¿Qué busca Putin en Venezuela?... Quizás varias cosas a la vez. Por de
pronto no podemos pasar por alto que, como el de Rusia, el poder que ejerce
Maduro pertenece a la misma familia autocrática mundial junto a Orbán en
Hungría, Erdogan en Turquía, Lukashenko en Bielorusia, Salvini en Italia, sin
contar a las que priman en el mundo islámico. Visto el tema desde esa
perspectiva, Maduro aparece como una suerte de pendant latinoamericano del
autocratismo mundial.
Existe de hecho una “comunidad internacional” democrática y otra no solo
no democrática sino antidemocrática. Comunidad cuyos estados han ido tejiendo
entre sí relaciones de empatía y solidaridad. Su divisa común es la negación
radical del liberalismo democrático al que ven como amenaza externa e interna a
la vez.
Para entender mejor el problema basta preguntarse a cuales grupos apoya
Putin en Europa. Ahí percibimos que además de los regímenes autocráticos
mencionados, el autócrata ruso no disimula su abierta complicidad con partidos
ultranacionalistas y xenófobos como Alternativa para Alemania y el Frente
Nacional de la Le Pen, pero a la vez, si se da el caso, está dispuesto a
apoyar, y lo ha hecho, a movimientos de ultraizquierda como Podemos de Iglesias
y Francia Insumisa de Mélenchon. Este último, coincidiendo con el aventurero
internacional y consejero de Trump, Steve Bannon, ha declarado a Putin socio
directo en su lucha en contra de la UE.
En palabras breves: Putin está dispuesto a apoyar a cualquier gobierno,
movimiento o partido siempre y cuando contribuya a debilitar la hegemonía
democrática, en primer lugar sobre Europa y, en segundo lugar, mundial. Por
supuesto, ese propósito no está guiado solo por amor a las autocracias del
orbe. Su objetivo, el primero, el más importante de todos, es alcanzar, gracias
a sus aliados, hegemonía política sobre Europa. Lo dicho significa: a
diferencias del periodo de la Guerra Fría, el enemigo político principal de
Rusia ya no es USA -lo que no quiere decir que sea un amigo- sino los países
que ejercen hegemonía en Europa Occidental, particularmente Francia en lo
político y Alemania en lo económico. En este segundo punto Putin coincide nada
menos que con Trump quien ha declarado como enemigos económicos a China y
Alemania (cada vez mas unidos) ¿Y qué tiene que ver Maduro en este cuento? se
preguntarán muchos. Más de lo que se cree. De otra manera Putin no habría
enviado soldados a Venezuela.
El envío de soldados a Venezuela es sin duda una provocación de Rusia a
los EE UU y a la comunidad democrática mundial. Por una parte es una respuesta
directa al proyecto de Trump destinado a estacionar misiles de alcance
intermedio en Europa. Por otra, coloca a Trump en una situación muy difícil
tanto en su política nacional como internacional. Y, para rematar, levanta una
política opuesta al intervencionismo trumpista, pero también alejada de la
alternativa europea que busca, antes que nada, una salida política a la crisis
venezolana.
Malvado puede ser Putin, pero es inteligentísimo. Su provocación es un
juego de gana o gana. Si Trump no reacciona ante la presencia armada de Rusia
en Venezuela, por muy simbólica que sea, Putin puede aparecer como el hombre
que impidió una invasión militar de los EE UU y con ello acumular puntos para
continuar bregando en su proyecto hegemónico hacia Europa y, tal vez, hacia
América Latina. Si en cambio reacciona militarmente, Trump correría el peligro
de hundirse en el lodo de una guerra inútil antes de su reelección, hecho que
además convertiría su utopía del muro anti-migratorio en una imposibilidad
política. De acuerdo a la primera eventualidad, Putin emergería como vencedor
estratégico (a largo plazo). De acuerdo a la segunda, Putin emergería como
vencedor táctico (a corto plazo).
Visto en términos inmediatos, lo que más convendría a Putin sería una
invasión norteamericana a Venezuela. De ahí el carácter provocatorio de su
“apoyo” a Maduro.
No obstante, una invasión norteamericana luce problemática y eso, al
parecer, hasta Maduro lo sabe. La principal razón es que en los EE UU no existe
todavía un acuerdo unitario. De hecho hay por el momento tres fracciones: una
mayoritaria no-intervencionista si contamos no solo a importantes segmentos
republicanos sino también a la oposición demócrata a Trump, refractaria a toda
aventura militar. Una abiertamente invasionista, al parecer minoritaria, a cuya
cabecera se encuentran personajes como el senador Marco Rubio, seguidos por
invasionistas venezolanos (Diego Arria, Antonio Ledezma, entre otros)
partidarios del extremismo de la señora María Corina Machado y su grupo Vente
en Venezuela. En el medio está Trump quien no logra divisar todavía las
ventajas económicas de una invasión a Venezuela (a Trump no le importa otra
cosa). Lo más probable – aunque nada está asegurado- es que Trump insista en su
política de hostigamiento a Maduro, ejerciendo fuerte presión económica, con la
esperanza de lograr alguna vez el apoyo de por lo menos parte del estamento
militar venezolano. Al parecer, esa es también la línea que por el momento
sigue Juan Guaidó y su partido (VP). Del resto de los partidos venezolanos,
como casi siempre, no se escucha mucho.
La oposición venezolana tiene, en consecuencia, dos alternativas. Una es
someterse al dictamen trumpista orientado a lograr el fin de la usurpación
mediante el ejercicio de la presión política interna unida a la económica
externa. Dicha vía, sin embargo, tiene dos inconvenientes. El primero, la
posibilidad de que las manifestaciones encabezadas por Guaidó pierdan parte de
su energía movilizadora, lo que de hecho ya está ocurriendo. La segunda es que
las presiones económicas de Trump terminen solo afectando a los sectores más
pobres de la nación.
La segunda vía, la política, pasa por articular las demandas
democráticas de la oposición venezolana con la enorme mayoría de las naciones
democráticas europeas y latinoamericanas que exigen de modo unánime una
solución política pacífica basada en la exigencia nacional e internacional por
elecciones libres. Esa es la política de la UE y la comisión dirigida por
Franca Mogherini. Esa es también la posición mayoritaria del Grupo de Lima.
Asumir esa política significaría, además, dejar fuera del juego a Putin, cuyo
apoyo a Maduro – si es que tiene lugar- nunca podrá ser político. Cuando más, y
de modo solo simbólico, militar.
Asumir esa segunda vía significaría, además, dotar a la oposición
venezolana de una ruta estratégica orientada a convertir el fin de la
usurpación no solo en un deseo colectivo sino en resultado de una política
llevada a cabo con pertinacia e inteligencia. Lamentablemente la segunda virtud
-lo voy a decir con toda franqueza- no ha sido la que más ha caracterizado a la
oposición venezolana.
Lo cierto es que la frase “tenemos todas las opciones sobre la mesa” ya
no es cierta. Solo hay dos opciones, y de esas dos, solo una es política.
Fernando Mires
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