, y
paralelamente, alegrías y provechos para sus partidarios.
Personajes
como Hitler, Mao Tse Tung, Mussolini, Stalin, Fidel Castro, Juan D. Perón,
Chávez y otros nombres siniestros de la historia (por sólo citar algunos y los
más conocidos por todos) han pretendido ser los adalides y genuinos defensores
del bien común. Los resultados han sido los que son de público conocimiento:
guerras sangrientas, pobreza, hambre, miseria, devastación, etc.
Resulta
intrínsecamente discordante con la frase bien común que -en su aplicación- unos
se privilegien a costa de los demás. El bien común ni se contrapone ni está en
contradicción con el bien particular, porque si este último supusiera,
eventualmente, el mal de un semejante automáticamente desaparece el bien común.
Por otra parte, en el caso de que un individuo dañe a otro, tampoco podría
decirse que el bien particular del agente dañoso se logró a costa del mal
provocado al sujeto dañado. Porque frente a un daño cualquiera habrá una
reacción, ya sea social o individual, tendiente a una reparación, con lo que el
supuesto "bien particular" obtenido a costa del mal particular de
otra persona dejará de ser un "bien particular". En otras palabras,
ante tales circunstancias el bien común se disipará.
Ahora bien,
la pregunta clave es ¿puede la política o los políticos conseguir el bien
común? Creemos que la política es solamente un factor, entre otros, en dicho
cometido. Y la experiencia ha demostrado que, lejos de ser un gestor causal del
bien común, con frecuencia ha sido su primordial obstáculo. Sucede que los
operadores de la política, es decir, los políticos, aun en los casos en los que
abrigan las mejores intenciones, no están en condiciones de conquistar el bien
común por muchas razones. La primera de todas, a nuestro entender, es la ya señalada
antes: que confunden el bien común con el bien mayoritario, en consecuencia,
sus acciones se encaminan en tratar de consumar, en la medida de sus
posibilidades, ese bien mayoritario. La dificultad consiste en que, aun
ciñéndonos a una mayoría circunstancial, cada uno de los integrantes de esa
mayoría entiende el "bien" de disimiles maneras. Y ningún político se
halla en condiciones de conocerlas todas y, menos todavía, al detalle,
satisfacerlas todas y cada una.
Eso, como
hemos señalado, suponiendo los mejores propósitos de los políticos. Pero, a
menudo y, sobre todo en el caso latinoamericano, las miras de los políticos no
se orientan en dicho sentido, sino que se limitan a alcanzar las mayores
ganancias para sus partidarios, y sólo secundariamente para el resto de los
ciudadanos, en tanto y en cuanto tales procederes les reporten algún rédito
político, lo que se traduce, en buen romance, en votos que les permitan
conservar el poder, o volver a acceder al mismo en el caso que -de momento- no
se hallen al mando. Pero hay una situación peor aún, que se presenta cuando los
políticos tratan de lucrar todo lo posible exclusivamente para el propio
círculo gobernante, descartando tanto a partidarios como al resto de la
ciudadanía.
Nuestra
personal perspectiva es que, la meta del bien común es y debe ser algo que
comprometa al total de la sociedad, esto es, tanto a la sociedad política como
la civil. Y dado que, existe una interacción permanente entre ambas son ellas
en conjunto las que pueden alcanzar o frustrar el objetivo tendiente de arribar
al bien común. Hay que recordar que hemos caracterizado a la sociedad política
como dependiente de la civil y subordinada a esta, al menos en el plano del
deber ser. Si existe un enfrentamiento o alguna clase de conflicto entre ambas
sociedades demos por cierto que ningún objetivo de bien común podrá ser
captado. Si hemos considerado por seguro que la colisión entre dos individuos
atenta contra el bien común, no menos será cierto ello cuando el problema
aparezca entre dos grupos sociales.
Centrando
ahora el análisis de cómo opera la sociedad civil con miras a arribar al bien
común diremos que el principal instrumento es el mercado, ámbito en el cual se
coordinan, combinan y complementan los deseos de compradores y vendedores.
Habida cuenta que los humanos no somos autosuficientes, resulta necesario
intercambiar en libertad nuestras producciones con las de nuestros semejantes.
La satisfacción derivada entre las partes cuando tales procesos se verifican en
la más total libertad coadyuva al fin del bien común. Pero, más allá de lo
crematístico, la llave de entrada que abre la puerta del bien común es la
libertad. Sin libertad no hay bien común posible. Y el bien común reside -en el
fondo- en el pleno agrado de todas las aspiraciones humanas, sean dentro o
fuera del mercado, ya que no olvidemos que el mercado es una simple y mera
herramienta para la consecución de tales designios. No obstante, todos los
fines -sean estos mercantiles o no mercantiles- necesitan inexorablemente de un
requisito ineludible que -como queda dicho- se resume en una sola palabra:
libertad.
Gabriel S.
Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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