Para muchos estas fechas
son días de celebración en familia. Precisamente esta temporada hace más
evidentes las ausencias de quienes desaparecieron abruptamente o están
encerrados contra su voluntad.
El caso de Khashoggi es
otro más de un periodista asediado por un régimen que a cualquier precio acalla
a los medios independientes, tal y como está ocurriendo actualmente en
Nicaragua, donde el binomio Daniel Ortega-Rosario Murillo aplasta a la prensa
que denuncia sus corruptelas y su aparato represor, seguros de que pueden vivir
con las manos manchadas de sangre sin pagar por ello. Los ejemplos que ha
seguido este matrimonio tóxico son los de la dinastía castrista en Cuba y el
chavismo que se ha enquistado en Venezuela como una metástasis imparable.
Hablando del país
sudamericano, donde Nicolás Maduro se empeña en perpetuar el experimento
fallido de la revolución bolivariana que impuso su mentor Hugo Chávez, los
presos políticos rebosan las cárceles. En el presidio venezolano los opositores
son torturados y también son ejecutados impunemente. La poca prensa
independiente que queda como El Nacional apenas puede sobrevivir por el acoso
gubernamental. Cada día que pasa Venezuela se hunde más en la miseria que copia
del modelo famélico cubano, bajo el cual actualmente encontrar pan y otros
productos derivados del trigo es como aspirar al milagro de que caiga maná del
cielo.
En víspera de esta
Navidad tan precaria en un país donde hubo riqueza y abundancia (aunque mal
gestionada por gobiernos corruptos antes de la llegada del chavismo), la
familia del preso político Juan Requesens ha denunciado un sistema jurídico
vendido a los intereses del gobierno que viola los derechos del diputado
opositor de Primero Justicia, preso desde agosto y a la espera de un juicio que
se dilata. Requesens, a quien se le ha fabricado un caso por supuesto complot
contra el régimen de Maduro, se pudre en la cárcel sin comunicación con el
exterior. Con él se ensañaron particularmente, al divulgar poco después de su
arresto unas fotos que pretendían debilitar su imagen y que quedó en una burda
maniobra de Maduro para desacreditar a la oposición.
Acabará el año sin que
nada se haya conseguido tras el atroz asesinato en octubre del periodista saudí
Jamal Khashoggi, poco después de que entrara al consulado de su país en
Estambul. Tanto la inteligencia de Turquía como la de Estados Unidos manejan
evidencias de que el columnista del Washington Post fue asesinado y
posteriormente descuartizado en la delegación oficial por sicarios a las
órdenes del príncipe Mohamed bin Salmán.
Sin embargo, la condena
internacional no ha servido de mucho y el propio presidente Donald Trump le ha
dado prioridad a los lazos comerciales con el reino saudí antes que a la
flagrante violación de los derechos humanos que ejerce esa monarquía déspota.
El crimen de Estado
contra Khashoggi es una prueba de la impunidad con la que operan ciertos
gobernantes sin que haya consecuencias mayores. De ahí el abrazo cómodo y la
amplia sonrisa de Vladimir Putin con Salmán en la reciente cumbre del G-20.
Indiferentes ambos al clamor por las revelaciones de que Khashoggi (quien fue
señalado por sus críticas al príncipe) había sido desmembrado antes de que sus
asesinos se deshicieran de sus restos. A fin de cuentas, los propios esbirros
del presidente ruso matan a enemigos del Kremlin y a disidentes allá donde los
encuentran y las democracias occidentales poco o nada pueden hacer contra sus
desmanes.
Son días amargos para la
novia y los hijos de Jamal Khashoggi, a estas alturas resignados a no conocer
nunca toda la verdad del día en que desmembraron al periodista con una sierra
eléctrica. Días de hiel en Cuba y Nicaragua para una oposición arrinconada por
crueles dinastías familiares ajenas a las carencias de sus súbditos. Son días
tristes para los presos políticos en Venezuela y sus seres queridos, que van de
una instancia a otra en busca de respuestas para sacarlos del laberinto de
abusos que comete la cúpula chavista.
En esta época agridulce
conviene recordar las palabras del disidente y premio Nobel chino Liu Xiaobo, a
quien la dictadura comunista de Xi Jingping lo dejó morir de un cáncer en
presido: “La libertad de expresión es el fundamento de los derechos humanos, el
origen de la humanidad, y la madre de la verdad. Estrangular la libertad de
expresión significa pisotear los derechos humanos, reprimir la humanidad y
suprimir la verdad.”
Gina Montaner
@ginamontaner.
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