Ante una eventual convocatoria a elecciones, hay quienes dicen que hay buenas razones tanto para participar como para abstenerse, tienen razón. Y no es una decisión personal a partir de las preferencias y simpatías de cada quien. Es una decisión estratégica, pragmática y unitaria, sustentada en una valoración objetiva de criterios políticos, deslastrada de dogmas o prejuicios. Debe tenerse clara toda la ruta: ¿Qué pasa si la decisión es ésta o aquella? Para despejar el camino hay que evaluar argumentos, desmontar falsos dilemas y poner los pies sobre la tierra. Veamos e intentemos aproximarnos al final a una conclusión.
Primero, es un chantaje colocar el tema como un debate entre demócratas, participacionistas, de un lado y del otro, una oposición radical, violenta, que apuesta a una invasión yanqui. No todo participacionista es demócrata, ni viceversa. No aplican las etiquetas: no todo el que prefiere abstenerse es un radical desenfrenado y no todo el que piensa que debe participarse es parte de la oposición proxeneta (léase la “mesita” y su periferia). Claro, hay un sector colaboracionista con retórica opositora que participará para legitimar al régimen y otro sector radical que ya decidió abstenerse y no escucha razones, ambos son minoría. También hay quienes piensan en participar a partir de un argumento sólido: el gobierno es minoría, si salimos todos a votar arrasamos. En teoría es absolutamente cierto y por eso la decisión debe ser unitaria: es imprescindible una movilización contundente y una estructura sólida para defender el voto y que el resultado sea respetado. ¿Por qué no participar entonces?
El tema no es el CNE. Ciertamente nadie puede pedir condiciones electorales justas a una dictadura, argumento predilecto de quienes hablan de participar en todos los comicios y en cualquier escenario. No se trata de pedirle a una tiranía lo que jamás dará, sino de luchar para torcerle el brazo y lograr -en contra de su voluntad- un mínimo de garantías que efectivamente permitan preservar al voto como instrumento esencial de la democracia. El riesgo de participar a todo evento y sin esas garantías mínimas, es que puede conducir a prostituir al voto y liquidarlo como expresión legítima de las mayorías. Basta ver como en Cuba siempre hay "elecciones", la gente vota pero no elige. Pero aunque se intuye que ese es el plan del régimen cubano-militar, aún no es un argumento concluyente para abstenerse.
La dictadura aspira convocar a elecciones con el arbitraje de un organismo electoral designado por ellos mismos, gracias a la oposición proxeneta que acudió al TSJ de Maduro a pedir semejante barrabasada. Así que el fraude está cantado, el gobierno ha llegado muy lejos como para reconocer ahora un triunfo opositor. ¿Por qué lo haría? ¿Qué lo obliga a ello? Al contrario, prácticamente está obligado a desconocerlo para preservar sus privilegios y los intereses del poder cubano. Sin embargo, que el gobierno sea inescrupuloso y tenga una vocación delictiva inocultable, tampoco es una razón para dejar de enfrentarlo en el terreno electoral, así son las dictaduras. Podemos ir al proceso entendiendo que no es una elección más, generando las condiciones para movilizar al país, fracturar a la cúpula dominante y obligarla a entregar el poder ante la evidencia electoral. Entonces, una primera conclusión es que –dado el caso- se participaría en un proceso complejo y tal decisión está asociada a la capacidad real de las fuerzas democráticas para hacer respetar la voluntad de los electores.
Tal cosa no es posible sin unidad, sin organización y sin el respaldo internacional. Lo contrario sería hacerle comparsa al régimen: repetir la bufonada del 20M.
Por otra parte ¿cuáles son los escenarios futuros? No es cierto que estamos obligados a participar porque la estrategia opositora está sustentada en la Asamblea Nacional y sin ella, no hay gobierno interino. Hoy, la lucha por la democracia está circunscrita a dos bloques: por una parte, Maduro y sus aliados con el apoyo de la FAN o lo que queda de ella, es decir un poder fáctico soportado en las armas y la violencia. Y por el otro, una oposición que tiene la fuerza moral y el apoyo internacional, en particular el respaldo militar de la primera potencia del mundo. Es decir, el régimen cubano-militar no ha metido preso a Guaidó simplemente porque tiene atrás una coalición multinacional con poder bélico, liderada por EEUU. Y ese respaldo a la oposición democrática venezolana, no necesariamente está sujeto a la posesión legítima de la Asamblea Nacional hasta ahora ostentada.
En otras palabras, la estrategia opositora está sustentada en el desconocimiento del gobierno de Maduro por parte de la comunidad internacional, el reconocimiento a la AN se deriva de la ilegitimidad del régimen y eso no cambiará si hay unas elecciones fraudulentas. En tal caso, esta coalición multinacional podría -por ejemplo- seguir reconociendo al gobierno interino y al parlamento legítimamente electo en el 2015. ¿En qué cambiaría el juego? ¡En nada! Desde el principio el régimen cubano-militar boicoteó al parlamento con la designación ilegal de magistrados del TSJ que anulan todas sus decisiones y declararon el "desacato". En una tropelía contra Amazonas, le quitó los 2/3 al parlamento y luego montó la Constituyente cubana, un adefesio que seguirá vigente mientras les sirva para inutilizar a la legítima AN. La verdad, en cuanto a su función legislativa y contralora el parlamento ha sido inútil, lo que corrobora que el problema no es solo el CNE y las condiciones electorales sino todo el andamiaje de poder que se ha instalado para cercenar a la democracia.
Además, si más que el reconocimiento a la AN y a Juan Guidó, el fundamento de la estrategia es el desconocimiento del régimen ¿es coherente participar en unas elecciones amañadas convocadas por quién se desconoce? En principio no es coherente pero es un tema a discutir y bien pudiera tomarse una decisión pragmática. En todo caso, es natural que existan dudas entre abstenerse para no hacerle el juego a la dictadura y participar para hacer valer nuestra mayoría. Aún estamos lejos de una cita electoral, ni siquiera hay fecha, no es momento para tomar la decisión pero si de advertir que la oposición democrática –incluido el sector radical- debe auto convocarse a un debate abierto para evaluar sin prejuicio alguno ambas opciones, consultar a la comunidad internacional, evaluar con serenidad y objetividad los argumentos, administrar los tiempos, construir una respuesta unitaria y de inmediato, dar un mensaje conjunto al país comprometiéndose a hacer juntos lo que haya que hacer. ¡Con un mensaje así el país respira! No es una decisión de un partido u otro, no ayuda jugar posición adelantada. ¿A dónde vamos si unos dicen que van a las elecciones y otros no? Urge un liderazgo responsable. Es hora de cerrar filas, la decisión final corresponde a los partidos, a la oposición democrática legítima y mayoritaria que hace vida en la Asamblea Nacional. ¡Dios bendiga a Venezuela!
Richard Casanova
richcasanova@gmail.com
@richcasanova
(*) Dirigente progresista / PJ / Vicepresidente ANR del Colegio de Ingenieros de Venezuela
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