La aventura de los mercenarios en Venezuela ha logrado desviar la atención del problema determinante: la salida del poder del régimen de Nicolás Maduro. Con la renuncia de los dos asesores de Juan Guaidó que montaron la chapuza, podemos dar por concluida la polémica interna en el gobierno legítimo venezolano.
Una serie de eventos desafortunados crearon esta que ha sido la primera gran crisis interna en el equipo de Guaidó. Ciertamente ha habido otros sacudones -el ingreso de la ayuda humanitaria, los eventos en Cúcuta y la insurrección del 30 de abril del 2019-, pero ninguno de estos había sacudido la unidad opositora más allá de los grupos minoritarios que hacen vida en los extremos. Esta vez los partidos opositores que sustentan la presidencia interina se desmarcaron inmediatamente de ese camino, haciendo énfasis en la conformación de un Gobierno de Emergencia Nacional como el único camino real para salir de la crisis. Primero Justicia, el de mayor representación parlamentaria en las filas opositoras, fue más allá al hacer pública su petición de que los asesores Sergio Vergara y Juan José Rendón fueran destituidos. Los aurinegros fueron quienes dieron el paso públicamente, pero el malestar era palpable en el resto de las toldas.
La respuesta de Guaidó fue un discurso ambiguo, enlatado e insustancial que terminó de encender la pradera. Del mismo sólo se puede rescatar que se desmarcó de las aventuras de Rendón y Vergara, personajes de la picaresca política que nunca debieron tener tanto poder -aunque se maneja la teoría de que Guaidó aprovechó el incidente para zafarse de personajes a quienes se prefiere no tener como enemigos. El hecho es que el lunes amanecimos con la renuncia de ambos.
La fábula de los mercenarios quedará para los anales de la Historia Bufa. El régimen de Maduro pierde, con la renuncia de Rendón y Vergara, la mecha de la chapuza que pretende convertir en su Bahía de Cochinos. Esta conspiración, con todo y su legitimidad, estuvo a la altura de una ópera bufa, con el punto dramático de que terminó con muertos y presos que la dictadura no termina de identificar formalmente. Sobre Rendón y Vergara, ¿cómo se les ocurrió sacar a licitación internacional una invasión mercenaria? ¿Cómo se les ocurrió firmar, ¡firmar!, un contrato para esos efectos? ¿Cómo no se les ocurrió que formaban parte de un gobierno legítimo, no de un grupo rebelde, y por lo tanto no pueden actuar paralelamente a la Ley? ¿Cómo se les ocurrió actuar de espaldas a los aliados internos y externos? ¿Cómo se les ocurrió no averiguar que el mercenario elegido es un discapacitado mental, así diagnosticado por la administración de veteranos de guerra de Estados Unidos? Demasiadas pifias para quienes cobran millones por sus consejos. Y, siendo ellos mismos unos mercenarios, cabe preguntarse si hubo alguien que les pagó más.
Guardando esas preguntas en la caja fuerte del cerebro, ahora toca reencauzar la lucha hacia lo único real que existe para salir de la crisis venezolana: la conformación de un Gobierno de Emergencia Nacional. Para eso sigue siendo vital alguna parte del chavismo. Y la Fuerza Armada Nacional que, extrañamente, no tomó la batuta de la respuesta del régimen de Maduro ante la supuesta invasión mercenaria, ella que se mete en todo aunque no le corresponda. La respuesta gris sugiere que a Vladimir Padrino López y su camarilla Moscú no les ha modificado la instrucción de negociar una transición ordenada, el punto en el cual nos quedamos hace un par de semanas.
En estas mismas líneas dijimos que lo único que podía trastocar esa transición a la democracia es lo mismo que, en otras ocasiones, había dado al traste con todo: los egos. Y también en estas mismas líneas les dijimos, hace un par de meses, que Guaidó debía tener cuidado con su entorno, recomendándole la soltura con la que Adolfo Suárez transitó una situación similar. Presidente, que ese entorno no siga intoxicando su mayor apoyo, ese que es la garantía hasta del soporte internacional. No deje que lo alejen de los partidos políticos y demás instituciones internas. No busque a Dios por los rincones.
Francisco Poleo
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