En estos días he estado pensando en mis maestras y maestros, con quienes cursé la primaria en Caracas hace ya bastantes décadas. Cierto que mayoritariamente sus clases eran lo que podríamos llamar “tradicionales”, pero ahora valoro rasgos de mis docentes que entonces daba por sentados: casi nunca -por no decir nunca- dejaban de asistir a su aula, una vez allí estaban pendientes de que tuviéramos trabajo que hacer, y su trato hacia nosotros era considerado.
Un caso especial fue el maestro Enrique en segundo grado: el último día de la semana lo cerraba contándonos cuentos. A todos nos encantaba esa hora, nos congregábamos cerca de él y escuchábamos atentamente. Enrique había emigrado de un país abatido por la pobreza y la opresión: su vida no debía de haber sido fácil, pero él se mostraba siempre afable.
En tercer grado empecé a necesitar lentes y quien se dio cuenta fue la maestra, ella se ocupó de alertar a mis padres sobre un problema que no era pequeño. Su hermana, la maestra Pilar, fue mi docente al año siguiente.
Recuerdo que en la fiesta de Navidad se me dañó con algún líquido el suéter, y cuando mi papá me vino a buscar la educadora se nos acercó presurosa para explicarle que no había sido mi culpa, sino resultado involuntario de juegos entre niños. ¿Qué le hizo tomarse esa molestia? Supongo que quiso evitarme un castigo. Ella no sabía que ese riesgo con mi papá era nulo.
Regularmente llegaba a mi escuela la revista Tricolor, con sus temas de historia, geografía, cuerpo humano, animales y plantas. Siempre había algún poema para nosotros, escrito por una maestra: Morita Carrillo.
Hoy, nuevas generaciones de docentes siguen allí, educando a niñas y niños, velando por ellas y ellos. Las y los docentes organizan y propulsan el trabajo pedagógico, a la vez que aseguran que resulte continuo y sistemático. Son figuras de las más cercanas a la infancia y de influencia decisiva en su desarrollo. ¡En sus manos hay tanto! Preocupa ver como su profesión se desvaloriza día a día en nuestro país.
Es urgente que, en medio de la crisis que vivimos, el Gobierno dirija a este sector políticas económicas y sociales especiales. Porque ¿qué futuro nos espera si no cuidamos a nuestro magisterio y no lo apoyamos para una mejor labor?
Aurora Lacueva
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sábado, 30 de mayo de 2020
AURORA LACUEVA, MAESTRAS Y MAESTROS
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