Nací
el 20 de mayo de 1959, mis nombres son: Noel Vidal. Gracias a la decisión de mi
madre, me escapé de la tradición del santoral del almanaque. Llegué a este
mundo, en un centro poblado llamado Inglaterra, dentro del caserío Cerro Libre.
Poblado adscrito al municipio Cuicas del estado Trujillo. Como casi todos los
caseríos trujillanos, este también parecía ser un lugar olvidado por Dios y por
los hombres. Debido a la carencia de servicios de salud cercanos, mi madre al
nacer cada uno de sus hijos, al igual que todas las parturientas del lugar,
debió ser asistida por la única comadrona del lugar: la madrina Ramona. Ella
era, por efectos de los partos, madrina de casi todos nosotros, los habitantes
del villorrio. Hasta la edad de 4 años, viví allí con mis padres y mis 2
hermanos, Nelson y Nerio, habidos en la segunda unión de mi madre. De su
primera relación nacieron otros dos hijos, Alberto y Tomás, estos dos últimos,
recientemente fallecidos.
Cerro
Libre, como su nombre lo indica, es una elevación de terreno bastante
pronunciado que se encuentra muy alejado de los principales centros poblados
del estado Trujillo. Por el corto tiempo que viví allí y por mi corta edad, los
recuerdos que conservo de ese poblado son escasos. Acudiendo a la nebulosa de
mis recuerdos y a visitas posteriores, he podido precisar que en ese poblado no
había tuberías de agua potable, ni luz eléctrica; se cocinaba con leña y la
iluminación se hacía con lámparas de querosén o de aceite; tampoco había
dispensario, ni liceo, solo una escuela que impartía educación hasta 6to grado
de primaria; las necesidades fisiológicas debían ser practicadas en los montes
o en letrinas y la ropa era lavada en los riachuelos cercanos. Los medios de
transporte eran muy escasos y para ir hasta el pueblo más cercano, Monay,
debíamos levantarnos de madrugada y caminar kilómetros y kilómetros, por los
bordes de la montaña, para llegar hasta la carretera negra, como le llamaban a
la panamericana, por donde pasaba un autobusito, conocido como el pescador.
Mi
madre, Damiana Camargo (1922-2010), mujer sencilla y bondadosa, pero con un
fuerte carácter; medio leía y apenas garabateaba su nombre porque no había
estudiado ni siquiera primer grado. Ella había desarrollado una destreza para
confeccionar vestidos femeninos, nunca incursionó en el ámbito masculino.
Recuerdo que tenía unas revistas de figurines de moda, de los cuales extraía
los modelos
que le ofrecía a sus clientas. Una vez contratado el servicio, las usuarias
consignaban la tela y el precio de la mano de obra estaba fijado en 5
bolívares, los cuales eran abonados a razón de: un pago inicial de 1 bolívar y
2 cuotas de 2, la última de ellas, pagada a la entrega de la prenda de vestir.
Mi madre tenía unos moldes de papel sobre los cuales cortaba los vestidos y
luego pasaba a coserlos en una maquinita de mano, marca “Singer”. Como mi madre
era corta de vista, cuando se le rompía el hilo, mis hermanos y yo,
ensartábamos la aguja nuevamente. Con los ingresos obtenidos por las costuras,
mi mamá nos compraba los cuadernos y las alpargatas, ni soñar con zapatos.
Nuestra ropita era confeccionaba por ella misma, mientras que mi padre
sufragaba los gastos de la comida y medicinas.
Mi
padre, Cesar Álvarez (1904-1995) era un político, comunista, devenido en adeco;
expolicía, picapleitos, leguleyo y dicharachero; honesto y sincero hasta la
muerte. Como casi todos los comunistas, había leído infinidad de libros,
conocimientos que plasmaba en un verbo muy cultivado y magnifica escritura. Por
la carencia de fuentes de trabajo, mi padre se convirtió en jornalero y
prestaba sus servicios en las haciendas del entorno. En paralelo fungía, de
hecho, como juez de paz, registrador y notario. Cuando había un litigio por
linderos de tierras, mi padre era llamado como “resolutor” de conflictos. Él
medía las tierras y establecía los linderos. Sus dictámenes eran aceptados por
todas las partes. Cuando alguien necesitaba vender una casa o terreno, mi padre
redactaba los documentos, certificaba la venta y la entrega del dinero. La
validez de sus documentos era aceptada en todos en los caseríos circunvecinos.
Para mi sorpresa, todavía hoy se conservan algunos títulos supletorios emitidos
por él.
Cuando
estaba cercano a cumplir 4 años, nos mudamos para otro caserío, al lado de la
carretera panamericana, llamado, El Batatillo. Allí llegamos a vivir en una
casa de bahareque, techo de palma, piso de tierra y de nuevo, baños en los
matorrales. Las camas eran unos catres de lona con las patas cruzadas, en forma
de equis. Tenían unos bichitos alojados en sus intersticios, los comúnmente
conocidos como chinches de cama. Esos benditos animalitos nos chupaban la poca
sangre que teníamos y nos perturbaban el sueño.
Apenas
llegado al Batatillo, comencé mi aprendizaje de lectura y escritura, en un
libro intitulado “Juan Camejo”. Esa motivación provino, en primer lugar, de las
caricias de un rejo de cuero de vaca, llamado “cariñosamente” el mandador, que
blandía diestramente mi progenitora y después, por mi interés de leer los
suplementos del Zorro; el Llanero Solitario; Santo, el enmascarado de plata;
Red Ryder y las novelitas vaqueras de Marcial Lafuente Estefanía. Desde esa
época, hasta ahora, nunca he dejado de leer, al menos una página de un libro,
diariamente. En la próxima entrega, les contaré más acerca de mi infancia.
Noelalvarez10@gmail.com
@alvareznv
Coordinador Nacional del Movimiento político GENTE
Venezuela
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