Ocurre
con frecuencia: más de una vez me he encontrado en el trance de estar frente a
un desconocido que, al saber que soy venezolano, me pregunta: “¿Es cierto todo
lo que está pasando allá?”. La duda siempre me sorprende. Uno de los obstáculos
fundamentales para poder analizar lo que sucede en Venezuela es la verdad.
Siempre hay más de una, queriendo imponerse como única, inapelable, cargada de
la más honesta emoción. Estuve en Caracas el fin de año y durante casi todo el
mes de enero. Dentro del país no hay mucho lugar para las dudas. La verdad es
una experiencia física. La miseria y el hambre no tienen matices. La confusión
comienza cuando esa verdad se transforma en noticia.
El
pasado 23 de febrero, en la mitad de uno de los puentes que cruza la frontera
entre Colombia y Venezuela, un camión cargado de ayuda humanitaria ardió en
llamas. Esta imagen, en sí misma, ya era una información inflamable. Se trataba
de uno de los vehículos que la oposición trataba de ingresar al país.
Rápidamente, las redes sociales también se incendiaron. Era muy difícil no
contagiarse. De lado y lado cruzaron acusaciones. Anatoly Kurmanaev, corresponsal
de The New York Times con mucha experiencia en Venezuela, señaló muy temprano
la complejidad del caso: destacó las dos versiones que se manejaban y alertó
sobre la necesidad de “hacer más esfuerzo para averiguar qué pasó exactamente
con los camiones, dado el significado que las imágenes de la ayuda en llamas
adquirirán en los próximos días”.
Tras
días de indagación y cotejo de las diferentes informaciones, el Times publicó
un serio trabajo donde demuestra que el origen del incendio no estuvo en las
fuerzas de choque de Maduro, sino en los manifestantes que estaban en el lado
de la oposición. Las redes sociales volvieron a echar humo. En rigor, el
reportaje ponía en entredicho las dos verdades oficializadas de lo ocurrido, la
del madurismo y la de la oposición, y ofrecía una tercera alternativa, aferrada
a los hechos, que señalaba que el incendio se había producido debido al
desprendimiento accidental de una mecha de las bombas molotov que los
manifestantes de la oposición lanzaban hacia las barricadas del régimen de
Maduro. La realidad fue tan simple como incómoda. Pero en contextos tan
erizados emocionalmente hay que saber y poder discernir entre la verdad de la
vehemencia y la verdad de la investigación periodística.
Pero
eso a veces no resulta tan fácil. Hace unos días, el periodista estadounidense
Max Blumenthal filmó para The Grayzone un video de sí mismo paseando por un
supermercado de Caracas, para mostrar los estantes llenos de variados
productos. Blumenthal hizo incluso malabarismos con varias frutas, como
queriéndose burlar un poco de quienes denuncian escasez en el país y aseguró
que el verdadero problema era la hiperinflación causada por la elite
capitalista de Venezuela. En esos mismos días, el periodista argentino Joaquín
Sánchez Mariño también colgó en la red otro video, en el que mostraba otro
hipermercado en la misma ciudad, donde los anaqueles estaban llenos… pero de un
único producto. El desabastecimiento en el local era contundente. ¿Alguno
estaba mintiendo u ofreciendo una visión distorsionada, demasiado recortada, de
una realidad más amplia? ¿En cuál de los dos se podía confiar?
Mientras
la oposición realizaba una campaña de denuncia, de petición de apoyo y de
recolección de fondos, para enfrentar una enorme crisis humanitaria en el país,
el gobierno de Nicolás Maduro enviaba un barco con 100 toneladas de ayuda
humanitaria a Cuba como apoyo a las víctimas de un tornado que provocó
destrozos en varios barrios de La Habana a fines de enero. ¿Cómo pueden
convivir dos versiones tan opuestas de la realidad en un mismo mapa y en un
mismo tiempo? ¿A quién se le debe creer?
La
crisis que viene escalando desde comienzos de este año ha puesto de relieve el
problema de opacidad que envuelve a la sociedad venezolana. Con frecuencia, lo
que aparece en las noticias es y no es Venezuela. Por ejemplo, desde 2018 están
activados en el país dos de los fondos humanitarios más importantes del
planeta: el Fondo de Gestión de Emergencias (CERF, por su sigla en inglés) de
la Organización de Naciones Unidas (ONU) y los de la Comisión Europea (ECHO).
Ambos fondos han trabajado con varias organizaciones de la sociedad civil y son
un apoyo en medio de la crisis, aunque, obviamente, son insuficientes. Este es,
sin embargo, un dato que se conoce poco.
La
oposición evita mencionarlo porque su discurso está centrado en atacar la
negativa oficial a permitir la ayuda internacional en el país. Y el gobierno no
lo reconoce públicamente porque no está dispuesto a aceptar que existe una
crisis, porque no desea admitir su fracaso. Todo es y no es cierto
completamente. Todo siempre puede ser o pudo haber sido. Mientras, la realidad
se vuelve cada vez más urgente. Las proyecciones de la ONU sostienen que este
año la migración venezolana alcanzará los 5,3 millones de personas.
Con
el apagón que en estos días dejó a oscuras por más de cien horas al país ocurre
lo mismo. Para el mundo exterior puede ser atractiva la verdad que remite a una
conspiración imperialista. Pero no es la primera vez que Nicolás Maduro
denuncia un sabotaje en el sector energético. En septiembre de 2013, tras un
apagón en varias regiones del país, aseguró que la “derecha” pretendía dar un
“golpe eléctrico”. En 2015, el propio Maduro creó el Estado Mayor Eléctrico,
una instancia para manejar de manera directa y prioritaria el problema de la
electricidad en el país. En 2016, una rigurosa investigación de la periodista
Fabiola Zerpa ya anunciaba un posible colapso del suministro de energía en
Venezuela. Nada de esto, sin embargo, está en la verdad que distribuye el
oficialismo por el mundo. Maduro denuncia un “golpe electromagnético” pero no
ofrece ninguna prueba. Como si el solo relato de la conspiración pudiera, en sí
mismo, ser la evidencia de la conspiración. No hay más nada que investigar. La
historia es un videojuego.
El
chavismo insiste en decir que existe un “cerco mediático”, denuncia la creación
de un “país paralelo” e invita a todo el mundo a conocer “la Venezuela de
verdad”. En lo que casi parece una invitación a la psicosis colectiva, Maduro
en medio de la crisis ha prometido que invertirá 1000 millones de euros en
obras de ornato, en la “Misión Venezuela Bella”. Todo se trata de lo mismo: un
ejercicio del poder cuya principal tarea es sembrar dudas sobre lo que es o no
es real. Es una maniobra perversa, deliberada, para promover lo que en
psicoanálisis se conoce como un mecanismo psíquico de “ataque a la percepción”
de la realidad.
Mi
vecino en Ciudad de México, al saber que estuve en Venezuela recientemente, me
pregunta con genuina intriga: “Y todo eso que sale por la tele, ¿es cierto?”.
Creo
que es necesario contrastar cualquier noticia, dudar de aquello que fácilmente
refuerza nuestros sesgos personales. Existen medios independientes como Efecto
Cocuyo, Armando.info, Runrunes, El Pitazo, Crónica Uno, Tal Cual, Correo del
Caroní, entre otros, que están comprometidos con el periodismo de calidad y que
son una referencia imprescindible a la hora de informarse. Pero también es
necesario hacer una gran campaña contra la institucionalización del engaño. La
posverdad debería ser considerada un crimen. Es otra cruda forma de violencia.
El ruido delirante de un poder que solo busca confundir, que solo pretende
borrar a sus víctimas.
Alberto
Barrera Tyszka es escritor y colaborador regular de The New York Times en
Español. Su novela más reciente es “Mujeres que matan”.
Alberto
Barrera Tyszka
@Barreratyszka
https://www.nytimes.com/es/2019/03/17/la-verdad-en-venezuela/?smid=tw-espanol&smtyp=cur
No hay comentarios:
Publicar un comentario