Recientemente un libro me sumergió en el cambio cultural experimentado
durante estos 17 años de “revolución roja rojota” en la que la República de
Venezuela fue convertida en la miserable colonia, Cubazuela. Lo vivido no tiene
precedentes en nuestra historia, esta guerra no convencional declarada por el
difunto es un reto permanente a la dignidad, a la integridad, a la bondad, al
amor al prójimo.
La experiencia personal, familiar y profesional del autor contrasta la
Venezuela de la meritocracia con la Cubazuela del ascenso del servil, del
mediocre, del delincuente capaz de todo para complacer a la jefatura difunta y
a la nomenclatura roja, cuyo corolario ha sido la destrucción de la
institucionalidad del Estado democrático construido durante los 40 años previos
a 1999. Sólo sacando y empoderando lo más bajo del ser humano fue posible
arruinar nuestra patria rica en recursos, humano y material, al extremo de
llevarla a esta crisis humanitaria, que pareciera más un genocidio sofisticado
ejecutado mediante la promoción de la inseguridad y trastornos graves a la
salud por angustia e incertidumbre,
menoscabo de las políticas de prevención de enfermedades, carencia de
medicinas, alimentos, agua, energía, destrucción de la infraestructura asistencial,
estímulo del éxodo de médicos preparados, el asesinato de disidentes; la
depauperación de la gente; otros.
Lo que considero más trascendental y reconfortante del libro es la
vivencia humana y familiar, la fortaleza fundamentada en el amor de la pareja,
principal obstáculo para el régimen en su plan de aniquilar a la familia y con
ella a la sociedad y cómo, a pesar de las condiciones infrahumanas de
encarcelamiento injusto, el autor del libro ejerció lo que Victor Frankl
denominó: “la libertad última”, la que nadie puede quitarte, la que te permite
seguir siendo persona a pesar de una realidad que sistemáticamente te sitúa en
el fango del odio, la mentira y la desesperanza, y que demanda una gran
templanza e integridad para no contaminarse. También la solidaridad y el coraje
de la mujer venezolana que ha asumido la defensa del marido o del hijo
encarcelado y encarado el desafío de mantener a la familia unida; heroica tarea
que le tocó desempeñar repentinamente porque en los totalitarismos son otros los
que pagan los crímenes del régimen.
Los Simonovis fueron hasta el 22-11-04, una familia como cualquier otra,
con la esperanza de un futuro, de abrirse paso mediante la preparación, el
trabajo y el esfuerzo; con el deseo de criar a sus hijos en un ambiente de
amor, compromiso y disciplina, sueños que fueron truncados por la injusticia
roja, no obstante esta familia derrotó al régimen cuando permaneció unida en el
amor y la verdad aunque la lucha por la libertad continúe. Gracias Iván, Bony,
Iván Andrés, Ivana y Jessica, la Venezuela decente jamás olvidará a las
centenas de “prisioneros rojos” ni a sus familias, ejemplo de amor y coraje.
Elinor Montes
elmon35@gmail.com
@Elinormontes
Miranda - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario