Al
iniciarse 2019, la tregua de 90 días a la guerra comercial desatada entre China
y de Estados Unidos se encuentra en plena vigencia, más no por largo rato. Las
conversaciones entre las dos potencias se están iniciando a partir de esta
semana y deben concluir para el 1 de marzo. Los Estados Unidos se acercan a su
más fiero socio comercial con la creencia de que, enfrentando una
desaceleración importante, el país que se sentará del otro lado de la mesa será
obligado a ceder y a pactar.
La
realidad no parece ser tal. Es bien cierto que el mandatario asiático enfrenta
no pocas dificultades en el desempeño económico del país, pero no lo es menos
que Pekín ha venido preparándose anticipadamente con medidas contundentes para
provocar un golpe de timón que lo ubique en posición de sortear las
dificultades.
El
crecimiento y el equilibrio de su comercio internacional son algunas de las
áreas complejas a abordar, pero el gobierno de Xi está haciendo esfuerzos
importantes orientados a fortalecer la demanda al interior del país. 1400 millones de consumidores dentro de un
país que se globaliza aceleradamente representan oportunidades que el líder del
país ha decidido aprovechar. La iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda se
presenta como un plan encaminado a dotar a todos sus sectores de un mayor
dinamismo y a conectarlos eficientemente con el exterior. El proyecto aspira a
diversificar y a ampliar su relación comercial con 70 países del mundo a través
de enlaces terrestres y de rutas marítimas.
Los
ajustes de 2019 se harán sentir tanto en la expansión de las empresas privadas
como en la atracción de nuevos capitales foráneos. Su otro programa de
activación económica conocido como “Made in China 2025” se orientará a acelerar
el desarrollo tecnológico y a presentarse ante el mundo armado de un cambio
cualitativo importante representado en la oferta de productos más sofisticados
que el pasado y de un mayor valor agregado.
Nada
de lo anterior es posible sin la implementación de un sistema financiero eficiente,
sin el control de su deuda y sin el manejo adecuado del tipo de cambio. Veremos
como las primeras medidas que se pondrán en marcha desde el inicio del año irán
encaminadas a estos fines.
Lo
que constituye el mayor escollo en el nuevo modelo de desarrollo que adelanta
el presidente Xi Jinping es la velocidad que es imprescindible imprimirle a la
transformación. Al interior del país
este ciclo debe cumplirse con una celeridad tal que su impacto en el reacomodo
social y en la redistribución de los recursos se sienta desde su etapa más
temprana. Pero existe plena conciencia en la alta dirigencia del Partido
Comunista y del gobierno, de que es preciso desactivar la bomba de tiempo que
trae consigo la desigualdad. Si de algo
puede vanagloriarse el actual mandatario es de haber conseguido sacar de la
pobreza a 60 millones de sus compatriotas durante el ejercicio de su primer
mandato entre 2012 y 2017. No es iluso pensar que este líder hará todo lo que
esté a su alcance para acercarse sensiblemente a su meta de reducción de la
pobreza a cero, lo que aspira a lograr para 2020.
Lo
anterior lleva a concluir que es aventurado calificar el futuro de China como
incierto, a pesar de que el panorama actual se encuentra lleno de turbulencias.
Y son vanas las ilusiones de quienes consideran, por tanto, que las
dificultades económicas que atraviesa el gigante de Asia, agravadas por el
impacto de las medidas arancelarias americanas, debilitarán su posición en las
tratativas comerciales hasta el punto de hacer importantes concesiones en la
inamovible posición sostenida hasta el presente.
Beatriz
de Majo
@beatrizdemajo1
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