Parece un contrasentido pedir al que sufre hambre, al que pasa días sin luz, que puede “dar más”. Junto a un pozo insondable de bien, el corazón humano puede sufrir un profundo dolor y privación.
La cara de la pandemia del Covid-19 no es agradable y sus posibles manifestaciones pueden ser pavorosas. La cuarentena social ha generado otros problemas: la falta de trabajo ha hecho que mucha gente no tenga qué comer; la desnutrición campea y la desesperación fuerza a que haya que salir a trabajar, así sea de manera informal. El llanto de los niños estremece y el abandono de los ancianos es conmovedor: sus rostros muestran el sufrimiento.
Es excesiva la información sobre el Covid-19 en otras latitudes. En nuestro país hace falta más apoyo positivo por parte del Estado para que la ciudadanía pueda defenderse del contagio. Se siente más bien un ambiente coercitivo que cambiando su signo, se convertiría en educación ciudadana y mayor cuidado para lograr ambientes sanos.
El Estado debe crear las condiciones para el desarrollo de los ciudadanos. A los emprendedores hay que premiarlos; a los trabajadores aplaudirlos, a los esfuerzos de las autoridades por educar a la población hay que escucharlos y agradecerles. Estímulo, objetivos de desarrollo, preparación profesional son indispensables.
Guardando las medidas sanitarias, cada uno, sin excepción, puede siempre recorrer el camino de la consolación y el acompañamiento. No podemos abandonar la cercanía y el afecto con los familiares, amigos y en general con la gente que sufre. En la sonrisa, la escucha y el consuelo se ve el talante humano y cristiano de las personas. No son las amenazas, ni las ironías lo que estimula. Siempre es lo positivo y aquí entra la caridad: sentirnos responsables de dar amor y acompañamiento a quienes estando junto o cerca de nosotros, sufren. Aquí siempre podemos “dar más” y dar mucho, porque el corazón humano tiene un abismo de bondad y de bien.
Fernando Castro Aguayo
fcastroa@gmail.com
@monscastro
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