miércoles, 10 de junio de 2020

CORINA YORIS-VILLASANA, ANTE LA BARBARIE, MÁS CULTURA

En mis clases de Lógica (durante unos cuantos años) he usado un argumento para pedirle a mis estudiantes que identifiquen los elementos constituyentes de ese argumento. El pasaje dice: “Quien a un hombre mata, quita la vida a una criatura racional, imagen de Dios; pero quien destruye un buen libro, mata la razón misma, mata la imagen de Dios”. Su autor, John Milton. Y, al usarlo, siempre he apuntado a suscitar en mis alumnos el amor por los libros. Incluso, en este prestigioso espacio de El Nacional, he escrito varios artículos sobre el libro como símbolo de inteligencia, de conocimiento, de libertad de pensamiento.

Si hablas o escribes sobre libros es ineludible la referencia a Jorge Luis Borges quien, en el prólogo a Ficciones, antes de escribir el cuento La biblioteca de Babel, compuso un ensayo intitulado La biblioteca total, editado en la Revista Sur, 1939. En este ensayo Borges filosofa sobre la imagen de la biblioteca infinita. Es un maravilloso escrito en el que nos brinda un recuento de los predecesores del tema de esa biblioteca ilimitada. Estos antecedentes no son otros que el cuento La biblioteca universal, escrito por Kurd Laßwitz; Sylvie and Bruno, de Lewis Carroll y El certamen con la tortuga, de Theodore Wolff. Imperdibles, tanto los escritos de Borges, como las obras citadas.

¿Por qué aludo a Borges y a su biblioteca infinita? Porque en ella estarían reunidos todos los libros que el ser humano ha escrito. Infinitos estantes hexagonales contendrían “todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas”; allí estarían las obras perdidas, aquellos libros que encierran los secretos mejor guardados de nuestro mundo, documentos que disiparían cualquier inconveniente, bien fuese individual o mundial. Así, el ser humano, poseído por una “extravagante felicidad”, estarían en capacidad de resolver definitivamente “los misterios básicos de la humanidad”. Hay que volver a Borges y a su biblioteca infinita para adentrarse en el simbolismo que encierra una librería, un simple estante, una rinconera.

No me cabe la menor duda acerca de que el paradigma de ese sueño borgiano no es otro que la gloriosa Biblioteca de Alejandría.


¿Qué misterio encierra ella? En un imperdible artículo de Roger Bagnal, recogido en los Proceedings of the American Philosophical Society, 2002, hay un arqueo de todo lo que contenía este recinto sagrado del saber, escrito que recomiendo a mis lectores; Bagnal desenmaraña mitos aclarando muchos puntos sobre los números fantasiosos que han sido usados para expresar la grandeza de la Biblioteca.

La historia de la Biblioteca de Alejandría puede ser dividida en varias etapas y solo quiero referirme a su destrucción, que tiene lugar en distintos momentos. Construida poco tiempo después de la fundación de Alejandría por Alejandro Magno en 331 a. C., tenía como propósito agrupar todas las obras del intelecto humano, y que debían ser compendiadas en una especie de colección infinita para la posteridad.

Sufrió varias devastaciones y una de ellas y, quizás, la más significativa fue el incendio ocasionado cuando Julio César, quien había arribado a Alejandría con el propósito de brindarle apoyar a Cleopatra, fue asediado en el palacio, situado en un lugar cercano a la biblioteca de los “Libros regios” así como al Museo, el templo de las musas. Se dice que Julio César fue el mayor causante de la devastación de la biblioteca, al provocar el incendio de una escuadra de naves y favoreciendo que se esparciera el fuego. Este suceso se sitúa en el año 47 a.C.

Con la caída de Marco Antonio y Cleopatra se produjo el desplome del reino ptolemaico de Egipto, quedando bajo el dominio de Roma. Inevitablemente, Alejandría sufrió un lánguido y fatal ocaso, y con ella, también su Biblioteca.


En el siglo IV de la era cristiana, las leyes contra el paganismo promulgadas por el emperador Teodosio fueron utilizadas por los cristianos más fanáticos para justificar sus asaltos contra templos e instituciones del paganismo. Así, la valiosa biblioteca del Serapeo, fundada por Ptolomeo Evergetes –que, por cierto, muchos autores confunden con la biblioteca palatina, la Biblioteca de Alejandría–, fue devastada en el año 391 d. C, durante un pogromo en contra de los paganos, exhortado por el patriarca Teófilo.

Sobre el califa Omar se dice que incendió textos contrarios al Corán en el 645 d. C., aunque la mayoría de los historiadores juzgan que esta versión es falsa.

Sea como fuere, la Biblioteca de los sueños, el gran ideal por juntar el saber humano fue destruido.

En la historia de la aberrante quema de libros, saltando siglos desde Alejandría, encontramos el horror de esta práctica en el Opernplatz de Berlín, 10 de mayo de 1933. La multitud allí concentrada, fue arengada por el discurso henchido de odio del líder estudiantil nacionalsocialista Herbert Gutjahr, quien vociferaba: “Hemos dirigido nuestro actuar contra el espíritu no alemán. Entrego todo lo que lo representa al fuego”, y arrojó una cantidad considerable de libros a las llamaradas de una pira avivada por millares de libros incinerados. Actos similares se repitieron ese fatídico día en toda Alemania. Prácticamente en casi todos los campus universitarios fueron calcinados libros de aquellos autores que no concordaban con sus marcos ideológicos. La barbarie en las propias casas del saber. El horror recorriendo los templos de la cultura.


Así, cuando se irrumpe con violencia en el sagrado recinto del conocimiento, cuando se atenta contra un libro, aunque sea uno solo, se está agrediendo al ser humano mismo, a la inteligencia, a la razón. He visto con profundo dolor el incendio de la biblioteca de la Universidad de Oriente. Toda aquel que ha pisado alguna vez una biblioteca, todo aquel que ha disfrutado del olor de un libro, todo aquel que ha encontrado en un pequeño opúsculo alguna frase que le ha llenado un vacío en su alma, debe levantarse y condenar enérgicamente semejante barbarie. Pero, además, está en el sagrado deber de ayudar a producir más cultura y así resarcir al ser humano, y, en particular a cada integrante de la UDO, de la inexcusable pérdida de su patrimonio bibliográfico.

Hoy, todos los universitarios de Venezuela elevamos nuestra protesta y exigimos una exhaustiva investigación sobre este asesinato de la razón.

Corina Yoris-Villasana
cyoris@gmail.com  
@yorisvillasana
@ElNacionalWeb
https://www.elnacional.com/opinion/ante-la-barbarie-mas-cultura/

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