Existen
distintas leyendas que cuentan cómo la piel de muchos animales, cambió. No sólo
de color. También de textura y consistencia. Hay una leyenda que,
particularmente, habla de un cóndor, de gigantesca envergadura, que invitó a
una hermosa y educada hiena a una fiesta en lo más alto del cielo. Era una
hiena de un plácido color blanco marfil. Para llegar rápido y seguro, el cóndor
debía llevarla agarrada de sus enormes y seguras garras.
Algo
dudosa, pero emocionada por la atracción que generaba tan seductora invitación,
la inquieta y risueña hiena terminó aceptándola. Aunque no tenía idea del lugar
del cielo al que podría ir. Imaginó que sería el que quedaba arriba de su
sabana. Pero no fue así. La parte a la que refería la invitación, era más
lejana.
El
motivo de la invitación, era una celebración cuyo acto central consistía en un
sacrificio para rendir pleitesía al Astro Sol. Y el pensado del inmenso cóndor,
era sacrificar a la bien portada hiena. Pero ésta advirtió la treta y se dio a
la fuga antes que los asistentes notaran su presencia. Esto facilitó la
escapatoria.
Debió
sobornar a un guardia que celosamente, cuidaba que nada arruinara su trabajo.
Fue el momento para que, a cambio, el centinela le pintara rayas a la bonita
hiena. Más por la envidia del color que poseía, que por otra razón.
A
partir de entonces, quedó feamente manchada. Tanto su especie como otras
especies animales, debieron pagar el atrevimiento de la hiena. Esta, por
frívola, curiosa y cándida, hizo que el inexorable destino aplicara aquella
sentencia que reza: “justo por pecadores”.
¿Dónde
la política se hizo del problema de la hiena?
Es
exactamente el problema que salpica al mundo de la política. Por culpa de algún
imprudente, que siglos atrás cometió el mismo exabrupto de la hiena.
Hoy
en día, quienes ejercen el oficio de la política, son sospechosos de
corrupción. En cualquiera de sus opciones o niveles de intromisión,
intervención o dedicación. O sea, son individuos manchados, curtidos,
estampados o señalados por causa del hecho en cuestión.
Generalmente, son personas sin la preparación necesaria para ejercer la política. O bien, formadas en andanzas de calle o de pasillo. O porque están sedientos de poder para satisfacer vicios reservados. O rebeldías estancadas. Son casi siempre, personas carentes del conocimiento que demanda la gerencia política. Muchos con resentimientos acumulados. Soberbios de personalidad. Con ínfulas de militar irreverente. O con deseos de embucharse económicamente a como dé lugar.
Y
esta situación la acusa la clase política, con escasa excepciones,
indistintamente de la ideología política a la que se acoge. Embarga por igual a
unos y a otros. Estos problemas recaen sobre cualquier grupo o factor político.
Podría inferirse que las crisis que padece todo ejercicio de política, resultan
de causas que por igual son múltiplos del mismo divisor.
Las
diferencias entre adversarios, no estriba tanto en discursos de promisorias
ofertas, como en el estilo que marca el ejercicio político demostrado. Bien
porque se asocian con estamentos que detentan una mayor o menor capacidad ante
el manejo político de la incertidumbre. O porque se vinculan a instancias más o
menos aprehensivas de las realidades en las que se suscribe el accionar
político.
Por
rivales que estos actores políticos puedan ser o parecer, siempre se
encontrarán con dificultades bastantes semejantes. No sólo de naturaleza
económica y social. También de razón política.
En
el fragor de tan complicada situación, la discrepancia reside en que unos
pueden sumarle o restarle algunos conocimientos o experiencias. Y de suceder,
es posible que no se opere cambio alguno en la esencia del problema.
Por
eso, el prolegómeno de esta disertación partía de la explicación que marca la
diferencia de los animales antes y luego del diluvio. La leyenda de la hiena
que sufre el manchado de su piel, vale para evidenciar los problemas que su
imprudencia le marcó a ella y a su especie.
El
hombre, “animal político”
Esta
referencia, persigue ilustrar la racha de acusaciones que recae sobre el
politiquero. Por la silente complicidad que generalmente se da, no sólo, entre
miembros de un mismo grupo o partido político. También, entre pares políticos
de distintos movimientos o sectores políticos. Tanto de una tendencia, como de
otra.
Esto
ha devenido en una vertiginosa multiplicación de muchos conciliábulos
políticos. En todas las direcciones posibles. Es así como actúan sin prestar
mucha atención de las leyes y los límites que en medio de situaciones ambiguas,
esquivan fácilmente.
Estos
factores políticos, sus protagonistas, no se juegan otra cosa que no sea lo que
sus conveniencias demanden en cualquier instancia de poder. Más, cuando su
actitud de soberbia, lleva a hacerles creer que su superioridad está por encima
de todo.
La
desenfrenada rivalidad que pareciera fracturar sus complicidades, lejos de
desvincularlos como factores políticos, aglutina los esfuerzos de afianzarse a
razones que justifiquen su lucha por el poder político. A pesar de todo lo
arriba aludido, la teoría política ha hablado de la necesidad de consolidar las
capacidades políticas que apuestan al poder. Elevar la eficacia del ejercicio
político, es el objetivo. Pero esto se alcanza en situaciones donde el poder se
comparta. He ahí la dificultad. Justo es el detalle que no logra absorberse
como razón para superar en sana convivencia las diatribas que han deformado el
ejercicio de la política. Más aún, en realidades enredadas a consecuencia del
subdesarrollo que se padece.
Es
la razón para aducir el problema que sufrieron aquellos animales cuyo color
cambió. Incluso sus rasgos y modos de vida. Respecto de la hiena de la leyenda,
la naturaleza hizo que perdiera su color de principio. Su descendencia es
oscura. Además, rayada o manchada. Asimismo, carroñera, peligrosa y
depredadora. Y acá viene la analogía.
A
juicio de Aristóteles, el hombre es un “animal político” (zoon politikón). Lo
refirió así, al situarlo respecto de la dimensión política y social bajo la
cual vive. Sin embargo, su desprendida apetencia por poder político lo encamina
por rutas apartadas del civismo y la moralidad. Es ahí donde califican aquellos
politiqueros que no miden las consecuencias de sus actos. Sólo por el afán de
encajar en posiciones de poder.
Es
ahí donde es posible comparar la desesperación que despierta el poder, con la
actitud de la hiena. Y tanto como existen ciudades infectadas de animales
indóciles por su condición salvaje, asimismo existen realidades contaminadas
por politiqueros insaciables de poder. Hombres manchados por un poder corrupto
que corrompe. Comportamiento éste que ha asemejado el politiquero con la hiena.
Caso inspirado en el problema que caracterizó la condición de carroñera, cruel
y depredadora suscitada a consecuencia de lo que causó que aparecieran las
manchas de la hiena.
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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