miércoles, 3 de marzo de 2021

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, REGRESO DEL FUTURO

Marx, Engels et. al inventaron una secuencia en el desarrollo humano, el llamado materialismo histórico. Según eso, la humanidad arranca con la comunidad primitiva, siguen la esclavitud, el feudalismo, el capitalismo, y terminará con el socialismo y el comunismo. Pero resulta que Asia, África y América nunca pasaron por ese chorizo, que por lo tanto no da la talla para teoría de la historia. Marx y los marxistas trataron de ponerle parches. 

Hagiógrafos y enmendadores de plana marxistas argumentan que esa sucesión –chorizo es porque así lo llamaba cuando estudié sociología- es solo para Europa occidental, un cuadrito en el inmenso mapamundi. Pero eso tampoco es cierto, porque hubo feudalismo apenas en pocas partes de Europa y por lo tanto el materialismo histórico enturbia la secuencia clásica y mucho más útil, de antigüedad, medievo, modernidad y contemporaneidad, que no pretende profetizar sobre el futuro. 

Todavía no terminan de contar la cantidad de muertos y desgracias en el intento de realizar el destino natural, el fin de la historia, el socialismo y el comunismo. Los autores no lograron librarse de la metafísica hegeliana y tratan de “¡ponerla sobre los pies!”. Lejos de representar progreso, donde hubo servilismo y feudalismo, fue un enorme retruécano con respecto a la esclavitud. 

Esclavo y “sin derecho”

Mientras en Grecia y Roma antiguas, los amos proveían las necesidades de los esclavos y los fámulos de la casa tenían vidas privilegiadas, los siervos de la gleba en el medievo eran esclavos, pero “sin derecho”. Se compraban y vendían con la tierra, como ganado, trabajaban hasta la muerte para mantener al señor y medio sobrevivir. Estaban obligados a entregarle su mujer la primera noche, para que él se encargara de despejar la vía. 

Tenían que morir cuando el señor desataba una guerra. Pero los marxistas y demás radicales rechazaron el lucro, la sociedad abierta y crearon la malévola superstición de que “hay pobres porque los ricos les roban su trabajo” y la llamaron capitalismo o sociedad capitalista, la que se dispara en la revolución industrial y produjo uno de los saltos civilizacionales. más grandes de la historia, la belle epoque. 

Pese a la lucha de clases que propone, el Manifiesto Comunista es una oda modernizadora al industrialismo. El autor se burlaba de que la mentalidad romántica sublimaba el amor a la naturaleza de los poetas del sturm und drang, la supuesta pureza de la vida natural, de los labriegos, de los ludistas que rompían las máquinas porque temían la modernidad productiva y la corrupción de la ciudad y el conocimiento (“Dios es un poeta, no un matemático”, dice William Blake). 

Un siglo después el novelista polaco Jerzy Kosinsky, describió en El pájaro pintado como la cultura campesina del centro de Europa practicaba la simpática tradición de vaciar las cuencas con una cuchara a los niños que los tenían negros, porque eran los ojos del diablo (la cultura popular tiene amigos a montón) Marx los detestaba y hacía fiesta cada vez que colonizaban algún pueblo “bárbaro”, como cuando Inglaterra tomó India y EEUU destazó a México como un pollo frito. 

Marx escribió que la sociedad capitalista había sacado a los labriegos de “la vida reptante del campo”) pero acariciaba una terrible utopía: la dictadura del proletariado en la que “los medios de producción” pasaran al control colectivo. El realizador práctico del sueño revolucionario, Vladimir Ilich, como después Mao, Fidel Castro y el poeta campesino Ho Chi Min, demostraron que no existen dictaduras amorosas, populares, consideradas, educadas, salvo por momentos 

Veo el futuro

Nociones, falsas, dañinas, retorcidas, simplistas, abortos intelectuales del marxismo, destrozaron los países que siguieron la idea de una dictadura del pueblo, una democracia verdadera y tuvieron un destino terrible. Su fuerza estuvo en que la prédica es música agradable a los oídos. Una ideología que sabe a dónde va el mundo, cuál es la avenida que conduce al futuro, y está dispuesta llevarnos colectivamente. Una ideología que odia a quienes producen, se destacan, que glorifica la envidia. 

“Que está del lado de los pobres, los débiles, contra clases de parásitos explotadores y políticos ladrones”, representa el bien y gana adeptos incluso hoy después de muerta. Como buena ideología dura, tiene respuestas para todo, es una visión holística del mundo, una religión laica, la nueva moral. Con la ceguera del determinismo, todo ocurre por la indetenible “rueda de la historia”, y es reflejo, superestructura, de las condiciones objetivas “las relaciones de producción”. 

Toda libertad humana es aparente y actuamos según un libreto pre escrito: la depauperación capitalista, su desastre económico producirá la revolución, aunque la realidad aplasta a diario esa idea. Hace poco un visigodo magazolano declaraba como marxista, que las sanciones destruirían la economía y derrocarían al gobierno. Pero el gobierno se impuso, lo que revela cuál es la incidencia de la economía en la política. El marxismo es banal.

Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@CarlosRaulHer
@ElUniversal
Venezuela

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