lunes, 18 de marzo de 2019

JOSÉ RAFAEL AVENDAÑO TIMAURY, DECIDOFOBIA


Todos los seres humanos; y hasta las bestias, nos encontramos ante la imperiosa necesidad de tomar decisiones. Desde las más simples hasta las más complejas. Un gato con hambre; si ve a más de un ratón disponible para ingerirlo, habrá de decidirse instintivamente por uno de ellos. Si el roedor, por alguna circunstancia, logra eludir al felino, este podría preguntarse en qué consistió la falla instintiva: ¿Por qué no elegí a otro?

Los humanos  somos más complejos. Estamos dotados de aquello que pomposamente llamamos intelecto. Es decir, ante cualesquier disyuntiva, solemos ponderar diversas opciones para tomar la decisión respectiva.

En política la circunstancia de asumir determinaciones conlleva de manera global una serie aspectos que influyen de manera determinante -no solamente circunscrita en el área política- en el aspecto personalísimo de manera concomitante. Los políticos que en su historial de vida pública (algunos tienen grueso prontuario) cometen más errores, seguramente verán su carrera disminuida de manera ostensible. Pierden algo consustancial para quien aspira dirigir: La credibilidad. También, por supuesto, están sujetos a perder la libertad personal y hasta la vida. Por ello las decisiones políticas a ser asumidas siempre estarán signadas bajo una duda razonable que todos los actores ponderan de alguna manera u otra. No todos están dotados de los atributos inherentes al heroísmo.

Poseer un rasgo de valentía,  per se, no es sinónimo de estar capacitado para asumir posiciones de liderazgo. Ser cobarde es casi tan perjudicial como ser irracional, insensato o atrabiliario. El verdadero líder debe poseer una serie de atributos insoslayables para permitirle actuar de una manera armónica en el quehacer público. No se trata simplemente de emitir órdenes, dadas con mucha energía y con ademanes autoritarios. El exquisito hecho de poder guiar (no como chofer) no significa en modo alguno que se intente arrear. 

Este líder o dirigente debe usar con preferencia su innata habilidad para dirigir y no una autoridad (fortuita o no) para mandar. Siempre que emita una orden susceptible de ser mal interpretada puede estar seguro que será mal interpretada. Debe cumplir las promesas ofrecidas lo más pronto posible. Jamás prometer lo que no puede dar. Es antagónico con la demagogia. Si se hace reiterativo con este accionar, más temprano que tarde perderá toda credibilidad y su liderazgo se desmoronará ineluctablemente. Difícilmente podrá aspirar a reeditar la fábula del “ave fénix”. Pero lo más perjudicial con estos errores o desatinos será que dejará una secuela imborrable de frustración militante en los dirigidos. Superar ésta, es un proceso lento. Salvo los imponderables de rigor siempre expectantes.

“Un día, Júpiter ordenó que todas las bestias de carga se dejaran poner herraduras, y los caballos, los mulos, y  hasta los camellos obedecieron enseguida: solo los asnos se resistieron a cumplir la orden alegando tantas razones y rebuznando tanto tiempo que Júpiter, que era bondadoso, les dijo por fin: Señores asnos, os concedo lo que pedís, no os pondrán herraduras, pero a la primera falta que cometáis recibiréis cien palos”. (Diccionario Filosófico. Voltaire. Del Asno de Oro de Maquiavelo: Reflexiones de un cerdo, refiriéndose al hombre).

Las contradicciones respecto al carácter de los hombres serían más difíciles de conciliar si no supiéramos que los hombres desmienten su propio carácter muchas veces, y que la vida o la muerte de los mejores ciudadanos y la muerte de un país han pendido con inusitada frecuencia de la buena o mala digestión de las órdenes de los líderes; independientemente de que están bien o mal aconsejados; o de que actúen de buena o de mala fe.

Con Voltaire, podríamos coincidir con una de sus célebres frases. La que se refiere a las “posposiciones”. “En muchos casos la posposición es una estrategia no consciente de postergar la ocurrencia de algo indeseable. Ello es particularmente cierto cuando esto último es una consecuencia inevitable en cualquiera de las opciones disponibles. Un ejemplo sería el de una situación en que debemos escoger entre dos o más tratamientos para una enfermedad, todos ellos dolorosos. Posponer la decisión de escoger el tratamiento es como aplicar “descuento”, que hace lucir menor un “costo” (dolor) si ocurre en el futuro... Otro elemento que tiene gran influencia en el individuo, cuando se es forzado a tomar una decisión, es la anticipación de un eventual remordimiento. (Ibidem).
    
Muchos autores insisten en la necesidad de desarrollar una teoría racional del “remordimiento” para explicar decisiones individuales en situaciones de riesgo. Con Confucio podemos aseverar que: “Si el lenguaje carece de precisión, lo que se dice no es lo que se piensa. Si lo que se dice no es lo que se piensa, entonces no hay obras verdaderas, entonces no florecen ni el arte ni la moral, entonces no existe la justicia, entonces la nación no sabría cual es la ruta: Sería una nave en llamas y a la deriva. Por eso no se permiten la arbitrariedad con las palabras. Si se trata de gobernar una nación, lo más importante es la precisión del lenguaje”. (Antoni Gutiérrez Rubí. Filosofía de la política. Pag. 16).

     En la hora actual    es factible preguntarse en que estriba la diferencia entre un político y un líder. Sin la necesidad de recurrir a densos análisis filosóficos, ideológicos o de cualesquier otra índole, podríamos concluir en que un líder está consciente de la situación fáctica en que se encuentra el país. Contribuye a forjar un proyecto global de futuro. Lo expone sin ambages. De tal modo que la ciudadanía y la población en general está dispuesta a seguirle en virtud de que detenta credibilidad incuestionable, producto de claridad conceptual y de una ética inexpugnable. ¡Se Identifica con él! Por lo contrario; un político inoculado de politicastrismo militante, resume su actuar cotidiano en obtener la conquista del poder, o de su conservación, como mero y diletante goce sibarítico. Utilizando los novísimos medios emergentes de mercadotécnica.

     Si los verdaderos líderes (o quienes aspiran a serlo) olvidan, no recuerdan, obvian, o no son capaces de rememorar los errores políticos (históricos) cometidos en el tiempo y en el espacio, están propensos a volver a cometerlos. Lo que sería imperdonable y habrá que pasar la factura correspondiente. En la actividad política -como en la vida en general- está prohibido olvidar lo que siempre se deberá recordar.

     Renunciar a lo que no es posible obtener no requiere coraje alguno. Renunciar a lo que es factible constituye un auténtico desafío.

José Rafael Avendaño
@CheyeJR
Cheye36@outlook.com

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