Todos los seres humanos; y hasta las
bestias, nos encontramos ante la imperiosa necesidad de tomar decisiones. Desde
las más simples hasta las más complejas. Un gato con hambre; si ve a más de un
ratón disponible para ingerirlo, habrá de decidirse instintivamente por uno de
ellos. Si el roedor, por alguna circunstancia, logra eludir al felino, este
podría preguntarse en qué consistió la falla instintiva: ¿Por qué no elegí a
otro?
Los humanos somos más complejos. Estamos dotados de
aquello que pomposamente llamamos intelecto. Es decir, ante cualesquier
disyuntiva, solemos ponderar diversas opciones para tomar la decisión
respectiva.
En política la circunstancia de asumir
determinaciones conlleva de manera global una serie aspectos que influyen de
manera determinante -no solamente circunscrita en el área política- en el
aspecto personalísimo de manera concomitante. Los políticos que en su historial
de vida pública (algunos tienen grueso prontuario) cometen más errores,
seguramente verán su carrera disminuida de manera ostensible. Pierden algo
consustancial para quien aspira dirigir: La credibilidad. También, por
supuesto, están sujetos a perder la libertad personal y hasta la vida. Por ello
las decisiones políticas a ser asumidas siempre estarán signadas bajo una duda
razonable que todos los actores ponderan de alguna manera u otra. No todos
están dotados de los atributos inherentes al heroísmo.
Poseer un rasgo de valentía, per se, no es sinónimo de estar capacitado
para asumir posiciones de liderazgo. Ser cobarde es casi tan perjudicial como
ser irracional, insensato o atrabiliario. El verdadero líder debe poseer una
serie de atributos insoslayables para permitirle actuar de una manera armónica
en el quehacer público. No se trata simplemente de emitir órdenes, dadas con
mucha energía y con ademanes autoritarios. El exquisito hecho de poder guiar
(no como chofer) no significa en modo alguno que se intente arrear.
Este líder
o dirigente debe usar con preferencia su innata habilidad para dirigir y no una
autoridad (fortuita o no) para mandar. Siempre que emita una orden susceptible
de ser mal interpretada puede estar seguro que será mal interpretada. Debe
cumplir las promesas ofrecidas lo más pronto posible. Jamás prometer lo que no
puede dar. Es antagónico con la demagogia. Si se hace reiterativo con este
accionar, más temprano que tarde perderá toda credibilidad y su liderazgo se
desmoronará ineluctablemente. Difícilmente podrá aspirar a reeditar la fábula
del “ave fénix”. Pero lo más perjudicial con estos errores o desatinos será que
dejará una secuela imborrable de frustración militante en los dirigidos.
Superar ésta, es un proceso lento. Salvo los imponderables de rigor siempre
expectantes.
“Un día, Júpiter ordenó que
todas las bestias de carga se dejaran poner herraduras, y los caballos, los
mulos, y hasta los camellos obedecieron enseguida: solo los asnos se resistieron
a cumplir la orden alegando tantas razones y rebuznando tanto tiempo que
Júpiter, que era bondadoso, les dijo por fin: Señores asnos, os concedo lo que
pedís, no os pondrán herraduras, pero a la primera falta que cometáis
recibiréis cien palos”. (Diccionario Filosófico. Voltaire. Del Asno de Oro de
Maquiavelo: Reflexiones de un cerdo, refiriéndose al hombre).
Las
contradicciones respecto al carácter de los hombres serían más difíciles de
conciliar si no supiéramos que los hombres desmienten su propio carácter muchas
veces, y que la vida o la muerte de los mejores ciudadanos y la muerte de un
país han pendido con inusitada frecuencia de la buena o mala digestión de las
órdenes de los líderes; independientemente de que están bien o mal aconsejados;
o de que actúen de buena o de mala fe.
Con Voltaire, podríamos coincidir con una
de sus célebres frases. La que se refiere a las “posposiciones”. “En muchos
casos la posposición es una estrategia no consciente de postergar la ocurrencia
de algo indeseable. Ello es particularmente cierto cuando esto último es una
consecuencia inevitable en cualquiera de las opciones disponibles. Un ejemplo
sería el de una situación en que debemos escoger entre dos o más tratamientos
para una enfermedad, todos ellos dolorosos. Posponer la decisión de escoger el
tratamiento es como aplicar “descuento”, que hace lucir menor un “costo”
(dolor) si ocurre en el futuro... Otro elemento que tiene gran influencia en el
individuo, cuando se es forzado a tomar una decisión, es la anticipación de un
eventual remordimiento. (Ibidem).
Muchos autores insisten en la necesidad de
desarrollar una teoría racional del “remordimiento” para explicar decisiones
individuales en situaciones de riesgo. Con Confucio podemos aseverar que: “Si el lenguaje carece de
precisión, lo que se dice no es lo que se piensa. Si lo que se dice no es lo
que se piensa, entonces no hay obras verdaderas, entonces no florecen ni el
arte ni la moral, entonces no existe la justicia, entonces la nación no sabría
cual es la ruta: Sería una nave en llamas y a la deriva. Por eso no se permiten
la arbitrariedad con las palabras. Si se trata de gobernar una nación, lo más
importante es la precisión del lenguaje”. (Antoni Gutiérrez Rubí. Filosofía de
la política. Pag. 16).
En la hora actual es factible preguntarse en que estriba la
diferencia entre un político y un líder. Sin la necesidad de recurrir a densos
análisis filosóficos, ideológicos o de cualesquier otra índole, podríamos
concluir en que un líder está consciente de la situación fáctica en que se
encuentra el país. Contribuye a forjar un proyecto global de futuro. Lo expone
sin ambages. De tal modo que la ciudadanía y la población en general está
dispuesta a seguirle en virtud de que detenta credibilidad incuestionable,
producto de claridad conceptual y de una ética inexpugnable. ¡Se Identifica con
él! Por lo contrario; un político inoculado de politicastrismo militante,
resume su actuar cotidiano en obtener la conquista del poder, o de su
conservación, como mero y diletante goce sibarítico. Utilizando los novísimos
medios emergentes de mercadotécnica.
Si los verdaderos líderes (o quienes
aspiran a serlo) olvidan, no recuerdan, obvian, o no son capaces de rememorar
los errores políticos (históricos) cometidos en el tiempo y en el espacio,
están propensos a volver a cometerlos. Lo que sería imperdonable y habrá que
pasar la factura correspondiente. En la actividad política -como en la vida en
general- está prohibido olvidar lo que siempre se deberá recordar.
Renunciar a lo que no es posible obtener
no requiere coraje alguno. Renunciar a lo que es factible constituye un
auténtico desafío.
José
Rafael Avendaño
@CheyeJR
Cheye36@outlook.com
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