De
inicio, ha de afirmarse que el flujo migratorio de los últimos cinco años es
¡incalculable!, aun cuando las cifras oficiales de la Organización
Internacional de las Migraciones (OIM) reflejan que entre 2015-2017 el flujo
migratorio creció cerca de un 11% al pas as de 700.000 a 1,5 millones, al
tiempo que otras instituciones estiman un flujo global 2015-mediados 2018 de un
15% equivalente a más de 2 millones, mientras que la Oficina de la ONU para la
Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) calculó que para junio 2018 el
éxodo se situó en unos 2,3 millones , e igualmente The Ecconomist presentó una
cifra cercana a los 4 millones; frondosidad de estimaciones a las cuales debe
añadirse una altísima cantidad de venezolanos de doble nacionalidad que
“viajaron” a un país destino bajo la figura de turistas donde pueden permanecer
legalmente. A tenor de lo indicado, resulta por demás evidente (ante la
disparidad de estimaciones) la dificultad que implica calcular, numéricamente,
el tamaño del desmembramiento a la luz de la separación de los miembros de la
familia.
La
diáspora, hace referencia a la dispersión (disgregarse en una gran cantidad de
países) por el mundo de grupos humanos impulsados por variadas causas, o lo que
es lo mismo implica el desplazamiento masivo de grupos de personas hacia otros
destinos en búsqueda de mejores condiciones para hacer sus vidas, que en
algunos casos asume la condición de un exilio forzado cuando se trata de
migraciones masivas propiciadas por razones económicas, políticas, o sociales.
Sea
propicio resaltar, que la OCHA (antes citada), solicitó para el año 2019 US$
738 millones para ayudar a los países latinoamericanos que reciben a
venezolanos como migrantes (que dejan al país por voluntad propia en pro de
buscar una vida mejor), especialmente Colombia, Brasil, Ecuador, Chile y Perú,
habida cuenta que en América Latina un 60% de la migración se produce dentro de
la región; siendo la primera vez que el caso venezolano se incluye en el
denominado Llamamiento Humanitario Global de la ONU. Vale recordar, que
Venezuela fue tradicionalmente uno de los países de destino más importantes de
la región, hasta el 2010 cuando su perfil migratorio comenzó a cambiar hacia
país de origen dando un alarmante salto nominal desde unos 90.000 en dicho año
a los 4 millones del presente.
Complementariamente,
resulta de suma importancia mencionar el ambiente de vulnerabilidad (riesgo de
sufrir peligros inminentes) y de xenofobia (rechazo a los extranjeros) que se
ha venido generando y masificando hacia nuestros hermanos especialmente hacia
aquellos con menor nivel educativo y hacia aquellos que desempeñan trabajos
informales. Es así, que, en la Reunión Técnica convocada en septiembre 2018
durante dos días en la ciudad de Quito, Ecuador (ahora denominada Declaración
de Quito) con la participación de trece países latinoamericanos con la
finalidad de tratar la migración de ciudadanos venezolanos, se concluyó, entre
otros aspectos, que las personas que salieron de Venezuela son altamente
vulnerables a la trata de personas, al tráfico ilícito de migrantes, a la
explotación laboral, a la falta de acceso a la seguridad social, a la
extorsión, a la violencia, al abuso sexual, al reclutamiento para actividades
delictivas, a la discriminación y a la xenofobia.
Infinidad
de testimonios, corroboran en mucho las conclusiones de la Declaración de Quito
(Aleteia.org):
“Mi
delito es ser venezolano. Mi pecado fue huir de casa, porque, aunque me gradué
con honores y vine a trabajar de forma honrada, soy culpado de ignorante,
pordiosero, ladrón o mendigo”.
“Partí
a Ecuador, huyendo del hambre y buscando un mejor futuro. Encontré lo que
muchos: rechazo e incomprensión. Aunque algunos corren con suerte, muchos otros
son tratados como animales de carga, como victimas anónimas de una esclavitud
moderna”.
“Fue
el primer diciembre que pasé sin mi familia, durmiendo en la casa de un total
desconocido, junto a otros doce venezolanos también desmembrados de sus grupos
familiares”.
Reflexión
final: Ante la gravedad de la crisis socio económica-política-institucional que
está experimentando Venezuela, es de obviedad manifiesta que la intensidad y
deseo de migración por parte de miles de compatriotas, no muestre signos de
desaceleración (¡muy por el contrario!), al punto de ser considerada la más
grande en la historia de América Latina, que en su cinismo acostumbrado el
régimen niega su existencia al igual que la presencia de una crisis
humanitaria, con el agravante que ante su torcido “pensamiento” ideológico
Venezuela dejó de ser un país petrolero para simplemente convertirse en ¡un
país que tiene petróleo!
En
la mayoría de los venezolanos, tanto de los que aún nos mantenemos en
territorio patrio, como de aquellos que se vieron forzados a salir del país a
costa del desmembramiento familiar, ha de renacer la esperanza y fe de que es
posible volver a convivir en uno de los países más bello del mundo, y que para
ello basta con acordar acciones pacificas de fuerza para forzar una salida
constitucional del nefasto régimen.
Jesús
Alexis González
@jesusalexis_gon
No hay comentarios:
Publicar un comentario