PIDO LA PALABRA
Es incierto cualquier augurio alrededor de lo que esta situación de
desmedida arbitrariedad, pueda determinar. Sobre todo, tratándose del perjuicio
que órdenes gubernamentales puedan decidir contra la autonomía universitaria.
¿Cómo puede doblegarse el espíritu universitario en el choque entre la
indolencia disfrazada de gobierno y la infamia
pintada con los colores de la bandera nacional colocada en el brazo al
mejor estilo nazi?
¿Cómo un egresado de la
universidad autónoma, popular, crítica y democrática, puede actuar sin la más
mínima consideración en contra de los espacios que dieron sentido, valor y
conocimiento a su vida? Y si la envidia desplaza propósitos de nobleza en quien
se tambalea al primer llamado del poder político, ¿nadie podrá sorprenderse
cuando la corrupción lo corrompa?
Estas preguntas vienen a colación ante los problemas que padece la
universidad autónoma venezolana por causa del maltrato que recibe de impúdicos
actores políticos gubernamentales, de cara a la omisión de la cual hace gala
las fuerzas del orden público y seguridad del Estado venezolano frente a las
agresiones de las que es víctima incesante. No es otra realidad distinta de
aquella en la que la impunidad en complicidad con la perversidad, se asocian
para vulnerar, ultrajar y envilecer instituciones cuyas acciones y
manifestaciones resultan incomodas a intereses operados por instancias de un
gobierno dedicado a ocultar verdades y desvirtuar principios de ciudadanía que
no encajan con los juegos groseros del poder político.
En tiempos recientes, a decir por los acontecimientos que vienen
afectando el discurrir de la universidad autonómica venezolana, las realidades
políticas se han visto embadurnadas de las más apestosas condicionantes. Sobre
todo, a consecuencia de la desidia que pesa sobre una administración de
justicia lerda que pareciera haber relegado el Estado de Derecho. O peor aún,
que no existe pues no es difícil advertir funcionarios, fanáticos y oficialistas
desconocer la normativa constitucional. El régimen viene sumando furibundos a
sus órdenes para que ignoren las pautas más elementales del comportamiento
democrático. Sin que sobre estas personas recaiga sanción judicial alguna.
Es incierto cualquier augurio alrededor de lo que esta situación de
desmedida arbitrariedad, pueda determinar. Sobre todo, tratándose del perjuicio
que órdenes gubernamentales puedan decidir contra la autonomía universitaria.
Ya ello ha alcanzado mucho daño. Robos, atropellos, acusaciones infundadas,
detenciones. O sea, expresiones todas apuntaladas en el miedo a que la
universidad siga divulgando sus capacidades y potencialidades que alientan
libertad para crear, pensar, construir país y ciudadanía y criticar apostándole
al desarrollo del país.
La universidad vive confrontando acciones que no se corresponden con lo
que desde sus aulas y laboratorios se enseña y exalta como conocimiento. El
asedio se da sin conocerse razones válidas, ni tampoco pertinentes, que luego
lo ejercen mediante métodos chapuceros, indecentes y colmado de toda la
violencia posible. Podría decirse que los predios universitarios se ven como un
“estado de sitio”. Pero dirigido por encapuchados que, para justificar la
insolencia que sus actos revelan, y para encubrir el respeto que no saben ni se
atreven a brindar a la institución, se reducen a descargar con rabia colérica
lo que escasamente le indican las órdenes de los activistas del resentimiento,
del oprobio y del infortunio.
En medio de tan anárquico laberinto, la universidad ve mermada -por
ratos- su impronta institucional. Más, cuando sus agresores son reivindicados
por el discurso gubernamental. O también, cuando la algarabía conceptual
enmaraña la dirección de compromisos que alguna vez pretendieron elevarse desde
una palabra equivocadamente acentuada con alevosa entonación populista. Aunque
la historia es vehemente cuando se trata de demostrar la dureza de la piel que
cubre el músculo académico. Ello, muy a pesar de que, transitoriamente, el ámbito
que circunscribe la universidad en función de su misión transformadora de la
sociedad, pueda ser el de una “ciudad sin ley”.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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