En septiembre de 1998, tres meses antes del triunfo
electoral de Chávez, escribí un artículo de prensa titulado “El gobierno de
Chávez”. Lo hice luego de acudir como observador a un mitin del populista en
Mérida, donde me empapé del delirio multitudinario, hablé con muchos tratando
de comprender su fervor y escuché el mitin del líder. El artículo empezaba así:
“Según las encuestas y análisis sencillos, hay alta probabilidad de que Chávez
gane las elecciones y poca de que pueda hacer un buen gobierno; lo que
significa una especie de suicidio colectivo. Subrayaba una realidad obvia: “el
país necesita un cambio serio y profundo y no puede perder una oportunidad
más”, luego de la sordera ante el “Caracazo”, los intentos de golpe militar y
las crecientes abstenciones electorales de protesta. “Pero los cambios han sido
pocos, el deterioro avanza y la pobreza e incapacidad de enrumbar el país se
profundiza”, afirmaba.
Al clamor de cambio, Chávez respondía mesiánicamente con
denuncias acertadas, pero con respuestas emotivas y sin madurez. Citaba yo las palabras
que me dijo un taxista, hay que cambiar como sea, “porque esto no puede estar
peor”. Yo reflexionaba que podíamos estar peor “sin una rápida recuperación de
la sensatez” y rechazaba la ilusión de un nuevo nacimiento del país “libre de
pecado original”, por virtud de una “constituyente fundamentalista”, llena de
buenos deseos y promesas. Expresaba mi postura crítica a la democracia de los
partidos reinantes, pero no veía “ninguna razón objetiva para pensar que el
equipo chavista viene con mejor brújula, más capacidades y más honestidad”. Me
parecía que la constituyente milagrosa prometida por el chavismo sería “un
truco para establecer el autoritarismo”. Lamentablemente este régimen en 20
años ha batido todo récord de insensatez política, de incapacidad y de
corrupción.
“No nos interesa -escribía- Chávez como candidato con
sus vagas ideas bolivarianas, sus citas bíblicas, ni los espejismos de poderes
morales imposibles y autoritarios. Nos interesa su eventual gobierno en los dos
primeros meses y el clima que, chavistas y no chavistas, van a crear de hoy a
febrero”. Concluía que “mirando el éxito del próximo gobierno, por ahora vamos
muy mal”.
Hoy la realidad venezolana es mucho más desastrosa que
la de 1998. Afortunadamente ya hay estudios, análisis y propuestas excelentes,
pero conviene que la población sea consciente de que esta Venezuela gravemente
enferma requiere una cirugía mayor y un esfuerzo sostenido para renacer a la
vida, con democracia y oportunidades para todos. ¿En qué camino hay que estar
dentro de 6 meses (en agosto próximo) y qué hay que hacer para no fallar? Sobre
todo necesitamos que el variado liderazgo esté unido en el único y central reto
de pasar a ser productores de lo que le falta al país: productores de
ciudadanía responsable, productores de suficientes bienes y servicios de
calidad, productores de valores personales y públicos que se contagian y
extienden… Llevamos dos meses increíblemente positivos porque en la Asamblea
Nacional legítima prevaleció la unión en la elección de la Directiva presidida
por Juan Guaidó quien ha demostrado que su presidencia interina no es para
privilegiar a un partido frente a los otros, sino para despertar y unir todas
las fuerzas sociales, atraer los apoyos internacionales democráticos y juntos salir
de este infierno. Urge la inmediata salida del usurpador y un pronto gobierno
de transición muy definido y concreto en sus tareas, y muy amplio en la
inclusión de personas honestas y competentes provenientes de diversas
corrientes con el único propósito de salvar al país. Si luego de la salida de
Maduro esto se convirtiera en una rebatiña de ambiciones personales o
partidistas, la población escupiría a los traidores. Por el contrario, un
gobierno de unidad y de renacer nacional con una inspiración moral capaz de
activar en cada venezolano lo mejor de sí, atraerá el necesario apoyo
internacional, la responsabilidad ciudadana, la inversión y el florecimiento
productivo empresarial.
Develar y derrotar esta gran mentira: Somos un país
riquísimo por nuestras grandes reservas petroleras por lo que nuestro problema
no es producir riqueza, sino distribuirla. Chávez heredó esa mentira, no la
inventó, pero se convirtió en el predicador más elocuente de la misma: Mi
gobierno resolverá la contradicción de país rico y pueblo pobre porque acabará
con los tres bandidos que roban al pueblo su renta petrolera: el imperio
criminal, la explotadora empresa privada y los partidos políticos corruptos. Yo
devolveré esa fabulosa riqueza a los venezolanos que se pongan mi franela y
tiendan la mano para recibir, sin necesidad de producir, decía Hugo Chávez.
El desastre está a la vista y la sangre del
sufrimiento corre por las venas de todos los venezolanos. Es el momento
privilegiado para entender el error mortal y corregir: Somos país pobre porque
pobre es nuestra producción. El oro, los diamantes y el petróleo no son nuestra
riqueza, sino que seremos un país digno y desarrollado cuando formemos a cada
venezolano con capacidad y le demos la oportunidad de producir. Producir
educación, producir personas y ciudadanos responsables y libres, producir
bienes y servicios de calidad, producir instituciones solidarias. Producir
República.
Ese es el norte para no caer en otro suicidio
colectivo. En septiembre de 1998 concluíamos: “Hacen falta la sensatez y el
realismo de la mayoría que crean el clima de diálogo, de negociación y de
cambio concertado y para eso hay que trabajar desde ahora. Mañana será
demasiado tarde”. Hoy el sufrimiento y la tragedia nos han hecho más
conscientes: República de productores o muerte irremediable.
Enviado por
fernandamujica@gmail.com
@LaMujica
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