Debo advertir que el siguiente artículo no es un postulado teórico, ni un intento de tesis para acceder a un grado académico. Es, sencillamente, una concepción abstracta de lo que definido a la causalidad se observa del individuo de la especie humana - descartando discriminación de género - llamado hombre y no mujer.
Se suele concebir o entender, proverbialmente, que un verdadero hombre es aquel que ha sembrado un árbol, engendrado (criado) un hijo y escrito un libro. No hay nada más cierto ni más falso a la vez! Pues, considerando su esencia ontológica, todo ser que posee características de antropo -valga el término griego- es humano y, si es humano, o es hombre o es mujer. Empero, se ha tomado como referencia única para señalar la esencia de ambos géneros al género masculino - ya se dijo anteriormente, sin discriminaciones, entre ellas: habilidades - Por ende y, tácitamente al respecto, hombre.
Ahora bien, atendiendo a lo antes señalado tenemos de antemano lo subjetivo, ¿que es esto? Es sencillamente, el devenir de la conducta del individuo que como fortuna de la naturaleza, no es homogénea.
En el sentido subjetivo debemos tomar en consideración dos conceptos importantes, son ellos, su carácter natural y su relación social, los mismos compete a otro elemento grandemente necesario y genuino de su entorno ecológico, la educación. El primer concepto o carácter natural, aun cuando está sujeto a la injerencia ecológica contemplada en la llamada familia y el entorno social, constituye la base de su desenvolvimiento primario, siendo este, la cualidad de género en función de la conservación de la especie, identificada las más de las veces después de la infancia, aun cuando prematuramente puede evidenciar sesgos concupiscentes -por naturaleza y derivado de su género- lo cual determinará a priori su instinto primario, que, trasciende de forma positiva o negativa y, acorde a la educación del individuo. En el caso de no recibir orientación con respecto a este carácter natural para su cristalización idónea ante la sociedad, su instinto primario obedecerá a sus más prístinos impulsos. Tal carácter no tiene discriminacion de género respecto a la injerencia educacional, aun cuando el femenino derivado de su condición procreadora atiende a instintos de conservación muy específicos en función de su potencial responsabilidad de madre. Igualmente sucede con el instinto de engendrar del masculino y la no responsabilidad de padre. Hay quienes fungen de madre y padre o viceversa sin nisiquiera haber engendrado o procreado un niño.
Atendiendo a esta inmensa diferencia respecto a la potencial responsabilidad, encontramos más fácil desatender a una criatura, para el género masculino que para el género femenino, por supuesto, con contadas excepciones, esto respecto a lo proverbial de tener un hijo. En segundo lugar. La relación social del individuo, se determina con producto de la injerencia externa que deriva de la posición de terceros y la imagen que proyecta el individuo, aunado a la conducta que presenta ante otros de su misma especie, esta conducta deriva de la adquisición de información y está relacionada con la forma de desenvolverse para sobrevivir y, al efecto que produce la misma en favor o en contra de otros y para sí mismo. Luego de esto deriva la voluntad de sembrar o no sembrar un árbol, sin embargo seguir siendo humano, hombre o mujer.
Igualmente sucede con la voluntad de escribir, en este sentido el entorno social deviniendo en una esmerada educación donde lo que se define como cultura ha dado frutos saludables, lo más probable es que el individuo, sea hombre o mujer, tengan a la escritura como motivo de superación de la conducta y, con ello, colaborar con el desarrollo de la especie. No obstante, tal aptitud y actitud no es propiedad de una sola clase de individuo en determinación de su grado de cultura o conocimiento, sea empírico, científico o filosófico, todo depende de su yo interior motivado a una correlación de avatares y causalidades del entorno ecológico que le afecta, bien sea, natural, social, económico, político, familiar o educativo. O sea, cualquiera puede hacerlo, bien o mal, todo depende, principalmente de un yo interno, una toma de conciencia acerca de haber visto, oído y aprendido más que aprehendido. Entonces hacerlo o no hacerlo no priva al ser humano de ser hombre o mujer. Aunque escribir se pretenda como la cima de la cultura humana.
Luego de esta interpretación de quien es humano, hombre o mujer, me abocaré a determinar que hace a un ser humano ante la cultura y en menor grado ante la civilizacion, Hombre. La limitación que se le imprime al género femenino respecto a la habilidad localizada en lo que llamamos tiempo, respecto al riesgo que le proporciona el estado de gravidez (para evitar aborto), desde la prehistoria ha sido, antropologicamente, extendido hasta hace muy poco en nuestros tiempos. De hecho a las féminas se les limitó o se auto limitaron a permanecer en un gineceo con carácter prioritario. Luego por causa de un efecto netamente social con poca evidencia de origen, el patriarcado constituye un estigma social y/o discriminatorio en contra de las cualidades naturales de la mujer, que dicho sea de paso: ni intelectual, ni físicamente -relativamente- ofrecen diferencias de ninguna especie.
No obstante, el individuo masculino ha sido afectado por tal condición natural a la lucha por una conservación; no tanto de la especie, sino por la ficción de una responsabilidad adquirida de velar por la seguridad de un patrón social llamado desde la anterioridad, familia y otro más complicado y polémico llamado nación o país. Tal acepción trasciende con el desarrollo de culturas. Empero la variable de interpretación acerca del hombre ha ido tomando un carácter sofisticado, incluso, absurdo en la medida de los avances de la civilizaciones, esta virtud, no ha sido única para él, ni único ni exclusivo, lo ha sido también para la mujer.
Después de lo anterior señalado debo asumir que un hombre por naturaleza, aunado a causales determinadas en síntesis anteriormente, tiene como causa final decidir por tales ficciones como propiedad, en incremento de un estatus público o colectivo. Sin embargo, bajo la obligación de tener en cuenta como y porque debe decidir al momento de comulgar respecto a la unión en parejas para engendrar y no por concupiscencia - que sería el entorno del vicio sexual- sanos y hermosos hijos, tanto física como psicológicamente, por causas y consecuencia de la calidad genética que de una u otra forma genera el tipo de especímenes humanos involucrados en el acto de concepción. Es por eso y no por otro -naturalmente hablando- que el hombre que desea engendrar bellos hijos se regodea en escoger mujeres bellas y hermosas, aun sin saberlo o tener conciencia de ello. No solo física, sino intelectualmente también. En este menester, derivado de complejos asuntos sociales, la conducta del espécimen femenino escogido queda aunque muy importante, en segundo plano. Eso es o debería ser un hombre en asunción de la naturaleza y en descarte de los prejuicios que han mellado la libertad del ser humano. Esto, aunque parezca absurdo, va más allá de cualquier concepto existencialista o materialista. En vez, es el verdadero espíritu del género masculino.
Lo opuesto a esto último explicado, ha generado, por efecto de innumerables vicios concupiscentes, las características fisonómicas con estéticas asimétricas y malformaciones corporales e innumerables afecciones psicológicas en individuos humanos que han trascendido en anti evolución a través de lo que llamamos tiempo e historia de la fisiología. ¡Permítanme especular con exageraciones y metáforas! “Un amor -si así se puede llamar- sin fronteras” es producto del vicio que mitológicamente podría haber acabado con Sodoma y Gomorra o haber dado como producto: Las Orejas de burro de Pan el flautista amigo del rey Midas de la mitología romana o los cíclopes de la odisea de Homero.
Joise Morillo
kaojoise@gmail.com
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Venezuela-EEUU
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