El modelo de país abrazado por el presidente Xi jinping reserva a China un rol global preminente en contraste con el papel que jugó a lo largo del siglo XX.
Xulio
Rios, experto en temas asiáticos del Observatorio de la Politica China
argumenta que no puede ser de otro modo. “Por sus dimensiones territoriales,
demográficas, etc.,- dice Rios- la estabilidad en China conjugada con un
proyecto que enhebre sus diferentes trayectorias le aporta un potencial
transformador no solo de su propia realidad sino también de la global”.
O sea,
la gravitación de un país bien manejado con un propósito claro de crecimiento y
con 1400 millones de habitantes hará sentir su peso en la escena global.
Ello,
sin embargo, no coloca necesariamente a la gran potencia en una situación de
rivalidad con los Estados Unidos, pero visto desde la otra orilla, tanto la
primera potencia mundial como el resto de las naciones de gran peso en la
dinámica universal consideran que el interés de Pekín se basa en la exportación
de sus bases ideológicas y culturales dentro de un concepto civilizatorio
novedoso para los terceros. Y sin duda, para esos terceros, ello legítimamente
luce erosivo,
“El
asunto no es de talla sino de influencia” es lo que piensan en los círculos
académicos occidentales de estudio del acontecer chino. Argumentan que lo que
tendría sentido antes de pretender convertirse en un ejemplo a seguir, es que
la mirada y la actuación de los gobernantes chinos se dirija a poner la casa en
orden hacia el interior del país y a corregir el cumulo de falencias que lo
aquejan.
La
agresividad y determinación histórica de sus líderes debe ser tomada en cuenta
al intentar imaginarse la evolución que desde Pekín le tienen reservado a su
país en la etapa que se inicia del post Covid. Una mirada hacia el pasado nos
retrotrae a las tesis de Den Xiaoping cuando, convencido de que la orientación
de Mao había sido superada por la realidad de un mundo en evolución acelerada,
propuso cuatro grandes transformaciones que aún están labradas en roca en el
ideario del liderazgo chino. Fue a raíz de ello que se abandonó la economía de
comunas para dar paso a un modelo planificado y centralizado de gestión de la
economía en mano de expertos gubernamentales experimentados y se privilegió a
la agricultura, industria, el avance de la tecnología y la ciencia, y lo
militar.
La
rivalidad y la confrontación dentro de la cual perecemos estar sumidos con la diatriba entre China y Estados Unidos,
podría ser más un tema de percepción, azuzada desde los Estados Unidos y
particularmente del gobierno de Trump que una verdadera batalla
supremacista.
Las
diferencias en los posicionamientos de los dos lados de cara a los grandes
temas universales de comercio, ambiente y hasta defensa son superables dentro
de un espíritu de convivencia. Otros como los relacionados con las libertades y
el respeto a los derechos humanos no lo son, sin duda, y un tratamiento
descolocado de estos amenaza con abonar al radicalismo de los asiáticos
encabezados por un hombre recio e irreductible.
Lo que
vimos en Davos del lado americano y del chino no es una hoja de ruta en la que
impera el “más de lo mismo”. Cooperación, entendimiento, valorización de las
visiones compartidas fueron temas que volvieron a estar sobre el tapete. El
discurso de Xi resultó ser más inclusivo de lo esperado. El evidente e
inexorable empuje económico del gigante asiático está allí para quedarse. La
pregunta debe ser : ¿es posible sacar el mejor provecho de ello para los dos
lados de la ecuación?.
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