En estas últimas dos décadas muchos son los hijos
huérfanos de ese Estado que hoy carece de la sombra que les dio cobijo. Las más
de las veces derivaron en víctimas de políticos oficiantes de un populismo
redentor. Por sus resultados parece que la idea no era otra que convertirse
finalmente en meros repartidores de canonjías y sobrantes migajas, o en traficantes
de ilusiones.
Cuando esos políticos de distinto pelaje perdieron la
bitácora del país lo abandonaron a su suerte en una hecatombe interminable, en
un mundo distópico, sin paralelos ni esperanzas de binar. Con el deslizamiento
de las capas que ordenaban la estructura de aquella Venezuela fraguada por los
demócratas históricos y ciudadanos ejemplares, comenzó a emerger para nuestro
infortunio otro país, expuesto e inerme, sin ánimo ni capacidad para resistir
los embates.
El desmantelamiento ha sido sistémico; además de lo
físico, incluye el trastrocamiento de los principios, valores e instituciones
que le insuflaron aquellos venezolanos que pensaron e hicieron un mejor país.
Es palpable que el país de hoy no cuenta con un liderazgo integral, no existe
una nueva generación con características de relevo en todas las facetas del
país. En términos de conjunto,
nos preguntamos quiénes después de Betancourt, Prieto,
Ruiz Pineda, Leoni, Andrés Eloy Blanco, Uslar, Otero Silva, Héctor Mujica,
Soto, Cruz Diez, Convit, Tejera, Sucre Figarella, Pérez Alfonso, CAP, Pompeyo
Márquez, Aristiguieta, Calvani, Villalba y el Caldera de entonces, entre muchos
otros. Cada uno representó a su correspondiente generación con sentido de
pertenencia, desprendimiento y una autenticidad que buena falta le hacen a
Venezuela en estos difíciles momentos.
Por su desempeño, encajábamos en estándares
internacionales que reflejaban un avance sostenido en todos los aspectos de la
vida nacional; a pesar que no se sembró a plenitud el petróleo, buena parte de
sus ingresos se tradujo en logros de significación en todo el territorio
nacional, grandes obras de infraestructuras, planteles educativos y universidades,
desarrollo científico, cultural e industrial, incremento del comercio y del
empleo formal, inclusión y ascenso social que aun con sus imperfecciones en
modo alguno guarda parecido con este país que hoy se encuentra devastado hasta
sus cimientos. Y no se diga que tal adversidad deviene estructuralmente de
males anteriores o de insuficientes recursos cuando nunca antes los hubo tan
profusos. La materia prima de la insatisfacción y el deseo de cambio no ha
encontrado un liderazgo idóneo -en ningún bando- que la procese debidamente
para transformar al país.
Qué, entonces, del relevo de aquellas generaciones
bizarras que aventaron opresores e invasores, sometieron el poder castrense al
poder civil e impulsaron un desarrollo socioeconómico sin precedentes. Hoy
cuenta el país con pocos reductos que solo dan fe de un insuficiente liderazgo
dado su carácter fragmentario. Los demás sedicentes líderes, con prescindencia
de su posición política, carecen de la consistencia, formación, dedicación,
honestidad, desprendimiento y visión de futuro que son dones inherentes a los
grandes hombres.
En definitiva, no tendremos un mejor país si no hay
quienes de esa forma tomen el testigo del relevo generacional que hoy requiere
nuestra maltrecha Venezuela.
Víctor Antonio Bolívar Castillo
vabolivar@gmail.com
@vabolivar
Venezuela
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