Estoy seguro de que Dios escucha mis súplicas sin
necesidad de usar como intermediarios a sus pastores descarriados.
Comienzo con la afirmación repetida hasta el infinito
por hombres y mujeres de todas las latitudes y de todos los idiomas de que
"cada hombre es un mundo". Unos hombres y unos mundos donde algunos
son más imperfectos que otros porque la perfección no existe en la Tierra. Y
comienzo por admitir que tanto yo como mi mundo somos tan imperfectos como los
demás mundos y los demás hombres que poblamos este planeta.
El corolario de las afirmaciones que he hecho en el
párrafo anterior es que cada uno de nosotros tenemos una interpretación
diferente de las instituciones, los principios y los sentimientos que nos
sirven de motivación y guía en el camino de la vida. En mi opinión personal,
que estoy seguro que es compartida por muchos de quienes me leen, los
principales determinantes de nuestras vidas son Dios, patria y familia.
Nada es más importante para cualquier ser humano que
su relación con Dios y su aceptación de la providencia divina. No el Dios de los
católicos, los protestantes, los judíos, los musulmanes, los budistas o los
hindúes. Cualquier Dios con tal de que quién le profese su fe y le exprese su
amor lo reconozca como el ser supremo en todos los actos de su vida. Porque
nada hay más peligroso que un hombre sin Dios. Un hombre que antepone sus
ambiciones y sus intereses a los designios de Dios es capaz de cometer los
actos más reprensibles y diabólicos. No me molestaré en citar ejemplos porque
la historia está llena de ellos y ya todos los conocemos.
Empecé este artículo hablando de mi mismo y creo
oportuno abundar en detalle sobre mis conceptos de Dios, patria y familia. Creo
que la religión que cada hombre profesa constituye un mapa que determina la
forma en que conduce su vida. Pero ninguna religión puede operar como una
camisa de fuerzas. Porque todas las religiones son definidas y administradas
por seres humanos que muchas veces equivocan el camino y no tienen, por lo
tanto, el monopolio de la relación con Dios.
De ahí que se puede servir a Dios sin la necesidad de
acatar los dictámenes de quienes, diciendo representarlo, andan por el camino
equivocado. Como católico denuncio con la misma energía la corrupción de
Alejando Sexto en el Siglo XV que la demagogia populachera de Francisco Primero
en este convulsionado Siglo XXI. Estoy seguro de que Dios escucha mis súplicas
sin necesidad de usar como intermediarios a sus pastores descarriados.
Paso ahora a exponer mi concepto de patria haciendo
referencia a páginas de nuestra historia con respecto a la presencia de Dios en
nuestras instituciones nacionales. La mayoría de los delegados a nuestra
convención constituyente de 1901 eran librepensadores que no creían en un Ser
Supremo. Salvador Cisneros Betancourt y Martín Morúa Delgado, lo expresaron en
esta forma: "si como dicen los creyentes …Dios está en todas partes, no
necesita que nosotros lo traigamos a la constitución" .
Curiosamente, el también librepensador Manuel Sanguily
defendió brillantemente la inclusión de Dios en el texto constitucional diciendo:
"Dios es, al cabo, el símbolo de aquel bien que va realizándose con
nosotros, contra nosotros, a pesar de nosotros, ahora, en el presente y en el
porvenir…Dios, pues no es mis labios sino un símbolo, y en este símbolo,
cabalmente por ser un símbolo, caben todas las aspiraciones, las opiniones
todas, las del ateo y las del creyente, así como todas las creencias."
Pero nunca como en los últimos sesenta años de nuestra
historia los cubanos hemos visto más violados nuestros sentimientos patrios.
Los miserables que tomaron el poder por asalto en 1959 han cambiado totalmente
no sólo nuestra historia sino la forma en que esa historia es vista por las
últimas tres generaciones. Para esos jóvenes no existen ni la patria ni la
libertad. Para una deplorable mayoría de mi propia generación, en el ocaso de
nuestro paso por la Tierra, Cuba ha muerto en manos de sus sicarios y es mejor
olvidarnos de ella.
Yo reto con todas mis energías esa forma de definir a
mi patria. Ahora más que nunca Cuba necesita de todos sus hijos, los de antes,
los de ahora y los del futuro. No estoy dispuesto a permitir que unos apátridas
como los Castro borren de mi mente el ejemplo y la prédica edificante de
patricios como Félix Varela, José de la Luz Caballero y José Martí. En su
famosa sexta "Carta a Elpidio", Varela se refiere a los jóvenes
diciendo: "Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria, y que no
hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad".
Por su parte, José de la Luz y Caballero, el más
ilustre discípulo de Varela, se refiere a su maestro diciendo: "Mientras
se piense en Cuba, se pensara con respeto y veneración en aquel que nos enseño
a pensar". Y el más grande de todos los cubanos, José Martí, despliega
todo su amor por Cuba diciendo: “Patria es algo más que derecho de posesión a
la fuerza…..Patria es comunidad de intereses, comunidad de ideales, fusión
dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. Esa es la Cuba que llevo
conmigo por dondequiera que ande y a la que jamás renunciaré mientras Dios me
de vida para servirla.
Pero no hay vida completa sin el tercer ángulo de esta
trilogía. La familia es, al mismo tiempo, placer y deber. En su seno
disfrutamos de grandes alegrías y sufrimos grandes desasosiegos, pero sin ella
no somos nadie. Sabemos de su verdadero valor cuando confrontamos cualquier
tipo de crisis. Es el último refugio acogedor en el que recuperamos fuerzas
para continuar el camino cuando nos embargan las vicisitudes.
Por otra parte, la familia no es propiedad individual
ni instrumento para beneficio propio. A la familia se le da, no se le pide, se
le sirve no se le exige. Y el mejor ejemplo lo encontramos en nuestros hijos.
Los traemos al mundo y les damos una brújula para que encuentren su propio
norte pero no les imponemos la forma en que deben de navegar. No conozco a
nadie que lo haya dicho con mas elocuencia que Khalil Gibran: “Tus hijos no son
tus hijos. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te
pertenecen".
Cito por último a un verdadero campeón de las
"Tres P" que describen al gran padre, poeta y patriota venezolano
Andrés Eloy Blanco. En su poema "Coloquio Bajo el Olivo", Andrés Eloy
le aconseja a sus hijos:
"Por mi, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid".
Estas son mis ideas, con sus imperfecciones y sus
errores, pero por las que asumo total responsabilidad.
Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero
Estados Unidos
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