En USA no
hay nada más caro que la atención médica. Conozco a un español que un primero
de enero advirtió que su “uñero” no se le curaba por medios caseros. Lo de
siempre: hinchazón y dolorosos latidos. Tenía la pésima y antihigiénica
costumbre de morderse las uñas cuando estaba nervioso y, como él mismo me dijo,
“arrancarse los pellejitos”.
Estaba en
Los Ángeles. Se fue al servicio de urgencia de un hospital. Le vieron el dedo
índice de la mano derecha, le pincharon el absceso para que drenara la pus, le
recetaron un antibiótico que le costó $98 dólares y le entregaron una cuenta de
$2,927. Se quedó lívido.
El médico
lo había atendido durante 19 minutos, aunque tuvo que esperar, pacientemente,
cuatro horas hasta que le llegara su turno. “¡Hostias –me dijo- $154 dólares
por minuto! La medicina es un atraco en Estados Unidos”.
No exactamente.
Donald Trump, cuando ocupaba la Casa Blanca, a principios del año pasado tuvo
la magnífica iniciativa de contratar cientos de millones de vacunas a varios
laboratorios. Esa fue su mejor decisión en los cuatro años que se pasó en
Washington. Parece que el Dr. Fauci, hoy su enemigo, acabó convenciéndolo de
que la solución estaba en las vacunas. Era un disparate colosal continuar
recomendando la Hidroxicloroquina o, mucho peor, la lejía intravenosa.
El
presidente Joe Biden va complementando el trabajo de su antecesor. Casi ha
logrado triplicar el número de personas que están siendo inoculadas con las
vacunas. Ya llevan 2.8 millones al día. A fines del mes próximo llegarán,
suponen, a 3.5. La factura que tendrá que pagar el gobierno federal será de unos
10 mil millones de dólares. No es demasiado si se tiene en cuenta la necesidad
que tiene el país de normalizar su vida. En una nación, cuyo presupuesto
militar, en tiempo de paz, es de 716,000 millones de dólares, pagar 10
millardos (billions o billones en inglés) es una bicoca.
Por esa
suma, Washington, ha logrado varias vacunas extraordinarias en un tiempo
récord: la de Pfizer-BioNTech, la Moderna, la Johnson & Johnson, la
AstraZeneca (vinculada a la Universidad de Oxford en Inglaterra), y la Novavax.
Pero, lo que es aún más importante, se ha desarrollado un clima de colaboración
y de competencia muy sano para la industria de los fármacos.
Al menos
cuatro medicamentos están a punto de salvar miles de vidas de acuerdo con un
informe de la BBC: un suero desarrollado en Brasil con anticuerpos que impiden
que el Covid 19 afecte a los pulmones; Pfizer anunció hace unos días que está
probando un poderoso antiviral; la multinacional Roche, franco-suiza, está
creando unos “cócteles” de anticuerpos monoclonales que reducen las muertes en
un 70% de los enfermos de Covid 19; y, por último, recientemente, las empresas
farmacéuticas MSD y Ridgeback anunciaron el lanzamiento de otro potente
antiviral que liquida sustancialmente la carga vírica que afecta a los pacientes
del coronavirus.
Todos esos
medicamentos difícilmente hubieran surgido sin la pandemia y seguramente tienen
otros usos importantes. Cuesta, aproximadamente, dos mil seiscientos millones
de dólares crear una medicina hasta colocarla a la disposición de los pacientes
que la necesitan por medio de las recetas de los médicos. A esa sangría de
plata hay que agregarle otros trescientos millones de costos de
“postproducción”. Grosso modo, esos tres mil millones de dólares son los que
cuestan los éxitos, pero sólo llegan a puerto el 12% de los “remedios” que
inician los trámites. Saco esos pavorosos
datos del Tufts Center for the Study of Drug Development publicados en el
Journal of Health Economics.
No hay la
menor duda. La pandemia, que tanta sangre, sudor y lágrimas ha costado, ha
servido para revitalizar el mundillo científico. Hoy se habla de vacunas contra
el cáncer y contra las enfermedades degenerativas del sistema nervioso, como el
Alzheimer o el Parkinson. Ojalá que pronto se materialicen. Los enfermos las
están pidiendo a gritos.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Cuba- Estados Unidos-España
No hay comentarios:
Publicar un comentario