Estamos
en presencia de la crisis institucional y política más grave desde abril de
2002. Llegamos a un punto de ruptura. La mayoría del país desea que el nudo se
desate de forma pacífica, pero los factores del gobierno acaudillados por
Diosdado Cabello buscan un desenlace violento. Debemos imaginar escenarios sólo
a partir del cuadro actual.
El
régimen intenta demostrar una fortaleza de la cual carece. El Psuv es un
partido útil para intimidar y chantajear votantes en períodos electorales, pero
sin arraigo popular. Algunos de los
miembros de la cúpula militar-civil que sostienen a Maduro tratan de
convertirse en héroes. Intentan reeditar a los líderes de la revolución cubana
cuando se produjo la invasión de Bahía de Cochinos. La diferencia reside en que
los guerrilleros bajados de Sierra Maestra apenas tenían dos años gobernando.
Carecían de recursos financieros para comprar lealtades. Apelar a la mística y
al sacrificio era posible porque aún encarnaban una esperanza para numerosos
cubanos y para la izquierda mundial. No habían tenido tiempo de destruir y
esclavizar la isla, como lo hicieron poco después. Los rojos venezolanos
pretenden recrear la historia 60 años después, pero sin ningún encanto. Perdieron
desde hace años la admiración popular.
Existe
un núcleo duro comandado por Cabello que, al parecer, prefiere salir a la
fuerza, que los decapiten, antes que negociar lo único negociable para la
nación: la salida de Nicolás Maduro, la formación de un gobierno provisional y
la convocatoria en un plazo razonable de unas elecciones transparentes con
supervisión internacional. Con ese sector extremista resulta imposible llegar a
acuerdos. Consideran que no tienen escape. Este grupo militar-cívico bloquea cualquier
opción basada en la restitución del orden constitucional roto por Maduro. Su
fortaleza reside en la presión que ejerce la cúpula militar sobre lo que queda
de la destartalada Fuerza Armada y en su alianza, hasta ahora indestructible,
con la élite civil del Psuv. Allí se encuentran atrincherados Maduro, Padrino y
Cabello. Reproducen el esquema de Noriega en Panamá. Creen que esa sociedad es
suficiente para sobrevivir y retomar el control de la situación.
Los
apoyos internacionales recibidos por el régimen muestran el talante autoritario
de su postura. Sólo dictadores, tiranos y grupos terroristas lo han respaldado.
Putin, Xi Jinping, Erdogán, Ortega, Díaz-Canel y Hezbollá son algunos de sus
socios. Ninguno de ellos, desde luego, está dispuesto a asumir el costo
financiero y militar de apoyar la pandilla venezolana. El respaldo militar de
Putin es incierto. Venezuela queda demasiado lejos de Rusia. Esta no cuenta con
una base logística en América Latina desde la cual elevar la eficacia del esa
eventual ayuda. El costo económico de ese operativo resulta demasiado alto para
esa economía tan maltrecha.
El
apoyo internacional le sirve a Maduro para vociferar y torpedear una salida
concertada. Afincado en ella y en control de los aparatos represivos, reprime.
Viola los derechos humanos de los niños y adolescentes. Agrede. Comete excesos.
Sanciona tímidamente a Juan Guaidó. Usa a los criminales del Faes y de los
colectivos para masacrar y atemorizar. Pero no se afianza en el poder. Está
rodeado por las fuerzas internas e internacionales que se desataron de forma
súbita e inesperada.
La
oposición vive su mejor momento desde 2002. Una nueva primavera. Se ha
reconectado con la gente. La explosión popular del 23 de enero fue majestuosa.
El optimismo se convirtió en un factor movilizador que se expresa a
diario. El respaldo internacional ha
aumentando en cantidad y calidad. Gobiernos ambivalentes, como el de Pedro
Sánchez, ahora llaman tirano a Maduro. La Internacional Socialista se deslindó
de él. El único país importante de la región que no ha reconocido a Guaidó es
México. López Obrador resultó peor de lo
que imaginábamos. La estrategia adoptada por la Asamblea Nacional está dando
resultados. La comunidad internacional ha pasado del apoyo retórico a acciones
concretas. Las sanciones a Pdvsa son
letales. Dejaron al régimen sin su músculo financiero. Esa fibra será
trasladada al gobierno de Guaidó.
El
nivel alcanzado por la oposición es muy alto, pero aún no logra producir la
fractura de las Fuerzas Armadas que inicie una nueva fase. El gobierno no puede
aplastar a la oposición. No puede entronizarse. La invasión militar, aunque
aparece como opción en la mesa de Trump, nadie la quiere, empezando por los
gringos. Maduro y su camarilla se hallan cada vez más acosados, aislados y
débiles. El cuadro general favorece a la alternativa democrática. La caída del
régimen luce posible y cercana.
Lo
más importante consiste en combinar las jugadas políticas -como el nombramiento de representantes en
países y organismos internacionales y de la nueva junta directiva de Citgo- con
la movilización de la gente. Los ciudadanos tienen que sentir que el cambio
está ligado a su compromiso y presencia en la calle. Todo indica que el retorno
a la democracia será pronto.
Trino
Márquez Cegarra
@trinomarquezc.
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