Y aunque en principio, no hay forma posible de una
comparación que se justiprecie de su alcance, es insensato pretender tanto lo
primero como lo segundo. Ni Dios está muerto por cuanto es infinito, ni tampoco
la Universidad. Esta gran institución es imperecedera por tantas razones que
comprenden su magnanimidad, perseverancia, estoicismo, continuidad y
longanimidad. Es más perenne que el oro.
Sin embargo, buena parte de la justificación que
esgrimen quienes han supuesto que “la Universidad está muerta”, se apoyan en la
animadversión que sienten contra la institución. Independientemente de si
hablan en nombre del resentimiento o repulsión a la inteligencia, dado lo
crítica, democrática y plural, como tal cual la desnudan sus acciones, procesos
y momentos propios de la vida académica que la Universidad tiene.
Desde que la Universidad abrió sus puertas para formar
hombres y mujeres alrededor del conocimiento de las ciencias, las humanidades,
las tecnologías y las artes, ahí mismo nació para la infinitud, para la
inmortalidad. Dispuesta a trascender por encima de cuanto obstáculo se le
atravesara. Podría verse afectada por las circunstancias, como en efecto ha
sido a lo largo de más de 8 siglos. Pero nunca, para dejar vencerse por los
avatares.
Cada crisis por la que ha transitado la Universidad,
la ha fortalecido. En los problemas vivenciados, ha hallado una oportunidad
para resarcirse. Para consolidarse de cara a lo que exalta su compromiso
pedagógico-institucional-académico.
Sus periplos, equivalen a procesos graduales de
aprendizaje-enseñanza que convocan las potencialidades que en su esencia
radican. Así ha sido su recorrido. Entre tiempos y espacios. Y es, lo que le ha
permitido salvar brechas, diatribas y empellones demostrativos de su fuerza
para imponerse a las incertidumbres. Tan igual, como para fulgurar entre las
penumbras que intentan oscurecer su brillo.
Estas realidades son las que han motivado, en la
historia de los pueblos, a encumbrar la razón de ser de la Universidad.
Indistintamente del lugar en el cual esté enclavada su institucionalidad. Un
ejemplo de lo que concierne a estas verdades, es el caso de los académicos Luis
Pastori y Tomás Alfaro Calatrava, cuando escribieron: “Esta casa que vence las
sombras, con su lumbre de fiel claridad (…)” para destacar la condición de
“Alma Mater” de la universidad venezolana ante su razón académica. (Del himno de
la Universidad Central de Venezuela, UCV)
La Universidad no ha muerto
En los último tiempos, algunos agoreros vienen
diciendo que “la Universidad ha muerto”. ¡Crasa equivocación! No hay referencia
que admita un caso de expiración de alguna universidad. Aunque no es de negar
que ha habido tiempos en que la universidad se vio constreñida a cerrar sus
puertas, aulas y laboratorios por causas de nimia temporalidad. Incluso, por
intereses que sólo explica un obtuso, abusivo y aprovechado poder político.
Pero siempre, el atasco en su condición de problema, ha sido coyuntural.
Venezuela no ha sido la excepción. Muy a pesar de los
cambios que ha adolecido el país. Particularmente, desde que fue instituida la
primera Universidad, la UCV. (Fundada el 22 Diciembre de 1721, con antecedentes
en el Colegio-Seminario de Santa Rosa de Lima, desde 1673).
Siempre, las universidades venezolanas han sabido
sortear los embates que en algún momento las ha afectado. La historia política
contemporánea, es fiel testigo de múltiples impases en esa línea de
confrontación.
Sin embargo, la puja por creaciones de educación
universitaria de toda especie, rango y dimensión, o por eliminaciones y
reemplazos de cualquier género y clase por otras de igual o peor configuración
organizacional, no ha sido ni será causa de supresión, exterminio y desarraigo
de universidad alguna. Ni siquiera, porque algunas han sido de factura
gubernamental.
Además, resultaría imposible dejar de reconocer que,
en lo que va de vida republicana venezolana, no ha habido ninguna actividad o
creación de bien colectivo que no haya tenido su raíz o motivación al margen
del esfuerzo universitario. O de las capacidades creativas que en ellas
residen.
Así que no tiene cabida de ningún tipo, sintonizarse
con tan desacreditada expresión. Con la apesadumbrada frase que declara la
muerte de la Universidad. Tan imperturbable y permanente es la Universidad,
desde todo punto de vista, que ni siquiera los allanamientos o las reducciones
presupuestarias de las cuales han sido víctimas las universidades autónomas
(venezolanas), han podido derrumbarlas. Y si alguna vez el gobierno, por miedo
a sus críticas, llegó a desmantelarlas, como sí en efecto ha sucedido, su
capacidad de recuperación no ha hecho esperar.
Y todo así ha sucedido, porque la Universidad, ha
continuado fortaleciéndose. Más, por cuanto es un acto de fe académica
consolidarse institucionalmente como artífice del progreso en tiempo presente y
de cara al porvenir. O como lo expresara el rector Dr. Renato Esteva Ríos, con
motivo del aniversario de la fundación de la Universidad de Los Andes, el 29 de
Marzo de 1952, la Universidad (…) ha de imponerse como un poder espiritual frente a
todo, representando la serenidad frente al frenesí, la seria agudeza frente a
la frivolidad. Entonces así, la Universidad volverá a ser lo que fue en su hora
mejor: un principio promotor de la historia.
En contra de la perturbadora frase que afirma que “la
Universidad está muerta”, vale replicar que la Universidad se renueva día a
día. Su florido y hermoso prado, es un cultivo de inteligencia, y que
convertido en realidades, seguirá abonando y honrando el desarrollo nacional.
Es así, porque la Universidad siempre ha vibrado con el sentimiento que embarga
toda situación social, política o económica. O que incluso, vaya más allá de
sus fronteras. Pues la Universidad, en un sentido estricto, la hacen sus
hombres y mujeres. Sus obras y vidas.
Por eso, que quienes insisten en asesinar la Universidad, o declararla sucumbida, deben
saber que esa intención jamás podría patentizarse. Porque la Universidad es eco
defensivo y resonante de toda crisis que amenace el devenir del país, con
hambre de ideas, de trabajo y de conciliación. Eximia razón para haber definido
a la Universidad como “una sociedad de intereses espirituales” cuya “(…) tarea
es buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre” ( Del
artículo 1 de la Ley de Universidades. Caracas, 1970)
Por consiguiente, sobran razones para asentir su
perennidad. Por tanto su permanencia. Eso explica otras razones más para aducir
por qué y para qué haber disertado sobre la infinitud de la Universidad.
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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