Después del 10 de enero
Maduro sólo podrá sostenerse en el poder sobre la base de la
represión, el miedo, la amenaza, el chantaje y la extorsión. Nunca a
partir del consenso o la persuasión. Carecerá de a legitimidad de origen
que a duras penas obtuvo con su cuestionado triunfo
sobre Henrique Capriles en 2013, apenas un mes después de la muerte de
Chávez.
Esa reñida y discutida victoria le dio un revestimiento de
legitimidad de origen frente al país y ante la comunidad internacional.
Había logrado llegar a Miraflores mediante el voto popular
en unas votaciones a las cuales concurrieron quince
millones de personas, más de 70% del patrón electoral, con un
contrincante que pocos meses antes se había medido con Chávez y,
según palabras del propio caudillo, lo había obligado a emplearse a
fondo durante la dura campaña electoral.
En la cita de abril de 2013
habían participado todos los partidos políticos opositores.
Fue una competencia desequilibrada porque Maduro no se separó de
la presidencia de la República y utilizó todos los recursos del
poder para favorecer su opción. Sin embargo, casi no había presos
políticos y las inhabilitaciones eran escasas.
Todo esto cambio de
forma radical en 2018. La convocatoria fue apresurada y a
través de la Asamblea Constituyente, órgano espurio que no fue
reconocido por el país, ni por los países democráticos del mundo.
El llamado fue concertado para el 20 de mayo (al principio la
cita se había fijado para marzo), cuando la fecha constitucional
para la transmisión de mando es el 10 de enero
y las elecciones
presidenciales se realizan tradicionalmente en diciembre.
Maduro
intentaba eludir el costo de la crisis económica y, especialmente, de la
hiperinflación, proceso que había comenzado de forma oficial en
noviembre de 2017. Buscaba, también, impedir que la oposición tuviese
el tiempo necesario para escoger un candidato unitario
mediante el método de las primarias. Inhabilitó a los principales partidos
de la oposición y apresó o inhabilitó a los dirigentes políticos
fundamentales. Entre ellos a Capriles, Leopoldo López, María Corina
Machado y Antonio Ledezma. Mantuvo, sin ningún tipo de
modificaciones, la cúpula madurista del CNE, con Tibisay Lucena a la
cabeza.
Esa fue su respuesta insolente a la ronda de negociaciones
dirigida por Rodríguez Zapatero, que se había dado en República
Dominicana a finales de 2017.
La candidatura de Henri
Falcón en representación de un reducido número de
organizaciones, no logró convencer al conjunto de la oposición de que
participara en la contienda comicial, ni pudo darle legitimidad a esas
elecciones. La abstención fue muy elevada. El gobierno trató de
abultar las cifras oficiales. Maduro salió del 20-M tan desprestigiado,
impopular y, más grave aún para él, aislado
internacionalmente, que como había acudido a la contienda.
A partir de mayo la
ruina del país se aceleró. La hiperinflación sigue su ritmo
arrollador. El deterioro generalizado continúa. La estampida de los
venezolanos hacia el exterior no cesa. El éxodo se trasformó en un problema
regional de enormes proporciones.
Maduro asume su segundo
mandato con niveles de rechazo e impopularidad muy altos.
Su base social de apoyo se redujo a menos de 20% de la población.
Se sostiene en el poder porque la cúpula militar, a la cual le
entregó el país, decidió respaldarlo para que continúe en Miraflores.
Los militares se quedaron con Pdvsa, el Arco Minero, las
empresas de Guayana, la distribución de alimentos, la gerencia de la
inmensa mayoría de las empresas estatizadas, el contrabando de
extracción de la gasolina y el acceso a los dólares preferenciales que aún
el gobierno otorga, a cambio de serles leal al mandatario. Así es el
intercambio.
Rusia y China
representan sus principales aliados internacionales. Pueden
agregarse Turquía e Irán. También, Cuba, Bolivia y Nicaragua,
aunque estos últimos son socios menores, poco importantes en la
geopolítica mundial.
Luego del 10-E la infame
y disparatada política de Maduro contará con esos
soportes fundamentales: las Fuerzas Armadas, en el plano interno; Rusia y
China en el marco de las relaciones internacionales. La
República civil y soberana habrá desaparecido.
Habremos quedado en
manos de los militares, al igual que con los caudillos del siglo XIX
y las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez, en el siglo XX. La
soberanía nacional se habrá perdido. Los verdaderos dueños de
Venezuela no seremos los ciudadanos, sino los militares, los
chinos y los rusos. A estos se le deberá cada barril de petróleo que se
extraiga del subsuelo, o cada onza de oro que se produzca en el Arco
Minero. A cambio de la renuncia a la soberanía y el endeudamiento,
habrá el respaldo militar que el régimen requiere para
perpetuarse en el poder.
Nicolás Maduro
seguramente no modificará su disparatado rumbo durante los
próximos años. No tiene el coraje ni la claridad para emprender los
cambios que permitan recuperar la economía. Permanecerá en
Miraflores hasta que los militares decidan lo contrario; o los Estados
Unidos, en conversaciones con los chinos, los rusos y los
militares patriotas, acuerden parar la destrucción nacional, porque se
hayan convencido de que la runa de Venezuela los perjudica a todos.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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