Ahora, como decíamos ayer, no hay líderes. Tan solo
Nicolás Maduro y pecaríamos de mezquinos desconociendo su liderazgo intramuros.
El hombre, percibido de reducido kilataje más por propios que por adversos, se
irguió a ojos vista, aun entre tanta dificultad; y antes que languidecer se ha
robustecido, no por dotes exultantes, sino por competidores inexistentes o
pigmeos. Y no solo en la oposición. Tal vez esta asimetría sea mayor dentro del
oficialismo, porque lo que no logró Chávez (un solo partido de gobierno) lo ha
gestado Maduro quedando apenas un PCV debilitado y en UCI.
Pese al amalgamiento a la brava, en ese coto rojo no
destaca un solo dirigente con característica de líder porque cuando Maduro
percibe “algo extraño” guillotina cuellos. Los más recientes degollados fueron
El Aissami y Diosdado en ese mismo orden. Jura un colega palaciego que
silenciar a El Aissami fue sugerencia de Diosdado.
En la oposición qué te cuento..! Aquél aciago 5 de
enero del 2016 cuando Ramos Allup ofreció la cabeza de Maduro selló su tumba.
Luego Borges, cual Esaú bíblico, aceptó gustoso departir ententes opíparas con
Jorge Rodríguez en Dominicana y Barbados negociando lentejas que no eran suyas.
Todo, sépase, planificado desde Miraflores por consultores de Maduro.
Lo anterior en lo político, pero tampoco existen
líderes empresariales, ni sindicales, ni gremiales, ni estudiantiles, ni
sociales ni de ningún sector respetable. Escapa lo episcopal aunque ahora
prudente y poco urticarioso. Mientras tanto, Maduro se refocila.
Llegamos hoy con apenas vestigios de aquella Venezuela
de liderazgo descollante “auto-suicidado” por minusvalías e inhibiciones
propias. Pero un país necesita líderes y es oportuno el momento para que se
postule gente idónea. No necesariamente aspirantes presidenciales. Requerimos
emprendedores con ideas interesantes; gerentes que revivan a PDVSA, influencers
que descolapsen el marasmo empresarial, profesionales que encumbren luchas
productivas, muchachos que vibren con la universidad. Hacen mucha falta.
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