sábado, 25 de julio de 2020

LUIS FUENMAYOR TORO, TROCHEROS BIOTERRORISTAS

Una parte del país acaba de ser estremecida, por una declaración del gobierno contra quienes regresan a Venezuela, a través de los caminos verdes existentes en la frontera con Colombia. Preocupado quizás más por las estadísticas sanitarias que por el sufrimiento de la gente, el gobierno de Nicolás Maduro ha descargado toda su frustración ante el incremento exponencial de la pandemia, contra los miles de venezolanos que diariamente regresan en estampida de los países vecinos, exactamente en la misma forma irregular e improvisada en que se fueron, muchos de ellos engañados por los cánticos de sirenas extremistas que les prometieron el cielo, cuando los llevaban realmente a un infierno. Infierno como el que abandonaban, pero además sin familiares, amigos ni compañeros. Íngrimos y solos, sin preparación técnica ni profesional ninguna y sin saber lo que era ser víctima de xenofobia.

Han sido calificados despectivamente de “trocheros”, pues han ingresado de manera irregular a través de las trochas, saltándose los controles sanitarios en una época grave de pandemia por un virus, que hace estragos hoy en el mundo entero. Pero este calificativo no es lo peor a que han tenido que soportar estos compatriotas, cuyo pensamiento político no me interesa a la hora de analizar su desesperada situación y la violación de sus DDHH. Muchos vienen contagiados con la Covid-19, producto de la inexistente protección recibida de los gobiernos vecinos, clara demostración de la indolencia inhumana que los caracteriza. Nuestro gobierno, en forma inaudita, los ha calificado de “bioterroristas”, algo nunca visto, que no sólo revela ignorancia sino un odio inexplicable hacia los venezolanos que regresan. Para que exista el terrorismo tiene que haber la clara intención de provocar terror, cosa que nadie en su sano juicio piensa es el deseo de quienes regresan a Venezuela.

Llamar bioterrorista a una persona por el hecho de estar enferma y haber evadido los controles sanitarios, no sólo es improcedente sino malévolo, pues significaría que la persona se contagió en forma voluntaria para luego contagiar al resto de los venezolanos. Nadie se contagia voluntariamente con un virus de este tipo, pues pudiera significar una sentencia de muerte. O el alto gobierno ha visto demasiadas películas o simplemente quiere desentenderse de la progresión logarítmica de la pandemia. Pero es que las cifras que dan ya los desmiente. La transmisión mayor actual es comunitaria, por lo que los contagiados que ingresan del exterior no son los responsables. Y esto tiene que saberlo el ministro de salud y el equipo profesional que coordina las acciones sanitarias. Pedirle a la gente que denuncie a los contagiados que conozca, se presta para distintas perversiones e incita al rechazo a los pacientes, algo similar a lo que ocurría en el pasado con los leprosos. Hasta allí han llegado.      

Resulta entonces, que quienes llaman a la invasión militar extranjera del país, quienes ejecutan e impulsan golpes de Estado, quienes usan a jóvenes venezolanos como carne de cañón en protestas violentas callejeras y quienes contratan mercenarios de otros países para ejecutar incursiones armadas en nuestra geografía, no son terroristas para el gobierno. Pero sí lo son los venezolanos hambrientos, extenuados, desnutridos y enfermos, que quieren desesperadamente regresar a su patria y reunirse con sus familiares, luego de ser víctimas de la xenofobia latinoamericana y sufrir graves maltratos y severas limitaciones. Y que regresan atropelladamente, en la forma que durante centurias se ha hecho entre Venezuela y sus vecinos, principalmente Colombia: a través de las trochas que unen a ambos países.

Trochas que, en cambio, sí siguen permeables para el contrabando, el narcotráfico, la trata de niños y de blancas; sitios de asesinatos y violaciones permanentes, sin que el alto gobierno les preste atención y sin que los delincuentes, agrupados en conocidas bandas, sean calificados de terroristas por el Ejecutivo. Trochas abiertas a las actividades de los grupos paramilitares colombianos uribistas, esos sí verdaderos terroristas; y a la violación de nuestra soberanía por parte de grupos armados del ELN y de disidentes de las FARC, a quienes sí se les permite ingresar a través de las trochas, sin ser calificados de bioterroristas. Pero para el gobierno o parte del mismo, los bioterroristas son las familias venezolanas, que tienen todo el derecho constitucional y humano de regresar a sus hogares, algo que no se les puede impedir ni tampoco ser perseguidos si lo hacen.

¿Que significaron entonces las condenas a Trump de violación de los DDHH, por retener en campos de concentración a niños latinoamericanos en sus fronteras con México, al ser sus padres apresados por entrar ilegalmente a territorio estadounidense? Ni siquiera a Trump se le ha ocurrido calificar de bioterroristas a estos extranjeros, que tratan de ingresar ilegalmente a EEUU. Son generalmente latinoamericanos, a quienes el gobierno de Maduro mira con simpatía, pese a la ilegalidad de ingresar por vías muy similares a las trochas. Son “trocheros” a su manera, un gran negocio que involucra a bandas de trata de blancas, comercio de niños y tráfico de drogas. Donde impera el asesinato o la muerte por otras causas de grupos humanos migrantes. Donde la violación sexual es cuestión rutinaria. Delitos abominables, que sin embargo no pueden ser calificados de terrorismo ni de bioterrorismo.

Saltarse los controles sanitarios puede llegar a ser un delito, pero no convierte a nadie en bioterrorista. Lo serían entonces las madres que se niegan, por distintas razones, a vacunar a sus hijos. Está a tiempo el gobierno de rectificar y dar una demostración de que recuperó la sensatez. No conozco en el pasado mal llamado cuartorrepublicano ninguna conducta que haya llegado a este extremo. Las que pudieran parecerse fueron producto del atraso mundial en materia de control sanitario, algo superado con creces en el siglo XXI.

Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro

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