En
1998 había alcanzado el poder en Venezuela, vía electoral, un militar retirado
en cuyo récord se encontraba una intentona de golpe de Estado y su desprecio
por la democracia.
Aunque
sus ideas parecían un ventorrillo de incoherencias y su formación no era la
requerida, su elocuencia fue capaz de hipnotizar amplios sectores de la
población.
Llegó
así a la Presidencia. A la locuacidad del aventurero se le sumó un golpe de
suerte excepcional. A partir del año 2000 estalla un “superciclo de
commodities”, fenómeno que solo ha ocurrido 4 veces en 200 años. El precio de
todas las materias primas, particularmente del petróleo, se disparó a niveles
nunca antes soñados por un lapso de tiempo casi 3 veces mayor al de un ciclo
económico convencional. Era como un incontenible maná caído del cielo.
Los
años de abundancia no fueron aprovechados por el líder para crear una economía
sustentable. “Exprópiese, exprópiese” fue su lema. Mediante un populismo
exacerbado se concentró en tres objetivos: demoler la institucionalidad
(incluyendo la militar), crear un partido político que pudiese garantizar el
control del poder indefinidamente y destruir el aparato productivo –ya sea por
dogmatismo o incompetencia– quizá para crear una dependencia absoluta con
respecto al Estado.
Aquel
líder falleció y su sucesor no reúne sus mismas condiciones. Además, el
“superciclo de commodities” llegó a su fin, y a la caída de los precios del
petróleo se le suma la vertiginosa debacle de la producción resultado de la
incapacidad absoluta de quienes han manejado la industria.
El
fin del referido ciclo ya se llevó por delante a casi todos los viudos del Foro
de São Paulo: Lula, Dilma, Fernando y Cristina Kirchner, Rafael Correa,
Fernando Lugo y Zelaya. Quedan otros que, a juzgar por los acontecimientos,
pudieran estar de salida.
Cuatro
jinetes del apocalipsis destruyeron a Venezuela en las últimas dos décadas: la
corrupción, la incompetencia, el dogmatismo y la ignorancia.
En
medio de un autoritarismo creciente, en poco más de 4 años el PIB se ha
reducido a la mitad. La hiperinflación es la más alta del mundo. Un déficit
fiscal inmanejable cubierto con dinero inorgánico del BCV, que no hace más que
arrojar gasolina al devastador fuego de la hiperinflación. La industria
petrolera, que aporta 96% de las divisas, aniquilada. El cierre de miles de
industrias. La expropiación de más de 6 millones de hectáreas que antes eran
productivas y ya no lo son, dando lugar a una brutal escasez de alimentos que
sumada a la falta de medicinas y al colapso de los servicio de salud, nos
arroja a una profunda crisis humanitaria. El default en el pago de la deuda y
sus consecuencias. El colapso de los servicios públicos. El creciente número de
arbitrajes perdidos y el riesgo de perder activos vitales como Citgo. El
empobrecimiento incontenible de la población y la migración masiva de millones
de venezolanos.
A
todo ello hay que agregar un aislamiento internacional sin precedentes.
Infinidad de países se niegan a reconocer la legitimidad de un presidente
surgido de unas elecciones antidemocráticas. Y, además, el inmenso peso moral
de las palabras de nuestros obispos que también desconocen la legitimidad del
régimen.
Solo
faltaba un elemento: el pueblo en la calle. Para el momento en que este
artículo sea publicado, ya habrá pasado el 23 de enero. Será un día decisivo a
partir del cual, pase lo que pase, la cadena de acontecimientos luce
indetenible. El país se está uniendo en torno a la incuestionable legitimidad y
autoridad moral de la Asamblea Nacional y de su presidente, Juan Guaidó.
Históricamente
la legitimidad ha sido la clave que determina el veredicto final de quienes
detentan el uso de las armas. Pérez Jiménez o Fujimori creyeron que esas fuerzas
les eran incondicionales. Lo fueron hasta que dejaron de ser legítimos. Desde
el Imperio Romano hasta nuestros días hay infinidad de ejemplos.
Ninguno
de los elementos antes mencionados, individualmente, parecía capaz de producir
el cambio que anhelan las mayorías. Sin embargo, la suma de todos ellos augura
finalmente un rumbo
José
Toro Hardy
@josetorohardy
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