En la conmemoración de cada 12 de octubre se presentan reclamos de toda laya a la madre patria por las terribles tropelías cometidas por conquistadores y colonizadores contra los pueblos aborígenes, pero es notable la insistencia del actual presidente mexicano, quien desde sus inicios en la presidencia el año pasado solicitó al rey Felipe VI de España que pida perdón a los pueblos originarios de México por los abusos cometidos, solicitud desestimada por “extemporánea” por el entonces canciller español Borrell.
Aun así AMLO no se dio por vencido y este año dirigió una misiva al papa Francisco, en la que insiste en que tanto la Corona y el gobierno de España, como el Vaticano, deberían disculparse con los pueblos originarios por las “más oprobiosas atrocidades” cometidas durante la invasión española en el siglo XVI.
Razón tendría el presidente mexicano si tenemos en cuenta que los crímenes de lesa humanidad no prescriben, aunque los conquistadores no tuvieran la menor idea de lo que eso quiere decir y el detalle de que quienes los cometieron hace mucho que no están en este mundo. Pero lo que también llama la atención es que en los más de 200 años de la independencia la situación de los indígenas mexicanos y de la mayor parte de los países del continente aun no haya encontrado justicia.
Hugo Chávez, muy alejado de la solemnidad, con su verborrea habitual no perdió oportunidad de proferir reclamos a España por los crímenes cometidos, además de decidir bautizar al 12 de octubre con el falso calificativo de día de la resistencia indígena, pues ese día como mucho los aborígenes se habrían dado cuenta de la llegada de unos cuantos seres humanos bastante diferentes a ellos.
Como todas las causas revolucionarias, el indigenismo no va más allá de la alharaca y lo simbólico, Guaicaipuro en el Panteón, el protagonismo de Noelí Pocaterra, la diputada seudoindígena por excelencia, el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios en la Constitución de 1999 de Venezuela y Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas que no pasaron de la letra y sumar autoelogios vacíos.
Así ha sido con todas las banderas, el pueblo pobre, supuesto beneficiario de la revolución chavista, padece de hambre y un dolor que ha llevado a enormes contingentes de cerca de 5 millones de personas a deambular en las condiciones más penosas por todo el continente. La cacareada defensa de la patria bienamada y de su soberanía ha radicado en la entrega del Esequibo y de importantes porciones del territorio a grupos irregulares y al crimen organizado, sacrificando a sangre y fuego a los indígenas habitantes de esos territorios, por la confrontación de intereses.
Para rematar, el voto indígena en Venezuela para las próximas elecciones parlamentarias, de acuerdo con recientes modificaciones anunciadas por el Consejo Nacional Electoral no será secreto, individual y directo como lo establece la Constitución de la República para todos los ciudadanos venezolanos, sino que elegirán a mano alzado a unos delegados que los representarán.
Pero este 12 de octubre Maduro los premió bautizando la autopista Francisco Fajardo, importante arteria vial caraqueña que muy pocos de ellos debe conocer, con el nombre de Cacique Guaicaipuro.
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