La oposición necesita presentarse como una opción real de poder ante la mayoría del país, pero no logra concretarlo. Cuando tiene la posibilidad de proyectarse como la alternativa frente a la incompetencia, corrupción y militarismo impúdico del régimen, se las arregla para lucir fragmentada y movida por odios mellizales. La división es uno de los grandes logros del régimen. Con el apoyo de una reducida fracción del país, apenas un cuarto de la nación, Nicolás Maduro ha podido erigirse en el eje del poder.
La balcanización de los sectores que lo adversan se debe a varis razones. Destaco dos que me parecen fundamentales. Una se afinca en la estrategia divisionista instrumentada por el régimen. Esta se manifiesta de muchas maneras. Se ha perseguido, apresado, inhabilitado y obligado a irse al exilio a numerosos dirigentes de organizaciones políticas. Ha comprado figuras que en el pasado militaban en grupos opositores. Les arrebató los partidos, utilizando el Poder Judicial, a sus legítimos líderes, entregándoselos a esquiroles que con anterioridad habían llegado a acuerdos con Maduro y su entorno. Ha financiado de forma abierta o encubierta grupúsculos que torpedean los esfuerzos unitarios. En algunas campañas electorales, ha promovido grupos disidentes que minan los esfuerzos unitarios de la oposición. Se hace el desentendido frente a campañas millonarias de algunos personajes, que nadie sabe de dónde extraen tantos recursos financieros en una economía arruinada como la venezolana. Estas y muchas otras modalidades han sido instrumentadas por el régimen para fracturar la oposición.
La otra causa de la atomización es imputable a las propias limitaciones y errores de la oposición, que en muchos casos ha terminado siendo más ideológica y principista que el Gobierno y el PSUV, desde hace tres lustros declarados ‘revolucionarios’ y ‘socialistas’. Los dirigentes del gobierno -tan aficionados al lenguaje patriotero, a las frases rimbombantes y a la retórica decimonónica- suelen resolver sus desencuentros con un pragmatismo autoritario implacable. Hablan de democracia protagónica y participación popular. En nombre de esta consigna, convocan primarias en las que utilizan los recursos públicos como si hubiesen sido logrados con el sudor de la frente de cada militante. Si el candidato victorioso no es del agrado de la corriente dominante de la dirección nacional, desconocen la victoria y lo sustituyen por el que tenga mayor respaldo en la cúpula. Métodos expeditos. Negociaciones desalmadas. Pacto dictados por la necesidad de mantener la coherencia y, sobre todo, el equilibrio de fuerzas en el comité central de la revolución.
Los miembros del régimen saben que la única forma de conservar el poder siendo una minoría tan reducida, inepta y aislada internacionalmente, es preservando los nexos que los mantienen atados. Las frases demagógicas son buenas para los discursos de ocasión, pero no para eternizarse en Miraflores y resguardar la unidad cívico-militar que actúa como soporte del modelo imperante.
Esta visión realista del entorno sociopolítico se encuentra muy lejos de ser asumida por la oposición. En ninguna de las cuatro gobernaciones actualmente en manos de la oposición –Anzoátegui, Mérida, Nueva Esparta y Táchira- se llegó a un acuerdo unitario pleno, basado en primarias o pactos convincentes. En Mérida, a Alexis Ramírez, actual mandatario regional, le aparecieron seis competidores. La MUD se decantó por Ramón Guevara, de AD Ramos Allup. Las posibilidades de triunfar en ese estado son casi nulas, a pesar de la buena labor de Ramírez. En Táchira, Laidy Gómez –muy bien evaluada por los electores- fue descartada por la MUD por haber aceptado el respaldo de la AD de Bernabé Gutiérrez. El aspirante de la MUD. será Fernando Andrade Roa. Esa gobernación lo más probable es que se pierda. El gobierno podría apoderarse de una entidad que ha sido símbolo de resistencia contra los atropellos sufridos por esa población desde hace décadas. En Lara, un dirigente tan destacado como Alfonso Marquina no cesa de recriminar los acuerdos burocráticos excluyentes.
Miranda es otro caso emblemático. Por Carlos Ocariz se pronunció la MUD después que David Uzcátegui se negara a validar las supuestas encuestas que lo daban como triunfador. La validación por un comité independiente es una fórmula que se utiliza con frecuencia cuando los resultados de un estudio estadístico son estrechos. Me da la impresión de que Uzcátegui concebía la unidad en torno a su figura, de forma irremediable. Era él el candidato, o no había unidad. Sin embargo, ese escollo pudo haberse tratado de sortear si se hubiesen agotado todas las instancias de negociación. Ese esfuerzo no se hizo. El resultado previsible es que un gobernador tan opaco como el actual, repetirá sin poseer los méritos requeridos. Otra derrota que habría sido evitable.
La oposición logró urdir apenas una unidad tardía e incompleta. Competirá el 21 de noviembre con desventaja frente al gobierno y los quinta columnas que le servirán de socios. Veremos cómo transcurre la campaña. Faltan menos de dos meses para minimizar los daños.
Trino Márquez
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Venezuela
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