El dictador venezolano quiere ser el Bashar al-Assad
de Occidente. Pero ningún país se atreverá a defenderlo. No contra Estados
Unidos.
El día de la ilegal juramentación el pasado 10 de
enero, el mundo pudo ver con cuánto respaldo internacional cuenta el dictador
Nicolás Maduro. Y, como se esperaba, es débil. Muy débil. Solo cinco jefes de
Estado acudieron al llamado del régimen chavista; y fueron: Evo Morales, de
Bolivia; Daniel Ortega, de Nicaragua; Miguel Díaz-Canel, de Cuba; Salvador
Sánchez Ceré, de El Salvador; y Anatoli Bibílov, de Osetia del Sur (un país ni
siquiera reconocido por las Naciones Unidas).
De las grandes potencias orientales que lo respaldan,
las delegaciones que acudieron solo fueron encabezadas por funcionarios de
mucho menor nivel. Rusia envió al vicepresidente del Consejo de la Federación
de la Asamblea Federal rusa, Ilyas Umakhanov; y China, al ministro de
Agricultura y Asuntos Rurales, Han Changfu.
Vista las últimas declaraciones de miembros del
régimen de Nicolás Maduro, todo tiende a advertir que Nicolás Maduro, junto a
su cúpula civil y militar, podrían estar dispuestos a atrincherarse en Caracas,
solo dispuestos a salir muertos o capturados.
Luego de que el Gobierno de Donald Trump expresara su
respaldo, firme, al nuevo presidente de Venezuela, Juan Guaidó; y de que
desconociera a Nicolás Maduro como jefe de Estado, desconociera sus decisiones;
y llegase a amenazarlo con represalias “inimaginable” en el caso de que el
régimen agrediese a Juan Guaidó o a algún ciudadano americano; la dictadura, en
vez de ceder, ha asumido una postura hostil y guerrerista.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike
Pompeo, pidió —más bien exigió— a Nicolás Maduro que renunciase a favor del
nuevo presidente de Venezuela. Por otra parte, el senador Marco Rubio, a través
de su cuenta de Twitter, ha llegado a amenazar al régimen chavista de forma
bastante severa —y ha amenazado, directamente, a los cuerpos de seguridad del
Estado como el SEBIN, la policía política—. Por último, Donald Trump subrayó,
justo ayer, que ante Venezuela su Gobierno mantiene “todas las opciones sobre
la mesa”.
A la juramentación de Juan Guaidó —y, en consecuencia,
el inmediato reconocimiento del Gobierno americano—, Nicolás Maduro respondió,
colérico, en un arrebato, con la decisión de romper relaciones con Estados
Unidos. Dio 72 horas a los diplomáticos estadounidenses para dejar el país.
Pero él no puede, porque ya no es presidente. Y eso lo entiende Estados Unidos,
que luego publicó un documento desde la secretaría de Estado dándole su
respaldo a Juan Guaidó y aclarando que las relaciones con Venezuela se
mantienen.
Otra respuesta de Estados Unidos al arranque de
Maduro, fue la del senador Marco Rubio: “Los diplomáticos en Venezuela deben
presentar sus credenciales al presidente Juan Guaidó. Maduro no tiene
autoridad. Y, créanme, si Maduro es tan estúpido para probar a Donald Trump al
herir a algún diplomático americano, las consecuencias van a ser severas”.
“Maduro se ha ganado un enemigo terrible. Su nombre es
Donald Trump”, dijo también el senador republicano.
Y, pese a ello, Maduro insiste. Llama locos a los
gringos y dice que jamás abandonará el poder. Que jamás reconocerá a Juan
Guaidó. Dice que los diplomáticos deben salir e insinúa que al nuevo presidente
lo que le corresponde es cárcel. Diosdado Cabello, el número dos del chavismo,
desde su programa, se burla de los americanos. Y Vladimir Padrino López, el
ministro de la Defensa, reafirma su lealtad al régimen dictatorial y dice que
está dispuesto a dar su vida por la “Constitución” —y por Maduro—.
El régimen de Nicolás Maduro está empezando un
conflicto con el Gobierno de Donad Trump que, en cualquier momento, trasciende
los encontronazos diplomáticos. Y Maduro lo sabe. Sabe bien que la pugna puede
escalar. Sabe que Estados Unidos no va a esperar demasiado tiempo y, si no
entrega el poder a Juan Guaidó en cualquier momento, presionará con mayor
dureza. Y que menos tolerará alguna agresión —que Maduro parecería estar
buscando—. Pero, para sobrevivir a un conflicto con la principal potencia del
mundo, el delfín de Hugo Chávez necesita, urge, el amparo de una nación mayor.
Sin embargo, no lo tendrá.
Los países fuertes que a gran escala aparentan
respaldar al régimen venezolano son Turquía, China o Rusia. Pero, temprano esta
tarde, el reconocido periodista venezolano ganador del Emmy, Casto Ocando,
publicó: “Fuentes: Turquí rechazó petición de Nicolás Maduro de proveer
protección a él y su círculo más cercano. ‘No quieren esa papa caliente’”.
También: “Inteligencia de USA monitorea mercenarios rusos contratados por Nicolás
Maduro a firma privada PMC Wagner, a costo de USD $ 240 mil mínimo por día.
‘Rusia no va a dar apoyo militar formal’, me dicen fuentes”.
Por último, la portavoz del Ministerio de Exteriores
de China, Hua Chunying, dijo este jueves que, aunque condena “toda intervención
externa en Venezuela”, China prefiere “mantenerse al margen de la crisis
política en Venezuela”.
Y todo ello es lo más natural. A la hora de la verdad,
en el momento de asumir posturas, si es contra Estados Unidos, Nicolás Maduro
está solo. Me lo dijo hace unos meses el expresidente del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas y antiguo asesor del secretario general Kofi Annan,
Diego Arria, en una extensa entrevista: “Ni China ni Rusia intervendrán por
Venezuela”. Aparentemente Turquía tampoco.
Queda claro que Rusia no brindaría apoyo militar al
régimen de Maduro. Es una potencia menor, con una economía decadente, incapaz
de confrontar a Estados Unidos —y a las otras potencias Occidentales que lo
apoyen—. China, por su parte, no sería capaz de arriesgar sus acuerdos e
intercambios comerciales con Estados Unidos.
Como sea, Maduro necesita refugiar su Revolución en un
país mayor. Uno que esté dispuesto a brindarle la protección necesaria para que
se pueda atrincherar y el conflicto escale hasta convertirse en una pugna
internacional. Maduro quiere ser el Bashar al-Assad de Occidente. Pero ningún
país se atreverá a defenderlo. No contra Estados Unidos.
Orlando Avendaño
@OrlvndoA
PanAm
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